Con la emoción que me produce el tema de la PAZ, aflora a mis recuerdos la historia de un hombre que en un descuido dejó caer una hoja frente a la casa de su vecino. El otro, creyendo que la acción había sido a propósito, a media noche echó en la puerta del supuesto agresor, la hoja despedazada más un montón de basura. El hombre al abrir y encontrar el papel que tanto había buscado, roto en medio de la basura, ideó un nuevo plan para vengarse del que antes había sido su amigo. Fue así como de una simple tontería estaba a punto de formarse una guerra sin fin. Afortunadamente uno de ellos tuvo la valentía de enviar un mensaje al otro invitándolo al DIÁLOGO y, con el bendito diálogo, pudieron aclarar que el acto inicial fue algo fortuito, sin ninguna malicia.
Si en Colombia o en el mundo se echara mano del diálogo antes de llegar a las agresiones ¿cuántos conflictos y sangre derramada se evitarían? Esta reflexión es motivo suficiente para ver con muy buenos ojos el hecho de que el Gobierno colombiano y la guerrilla de la FARC, después de 52 años de confrontación armada y unos 6 millones de muertos a cuestas, contra viento y marea se la hayan jugado por el diálogo antes que por las balas. Pero de aquí en adelante para que en Colombia se dé la anhelada paz, la responsabilidad es de todos: políticos, gobernantes, periodistas, docentes, padres de familias… Tal vez, esa fue la invitación que hizo el presidente Santos al expresar: “La paz por fin es posible, ¡ahora vamos a construirla!”
Para esta construcción de la paz se requiere lo que dice monseñor Luis Augusto Castro Quiroga, presidente de la Conferencia Episcopal: “El reconocimiento del otro como parte legítima en el diálogo, considerándolo más como adversario que como enemigo”. Pero también el compromiso de cada uno de nosotros en la solución del problema. Empezando por comprender que el culpable de lo que sucede no es sólo el otro. Si en casa no se brinda la estabilidad de un hogar, la escuela será incapaz de ofrecer una buena orientación para encauzar la rebeldía, y si la sociedad no abre los suficientes espacios para que todos los colombianos vivan dignamente, es posible que entre todos estemos formando nuevos guerrilleros, paramilitares, etc.
Como puede verse, la paz no depende sólo de la firma de unos acuerdos entre dos personas, sino también de un cambio estructural en Colombia en diferentes sentidos, y quizás es la clase política la primera llamada a poner el ejemplo, ensayando una nueva imagen. Una imagen de transparencia, altruismo, dinamismo y capacidad de servicio a las comunidades. A los alcaldes y gobernadores les correspondería convertirse en unos verdaderos líderes sociales, una especie de espejo diáfano donde el pueblo pueda mirarse orgulloso y lleno de esperanza. Los comunicadores, un grupo demasiado influyente, debería empezar por cerrar sus páginas y micrófonos al odio destructivo para dar paso al disenso respetuoso y constructivo.
Un ejemplo palpable nos lo han dado por estos días los dos mejores ciclistas del mundo en la actualidad. En la carretera se marcan estrictamente y ninguno le perdona un error al otro, pero se respetan mutuamente y son capaces de reconocerse sus esfuerzos. Ese algo que los hace muchos más grandes, les alcanza hasta para aplaudir a quien lo venció, como lo hizo Froome con Nairo. “Somos amigos, me aplaudió con sinceridad. Ojalá los medios no pongan ninguna malicia en este gesto”, expresó Nairo. A ambos les sobra la caballerosidad que muchos desearíamos para nuestros políticos que tantas veces los vemos revolviéndose en el egoísmo y la bajeza, mintiendo y poniéndole trabas a lo del contradictor.
La educación, por supuesto, también tendría que dejar de ser esa actividad en ocasiones sin sentido, que torna a las escuelas en lugares estresantes y fastidiosos donde la rutina, la apatía y la falta de convivencia da paso a los rencores y las quimeras, para convertirse en sitios llenos de alegría y de vida, que inviten al deseo de construir y compartir. Espacios para el debate, la oratoria y la conversación. A los demás mortales nos tocaría inflar de bondad nuestros corazones para ponerle una buena dosis de amor a todo lo que hacemos, de manera que podamos borrar el recuerdo de las minas antipersona, sembrando una sonrisa en cada esquina, en cada calle, en cada rincón de Colombia y al fin poder gritar a todo pulmón ¡Hemos logrados una paz estable y duradera!