Los cristianos radicales aparecieron en redes sociales anunciando que soltarán las biblias para retomar los fusiles. Algunos visten de camuflado y están dispuestos a todo con tal de evitar que los gais los ahoguen en un beso. Muchos dejaron ver su frustración facebookana al comprobar que los Kfir que sobrevolaron el Centro de Convenciones de Cartagena no venían cargados de bombas. De rodillas, con un cable cruzándoles la cintura, pedían que cualquier francotirador le destrozara la cabeza a Timochenko como hizo en Dallas un buen hombre de Dios en 1963 con un presidente comunista.
Nada más peligroso que este neocristianismo colombiano que agarró fuerza con Ordóñez al frente de la Procuraduría. Entonces aparecieron personajes misteriosos como Eugenio Trujillo Villegas, director de la Sociedad Colombiana Tradición y Acción en Defensa de la Civilización Cristiana quien está dando conferencias en iglesias latinoamericanas expresando su inconformidad por lo que se vendrá con la firma de la paz: “Una Colombia homosexual, comunista y atea”, afirmación que ha encontrado eco en Marco Fidel Ramírez, el autoproclamado Concejal de la Familia, quien hace poco exhortó a sus seguidores a votar por el No con este mismo argumento.
La rabia de Colombia con las Farc es que sean ateas y comunistas.
Ese es el nivel de precariedad y la altura de la discusión.
Es deprimente que ni siquiera sepamos odiar.
Comprendo el temor de Timochenko cuando vio a los aviones de guerra romper el cielo. Los gobiernos colombianos se han caracterizado por la facilidad con la que se traicionan. Nada más frágil que la palabra de un presidente como Santos que ha demostrado su capacidad para mimetizarse. Jesús Santrich es consciente de eso. En el fondo de sí mismo puede ver su propia muerte y la de todo el Secretariado. El odio que siente el país hacia ellos no tiene nada que ver con la sangrienta Toma de Mitú, ni por el asesinato de los once diputados del Valle o el error de Bojayá, no, acá no se les odia por eso, el colombiano es lo suficientemente ignorante, vil, egoísta y, sobre todo cristiano, como para que le importe esas nimiedades que pasaron tan lejos de las iglesias a donde le elevan oraciones a un Dios que se murió hace rato. La rabia de Colombia con las Farc es que sean ateas y comunistas. Ese es el nivel de precariedad y la altura de la discusión. Es deprimente que ni siquiera sepamos odiar.
Ahora lo que se viene es una especie de revolución. Por eso fue tan bonito lo que pasó el lunes, por eso lloramos. Va a ser un mejor país, más equitativo, con mejor salud y educación en donde no será mal visto que dos hombres se besen apasionadamente si les da la gana, en donde las odiosas crucecitas se van a tener que guardar en el cuarto de San Alejo. Es una fortuna ser contemporáneo de todos estos cambios. Mi vieja envidia a los que vivieron los años sesenta se apacigua viendo a esos ríos de jóvenes, muchos de ellos ateos y gais, hacer de la Séptima un cumbiódromo no porque la Selección ganó sino porque se murió la guerra.
Mientras tanto, en algún lugar de la ciudad, los extremistas, protegidos por las misteriosas fuerzas del Espíritu Santo y el Procurador se agazapan para atacar. No hay que subestimarlos; son demasiados.
