Le escuché decir al magistrado Carlos Gaviria que en Colombia se aprueba una ley sin las reflexiones ni tiempos necesarios para digerir, analizar, debatir, confrontar o proyectar sus alcances. Mientras que en otras latitudes se aprueban dos o tres normas, en el país pasan a pupitrazo, muchas veces sin que ciertos legisladores lean los borradores de los proyectos. Casos hay.
Ahora no se aprobará una ley sino que se definirá parte del futuro. Todo va con una prisa que indigesta. Una urgencia irracional que abruma. Mensajes en los medios de comunicación y en las redes sociales como si compitiéramos por un número de insultos y agresiones.
De aquella foto de Timochenko con Santos, y Raúl Castro uniendo sus manos como matrimonio arreglado, vestidos de blanco inmaculado a finales de junio, han pasado menos de tres meses.
Al acelere se le sumaron 297 páginas del llamado “acuerdo definitivo”, un libro que se redactó en cuatro años, negociaciones, incertidumbre, visitas de víctimas a La Habana y de incomunicación, llenos de hermetismos, dudas y penumbras.
Esa construcción de la paz la imagino
lenta, serena, pausada, calmada,
pero sobre todo sin abrir la boca
¿Cuál es la razón para que los acuerdos vengan con las sirenas encendidas como si fuera el anuncio de un jolgorio, desfile o carnaval? Esa construcción de la paz la imagino lenta, serena, pausada, calmada, pero sobre todo sin abrir la boca.
¿Cómo vamos a entender lo que ha pasado en este país desde el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán hasta la firma de los acuerdos de La Habana? Hace falta recogimiento, meditación.
Tiempo ha pasado. La Historia se ha distorsionado, acomodado, reelaborado, reescrito y no hemos tenido la serenidad para digerir las versiones, ni siquiera para viajar y reconocer esos lugares que conocimos por sus muertos y recordamos por el horror y el sufrimiento.
Deberíamos, por lo menos, comenzar un gran viaje, una peregrinación, caminar esas veredas, caseríos, corregimientos. Dejar la ciudad atrás, abandonarla y recorrer las trochas y caminos de lugares como Toro, Pita ‘el Medio, Pueblito Mejía, Puerto Pajón, Ñanguma, Pasa Corriendo, Bajo Grande, El Bálsamo, Los Guaímaros, que comenzaron a ser nombrados cuando la sangre apareció como si se tratara de un sacrificio para invocar, así fuera por una vez, la presencia del Estado.
Rafael Pérez García compositor de esa bella canción Fuego de Cumbia, asegura que tanto el Estado como los medios de comunicación en Colombia les hubiera ido mejor si administraran funerarias, porque llegan al territorio cuando saben que hay algún muerto. “Tienen alma de golero”, me dijo en el cumpleaños del gaitero Toño García.
El escritor Hernán Hesse, quien vivió las dos guerras mundiales, dijo que a los políticos les encantaban las revoluciones, hablar de la razón y de deponer las armar, pero cuando hablaban así, solo se referían a sus enemigos no a ellos mismos. Ni siquiera sabemos si eso es lo que pretenden.
Habrá que trabajar en la desmovilización de los politiqueros, y seguiremos en la búsqueda de la paz; se desmovilizarán los agentes corruptos del Estado, y seguiremos en la búsqueda de la paz; habrá que desmovilizar a los ganaderos que apoyaron al paramilitarismo, y seguiremos en la búsqueda de la paz, se desmovilizarán los periodistas mercenarios, y seguiremos en la búsqueda de la paz. La desmovilización es un buen camino.
El viernes pasado, me puse a contemplar la inauguración de un comando local de apoyo al Sí, pero pudo haber sido del no. Escuché la misma banda de viento, las mismas camisetas estampadas, las mismas camionetas cuatro puertas con adhesivos. Las mismas patéticas formas para elegir personas. Los mismos anfibios y batracios entre caimanes y dirigentes. Qué garantiza que no aparecerá la compra de votos de los sí o los del no, y que la mesura que en estos momentos se requiere sea aplastada por las viejas costumbres antidemocráticas.
Aparecen las mismas encuestas que establecen la intención de voto,
y la región más fuerte o más débil,
como si fuéramos a decidir por dos sabores de helado
Aparecen las mismas encuestas que establecen la intención de voto, y la región más fuerte o más débil, como si fuéramos a decidir por dos sabores de helado o si el café es con o sin azúcar.
Merecemos el silencio para entretenernos con nuestros propios pensamientos, merecemos la espera paciente y no la estridencia de aquellos que trabajan por atraer seguidores.
Se han hecho varias firmas. La preliminar, la parcial, la definitiva, la del cese, y ahora se anuncia la protocolaria. La incertidumbre crece y no hay espacio para sentarse a pensar, a leer, a preguntar, y tomar la decisión sin afanes. Esa individual, con ese voto justo, secreto pero sobre todo en silencio.