« Estamos empezando a construir la paz. El amor de Mauricio Babilonia por la Meme podrá ser ahora eterno ». En eso iba el discurso de Rodrigo Londoño cuando el estruendo de un avión lo interrumpió. Se pasmó del susto. Pasó un momento de silencio. Caras tristes empezaron a agitar pañuelos blancos, seguidas de gritos en coro « Sí se pudo », que se demoraron en llegar. Qué momento de zozobra…
El video me lo encontré en Facebook, quise comentarlo, pero Facebook no tenía entre sus opciones la expresión que se acercara a mi sentimiento. Sideración. El origen etimológico de esa palabra es siderālis, en latin “astro”. La historia de la palabra cuenta de la sideración que sentían los navegantes cuando no veían el astro que antes les guiaba el camino. Se estaba siderado ante la ausencia del astro. Luego venía la desiderata: deseo de presencia de lo ausente. La sideración llega cuando no se sabe cuál es el rumbo a tomar.
Yo estuve por un momento siderada ante el instante en el que tambaleó la confianza de Rodrigo Londoño. Si no tienen completa confianza él y el resto de la mesa de negociación, ¿entonces quién? Para construir la paz hay que confiar en el otro.
Rodrigo Londoño también se pone en estado de sideración cuando cree que lo van a bombardear en medio de la ceremonia. Cualquiera que vea el video sabe que de verdad lo tomó por sorpresa, no está actuando, no fue una payasada parte de ningún espectáculo. No es una puesta en escena. El susto es tan crudo y real como la guerra que vivió Colombia durante 52 años. Estaba allí, por voluntad propia, a la merced de quien fue su enemigo mortal. Sin estrella que guíe el camino: sin armas. Apostándole con su vida, y con la de sus compañeros de guerra, a lo que se acordó en La Habana. Vi también en un documental sobre el conflicto armado en Colombia a una guerrillera atestiguando, como Rodrigo Londoño en la ceremonia, del miedo que les daba entregar las armas y concentrarse lejos de la población. Ella, aunque decía apoyar el acuerdo, veía esa exigencia de concentrarse lejos de civiles como un signo de que los iban a agrupar en zonas delimitadas para bombardearlos. Aunque aceptaba concentrarse por la esperanza que le queda de que la guerra termine, a pesar del temor.
Firmar los acuerdos, para ambas partes pero más para la organización política que resulte de las FARC, es un salto al vacío sin saber si el paracaídas que prometió “el enemigo” no está roto. La paz exige confiar en el que se ha considerado el enemigo durante años. Es difícil. Es incierto. Pero es necesario.
La sideración de un país es lo que está en juego este domingo 2 de octubre. Si no ganara el sí, ¿qué va a guiar el camino? Nadie sabe. Los opositores del acuerdo no tienen el poder. Y los que están en el poder ya estuvieron sentados durante cuatro años negociando. En cualquier caso, no se está preparado para que gane el “No”. Se vive un momento muy difícil, tanto para los que apoyamos el “Sí”, como para los que apoyan el “No” a los acuerdos. Los unos creen que es una payasada, los otros creen que se puede esperar un futuro diferente. Pero nadie sabe qué va a pasar.
Hay que dejar de decir que los que votan “No” promueven la guerra, ¡urge en Colombia la tolerancia y la escucha a los que piensan diferente! En el conjunto de gente que promueve el “No” hay también algunos que creen que Colombia puede aguantar unos diez años más de negociaciones. Como si el tiempo no pasara cobrando vidas de campesinos y militares. Pero no todos los que votan “No” lo hacen porque quieran más muertos. La mayoría de los que votan “No”, espero yo, lo hacen porque no creen que se pueda cambiar con una justicia transicional, confían más en las medidas punitivas tradicionales. No creen en los cambios. Pueden también estar considerando que cualquier signo del oponente es una muestra de su maldad. Como si todo les pareciera que se suma a la confirmación de la hipótesis de que se trata de un complot (del que hace parte creer que Santos es de izquierda, a pesar de su mandato de derecha). Pensar que es un complot, es un vulgar rastro de paranoia: circulan por Facebook videos con visos paranoicos en los que muestran al Timochenko de hace unos años afirmando cosas que se pueden malinterpretar a la luz del día de hoy. También circulan videos llenos de cizaña con el Uribe de hace unos años queriendo un acuerdo con concesiones. Ni lo uno, ni lo otro puede considerarse pertinente en la actualidad. Estos videos no le dan ningún crédito al paso del tiempo, lo que es inadmisible, porque el paso del tiempo en Colombia no se mide por número de primaveras, se mide en número de muertos.
No estamos en las mismas andanzas que en los años de Uribe. El país está dando un vuelco con la llegada de un presidente conciliador. Eso fue lo primero que hizo cuando Santos llegó al poder, apagar el chispero que iba par incendio entre Uribe y Chávez. Las tendencias políticas del país han cambiado. Santos le permite a la oposición (léase a la izquierda) su existencia y eso está cambiando el futuro de Colombia. Una guerra que empezó entre liberales y conservadores, porque no se le permite la existencia a una opinión diferente, está por empezar a acabar. Eso necesita un cambio social profundo.
Algunos resisten a acabar con el estado de paranoia en el que sumerge la guerra. Una paranoia como la Rodrigo Londoño cuando oyó el avión, signo infalible, afortunadamente efímero, de que le tendieron una trampa. Tal vez tengan razón los que quieren votar “No”. Pero yo creo firmemente en los cambios. Confío en que todos, las FARC también, estamos cansados del dolor de la guerra. Creo que la paz se construye con buena fe. Sospechar del otro la maldad conduce a la agresión. Ese es el mecanismo clásico de la paranoia: me siento amenazado (que sea cierto o falso) entonces yo ataco primero.
Tenemos los colombianos la responsabilidad de no caer en la sospecha maliciosa, en un ámbito de guerra, paranoico. La sospecha conlleva a estar preparados para el ataque, el estar preparados para el ataque conlleva a tener cerquita el arma, tener cerquita el arma puede sugerir en el otro una intención de amenaza, una intención de amenaza puede llevar a un tiro al aire, un tiro al aire puede asustar y conllevar a un tiro certero, y esto a que los horrores se perpetúen. Todo esta serie se facilita si la lógica es responder siempre primero a la intención del otro: a la intención que se imagina, nunca se tiene la certeza de cuál es la intención del otro. Y ahí nos encontramos el colombianismo “¡yo no me voy a dejar!”. La sospecha maliciosa invita a la continuación de la guerra.
La responsabilidad de confiar no recae toda sobre alguien en particular: un tanto sobre el gobierno, otro tanto sobre los líderes de las FARC, otro tanto sobre la ONU, en tanto que ellos son garantes del respeto de los acuerdos por las dos partes, recae un poco también sobre los paramilitares u otros grupos armados que puedan atacar a los farianos reinsertados, recae sobre cada ciudadano que se tope con un guerrillero. Es cierto lo que dice Rodrigo Londoño: “Estamos empezando a construir la paz”, empecemos por asumir la responsabilidad que tenemos de salir de la sideración y la paranoia en las que nos sumergió la guerra de los 52 años. Habrá que asumir también la responsabilidad de desiderata de paz, de deseo de que la paz, que está ausente, esté presente. Además de asumir la responsabilidad de construir el camino que nos va a guiar en los próximos años. Esa gran responsabilidad recae todos nosotros, ni un solo día más de guerra, no nos demoremos en creer que “Sí se pudo”.