Apreciado joven.
He leído con atención todo lo que usted publica en las redes sociales. Su pensamiento y sus preocupaciones son las de muchos jóvenes en Colombia que, movidos hasta el tuétano por las vibraciones de la voz de RCN, y de su espíritu, Álvaro Uribe, piensa de veras que si el próximo domingo gana el Sí, será el apocalipsis: el castrochavismo se tomará a Colombia, se le entregará el país a las Farc y será el fin de la democracia.
Eso le pasa por ver mucha televisión. Debería leer libros de historia de Colombia, hay muchos: Malcolm Deas, Bushnell, Pécaut y Fals Borda, han escrito páginas magistrales. Y en todas ellas, lo que uno ve, es que este país nunca se ha acercado a lo que (ahora) con desdén llaman comunismo. Este es un país de derechas gobernado siempre por burguesitos de derechas que han servido más o menos de cipayos a los distintos gobiernos de los Estados Unidos. Colombia ha sido la vergüenza para nuestros hermanos latinoamericanos: apoyamos la guerra de Las Malvinas, mandamos nuestros soldados a la guerra de Corea, y, recientemente, en el gobierno de Álvaro Uribe, se enviaron tropas colombianas como carne de cañón a la guerra de Irak para ahorrarle bajas al ejército norteamericano. El Caín de América Latina, nos llamaron. Y todo porque este país de derechas siempre ha querido seguir gravitando alrededor de la derecha planetaria que son los Estados Unidos. Este país no será nunca de las Farc porque le pertenece a los Santo Domingo, a Ardila Lülle, a Luis Carlos Sarmiento, a Gilinski Bacal y a los hijos de Uribe.
Dice usted, en su cuenta de Facebook, que “no admito que unos narcotraficantes y violadores de derechos humanos estén ahora en el Congreso de la República”. Creo que no ha entendido nada. Justamente, que la guerrilla haga política sin armas, es lo que se ha venido buscando desde los tiempos de Belisario Betancur. Todos los presidentes de Colombia de los últimos 30 años han intentado negociar con la guerrilla. Álvaro Uribe ha sido, tal vez, el que más garantías ha ofrecido: desde curules en el Congreso, libertad absoluta, recompensa económica y vivienda en el exterior, hasta partirle una vértebra a la Constitución para su beneficio. La existencia de la guerrilla trajo muchos males a Colombia, de acuerdo, uno de ellos fue el triunfo político de Álvaro Uribe. Por eso, un acuerdo final con la guerrilla, una desmovilización y entrega de armas, deja a Uribe sin piso político.
O, peor: lo deja sin su entrañable enemigo. Y si hay algo peor a no tener a quien amar, es no tener con quien pelear. Pero, sin embargo, me sorprendo yo de que se sorprenda usted que unos guerrilleros lleguen al Congreso de la República. Son 10 curules las que van a tener, y solo a partir del 2018 y durante dos periodos. Pero no son ellos los que van estar en esas curules sino políticos profesionales designados por ellos.
Estas garantías, este plebiscito que se avecina, esta discusión que sostenemos, nunca se dio con la falsa desmovilización de los paramilitares. Que la guerrilla quiera hacer política sin armas es algo admirable: quiere decir que se someten a la democracia, y eso, en términos prácticos, significa el ahorro de muchas vidas y el avivamiento del debate. Colombia ha tenido seis procesos exitosos de paz en los últimos 60 años y el país no se ha vuelto comunista. Un antiguo guerrillero del M-19, Everth Bustamante, es la mano derecha de Álvaro Uribe. Y eso es suficiente para pensar que la democracia se ha fortalecido.
Sepa usted, también, joven uribista, que el fin de la guerra implica la recuperación del campo. El fin de la guerra con las Farc (falta todavía el Eln y una fracción del Epl) implica el fin del desplazamiento forzado, del reclutamiento de menores, de secuestros y muertes en combate.
Estos acuerdos de paz están respaldados por el papa, por el Departamento de Estado de Estados Unidos, por 40 jefes de Estado y de Gobierno de todo el mundo; por 12 premios Nobel de Paz, por un intelectual de derechas (que ha combatido a la izquierda desde la trinchera de sus libros y columna de prensa) como Mario Vargas Llosa. Por el expresidente de Uruguay, Pepe Mujica, por generales tanto del Ejército como de la Policía; por excombatientes de ambos lados, por sacerdotes jesuitas. El mundo entero ve con buenos ojos estos acuerdos. ¿Qué hacer entonces? Sepa usted, joven uribista, que no es la paz, lo que se a votar este domingo, sino el respaldo a los acuerdos suscritos en La Habana. Digamos que es la primera página de la historia sobre la paz que escribiremos entre todos. Usted decide si se queda por fuera.
*Publicado originalmente en el diario La Opinión