Este es un relato de un suceso acaecido hace tres años pero que me marcó por siempre. Como Antropólogo he recorrido la geografía del país en mis labores como investigador social y he conocido sitios donde la guerra con todos sus actores todavía está presente, el miedo, el horror y la intranquilidad son el pan de cada día. La traigo a colación de nuevo porque quiero no se vuelvan a repetir esos eventos y que los pobladores locales no sientan en la espalda el fragor de un fuego fraticida que arrebata vidas.
Después de realizar un trabajo de socialización técnica y social del proyecto “bancos de germoplasma de caña flecha y otras especies asociadas a la elaboración de artesanías en Bajo Cauca”, junto al Director Científico del Jardín Botánico de Medellín y un Ingeniero Agrónomo indígena Zenú, en los municipios del El Bagre y Zaragoza, Antioquia, partimos el día 15 de Octubre a Caucasia para retornar a nuestras sedes. Mis compañeros como tenían otras actividades pendientes, salieron hacia Montería y yo a Medellín. El bus de Rápido Ochoa, con origen de partida, San Marcos, Sucre, salió a las 9:30 PM. Todo transcurría con normalidad, viajábamos niños, jóvenes, adultos y de la tercera edad, unos dormían y otros veíamos televisión. Llovía.
A la altura de Puerto Valdivia, sobre el río Cauca y, sitio de continuas apariciones de la guerrilla y combates con el ejército, eran las 12 de la noche. Íbamos placenteros cuando se sintieron unas ráfagas de fusil que impactaron en la parte baja del bus en movimiento. La reacción mía y la del resto de pasajeros fue tirarnos al pasillo y agacharse. Seguidamente, otras ráfagas dieron en los vidrios laterales de las ventanas por ambos lados. Sentí un quemazón en la espalda, me dieron grité. Me revisaron y efectivamente tenía sangre sobre la espalda, pero no era grave, afortunadamente. Sólo fue un roce de bala.
Todo eran lamentos, llantos, pánico. Confusión total. Cuando el automotor se detuvo, desde el piso, donde me encontraba, veo sangre, una muchacha y muchacho abalanzados sobre el cuerpo de otro joven que iba en el asiento paralelo al mío. Exclamaban en medio de lágrimas…hermano… no te mueras, resiste, ayúdate .Eran tres hermanos que viajaban de regreso a Medellín después de haber disfrutado del puente en San Marcos, de donde son oriundos.
A los que ocupaban las primeras filas los hicieron bajar y les robaron los celulares. El conductor, ya en el pavimento gritó…tengo heridos y lo repetía. El miserable de las FARC que comandaba al resto de asesinos, insultó a los otros y muy cínicamente les gritó: "Güevones. Les dije que dispararan a las llantas, no arriba….nos embalamos…..chofer…chofer…piérdase…muévase….lárguese de aquí". Se encendió nuevamente el autobús. Con velocidad se dirigió al centro de salud del puerto. Yo continuaba tirado sobre el pasillo. Los lamentos continuaban y alcancé a ver cinco heridos más. Uno con tres entradas de bala en la espalda y los brazos, otros en las piernas.
Al llegar al sitio de la misión médica, todos en un tropel nos bajamos. Los heridos ingresados a urgencias y, nosotros, desperdigados por pasillos, sala de espera y corredores. A las 2 AM, el joven murió, los esfuerzos del médico de turno, que por su juventud, se notaba que está haciendo su año rural y, la enfermera, más veterana, fueron inútiles. El drama continuaba con la atención a los heridos. Fueron estabilizados, pero no se podían transportar al hospital por el bloqueo ya existente en la carretera troncal que conduce a la costa atlántica.
Cuando se viaja en bus, la mayoría somos anónimos para los otros. Si vas acompañado tienes con quien compartir el viaje, si no, lanzas la pregunta ¿este puesto está ocupado? Si te responden no! Te sientas y no modulas palabra con el compañero de al lado. Lo traigo a colación porque los que sufrimos el ataque comenzamos a integrarnos solidariamente y conocer los dramas personales. Fuimos una sola familia, nos ayudamos los unos a los otros de comienzo a fin y hablo de 12 horas juntos. Prestamos los hombros para llorar, contamos lo sucedido; qué hice y que no, en fin. Citas médicas perdidas, trabajos abandonados y miedo a perderlos por la no comprensión de los patrones al decir de muchos, niños con inocencia y miradas perdidas. Las enfermeras muy diligentemente nos regalaron chocolate y tostadas. Muchas actitudes solidarias del personal médico.
Siempre llevo conmigo un radiecito para entretenerme. A la 5 AM de la madrugada lo prendí para oír noticias, las cuales arrancan con el triunfo de Colombia sobre Paraguay y se hablaba sobre las celebraciones en todos los rincones del país. Gente celebrando, gritando y llorando de felicidad y que paradoja! Nosotros llorando y gritando en esa madrugada, pero de dolor y terror. ¿Por qué? nos preguntábamos? nos atacaron, somos civiles indefensos, que no usamos camuflado ni armas. Lo único que yo tenía empuñado en mi mano era, precisamente, el sombrero vueltiao que horas antes me había regalado mi amigo indígena Zenú, el agrónomo compañero de trabajo
Por mi formación ética y profesional todavía tengo la capacidad de asombrarme, de ser sensible y conmocionarme ante la injustica, ante el llanto del niño maltratado, del árbol talado sin necesidad, ante la muerte infame, quiero y justifico la vida en el sentido estricto de la palabra.
La policía tomó el cadáver de la única persona asesinada y lo envolvió en una bolsa negra y entre cuatro de ellos fue transportado a la morgue del municipio de Valdivia, en la parte de atrás de la patrulla, tirado como cualquier bulto. Por su trabajo y las múltiples situaciones vividas, ya los muertos los consideran objetos materiales. La muerte cosificada e inhumanizada.
Nosotros después de 12 horas fuimos transportados a Medellín en otro bus. Los dos hermanos se quedaron en espera de la entrega del cuerpo. Un ataúd vendría por él. Llegarán a Medellín y en su paso por la ciudad, esta, no transformará su rutina. Son los seres anónimos martirizados que no alterarán el tiempo y el espacio de una sociedad sumida en el caos. E insensible ante la muerte. En la acepción general, vejez y muerte van de la mano, pero el vil asesinato de Jaiver Vergara Pupo, 21 años, fue repentino. Rompe el concepto que tenemos de ella.
Para mí fueron momentos eternos esperando la muerte, para los medios, instantes de noticia, para el gobierno, cosa de todos los días. No quiero ni merezco una muerte infame ¡ESTOY VIVO!.
Ahora que estamos prontos al plebiscito para refrendar los acuerdos de la Habana diré, Sí. Es una herramienta formidable sirviendo para futuras generaciones. Es una elemental maduración institucional. Los nietos y todos nosotros podremos contemplar nuevamente el reverdecer de los campos, avistar la naturaleza y adentrarnos en territorios antes impenetrables. Ejerzamos el derecho ciudadano de practicar la democracia, sin distingo de partido político, si quiere castigar en las urnas a su opositor, está en la posibilidad directa de decidir con su voto en las urnas. Paremos los 51 años de conflicto!