El estado colombiano durante más de cinco décadas ha diseñado su política atendiendo a la construcción de un enemigo bajo una lógica de un nosotros/ellos, el cual hay que eliminar, haciendo legitima la lucha bélica como única forma de intervención a éste grupo. Dicha legitimidad está en considerar la guerra como en ese aforismo de Carl Von Clausewitz, la cual cumple una función constitutiva y trata al otro como un enemigo, cuyo fin es derrotar, acabar, eliminar; lo que en Colombia ha permitido sustentar, legitimar y naturalizar el conflicto armado y las múltiples violencias por más de 50 años.
Ahora nos encontramos sobre la posibilidad de establecer una nueva política. El actual proceso de paz y sus acuerdos que están ad portas de ser refrendados por los colombianos, es la ventana de oportunidad de cambiar esa lógica antagónica, por lo menos, con uno de los muchos actores que hacen parte del conflicto armado del país.
El gobierno ha permitido con el actual proceso, trasladar dicho conflicto a una instancia en donde Las FARC-EP dejen de ser reconocidos como enemigos a ser destruidos, y por el contrario, considerarlos como adversarios, en donde constituya un posibilidad más democrática en competir por el poder.
Uno de los argumentos que más resonancia hace la oposición al actual acuerdo de paz, es pensar en futuro, a ex-miembros de altos mandos de Las FARC-EP en cargos de elección popular y en la arena política, ¿Pero acaso esto no representa un valor democrático?, pensar que un grupo al que el Estado ha confrontado por 52 años y ha buscado eliminar militarmente trayendo consigo un alto costo social, hoy puede ser regulado por una serie de condiciones y procedimientos democráticos, que sin duda acabaría con una guerra monopolizada por intereses privados.
Es necesario y urgente pensar lo que viene con una responsabilidad política, porque es desde allí donde todo lo acordado y los cambios que el acuerdo supone, se puedan dar. Ahora bien, es importante comprender, que pensar el acuerdo sobre una dimensión política, no es establecer lo político como una función interna de esa continua guerra, sino por el contrario, recuperar el valor pluralista de la democracia y re-configurar esa ecuación amigo/enemigo. Dicha lógica permitirá en otra medida, que otras voces que han sido calladas puedan escucharse como los movimientos sociales y sindicatos.
Las FARC-EP no van a dejar de ser enemigos para muchos, entre ellos para los opositores más acérrimos, aun así, sobre dicha concepción, dimensionar una posibilidad de ver a los ex-miembros de éste grupo guerrillero en igualdad de condiciones por la lucha por el poder, será siempre mejor que un muerto más de esa guerra desigual.
El actual acuerdo de paz constituye para muchos injusticia, impunidad, posible recrudecimiento de la violencia, no reparación efectiva, etc., pero invitando ir más allá de esos juicios morales; lograr cambiar la lógica de confrontación es también la posibilidad de acudir y rescatar los valores y la capacidad de un Estado, en garantizar y ofrecer alternativas para un futuro distinto y posiblemente mejor para quienes han sido víctimas reales de éste conflicto cada vez más deshumanizado.
