El Mutis-mo de Maqroll
Ocho libros en seis años. Basta leer una sola página de cualquiera
de ellos para entenderlo todo: La obra completa de Álvaro Mutis, su
vida misma, son las de un vidente que sabe a ciencia cierta que nunca
volveremos a encontrar el paraíso perdido. Es decir: Maqroll no es
sólo él, como con tanta facilidad se dice. Maqroll somos todos.
(García Márquez)
Una de las tareas más arduas de cualquier escritor es hallar la forma en que quiere decir las cosas. En cierto modo es una montaña, cuya cumbre le está vedada a la mayoría. Pero hay algo todavía más difícil y es construir una buena obra literaria, tanto en verso como en prosa. Ello le está reservado a pocos como Goethe, Cervantes, Dante, Borges, Víctor Hugo, quienes lograron parir criaturas extraordinarias, que aún deslumbran a la humanidad. Sartre se quejaba, de que a pesar de haber escrito una extensa obra en prosa en casi todos los géneros, le fue negado el don para la poesía. Lo explicaba de la siguiente manera: el poeta está en riña con las palabras, mientras el prosista debe hermanarse con ellas y trabajar horas incontables como un picapedrero; debe al modo de los artesanos tener una gran paciencia y pulir un oficio. Pero, ¿por qué el poeta está en riña con las palabras? Porque el poeta es un cazador de mariposas, su red es frágil, no todos los días pasan mariposas y la mayor parte del tiempo las mariposas que caza el poeta resultan ser moscas sentimentales o simplemente insectos comunes.
Ahora bien. ¿Cómo transitar esos puentes entre la poesía y la prosa? Con las notables excepciones citadas a manera de ejemplo, casi todos ellos partieron de la poesía, por la sencilla razón de que los jóvenes están en riña con las palabras y no tienen la experiencia que requiere el oficio de prosista. (Qué escritor no cometió versos en su juventud). Digámoslo de otro modo, es mucho más posible que un poeta derive hacia la prosa, que un prosista derive hacia la poesía. Malos ejemplos tenemos de lado y lado: las novelas de Baudelaire y Neruda, Los versos de Hemigway, Lowry y Cortázar.
Pero hubo un tiempo en que está distinción entre poesía y prosa no era relevante, porque la poesía narraba los mitos fundacionales, auscultaba la voluntad de los dioses, describía la grandes batallas, alumbraba los héroes de los pueblos. Allí la palabra no estaba escindida y la voz del poeta en cierto sentido era una voz múltiple. Borges, esperanzado y anacrónico, reclama para el mundo esa antigua comunión : “...pienso que la épica volverá a nosotros. Creo que el poeta volverá a ser otra vez un hacedor. Quiero decir que contará una historia y la cantará también. Y no consideraremos diferentes esas dos cosas, tal como no las consideramos diferentes en Homero o Virgilio.
Estas digresiones son una antesala necesaria para abrir las páginas de la obra de Álvaro Mutis, quien ha sido reconocido con el premio Cervantes de Literatura. Y son un vestíbulo obligado, porque Mutis es primero que todo y siempre, un poeta. Cómo es posible entonces que después de cuarenta años ininterrumpidos de oficio poético, de la noche a la mañana haya sacado del cubilete ocho novelas en seis años y puesto a navegar por los mares de la literatura a un Gaviero llamado Maqroll y lo haya convertido, según algunos críticos, en un personaje universal, digno de los grandes escritores.
Mi teoría es que en su poesía están las principales claves de sus novelas, no sólo temáticas, sino que la forma de sus versos le permite hacer una tránsito hacia la “prosa poética” de la que están hechas sus narraciones. Ya desde sus primeros versos es evidente un fondo retórico de largo aliento, una voz enunciativa a lo Whitman, un notorio afán por romper los moldes del yo clásico y nombrar el mundo:
“Al amanecer crece el río, retumban en el alba los enormes
troncos que vienen del páramo.
Sobre el lomo de las pardas aguas bajan naranjas maduras,
Terneros con la boca bestialmente abierta, techos pajizos, loros
Que chillan sacudidos bruscamente por los remolinos”
Mutis acude al “verso en prosa”, lo que le permite narrar en una forma más sostenida los hechos siempre mudables y nunca del todo explicados que se suceden en el trópico, donde parecería que lo singular de su geografía, el perpetuo combate de los elementos impregnara el espíritu de sus habitantes, un poco a la manera de los hijos de Macondo. Pero lo que es bueno en la poesía, no necesariamente tiene la misma suerte en la prosa, y de aquí nace una primera hipótesis, que debe ser sustentada: uno de los límites de la narrativa de Mutis radica en un exceso retórico que viene de su poesía, sin que ello signifique que en ésta no sea una virtud expresiva.
Mutis se ve a sí mismo como un poeta al modo de Sartre:
“Para mí escribir es una lucha con el idioma… los escritores nos las tenemos que ver con las palabras… son las que tenemos que sentarnos a usar para darles un brillo, para darles eficacia, para que nos ayuden a que Maqroll el Gaviero no haga más burradas de las que normalmente hace. Entonces esas palabras.. saltan y se escapan de esa cosa usual, gris cotidiana... Ahí está el sufrimiento: en buscar la otra palabra, la manera de usar algo que está gastado y usarlo como nuevo”.
Tanto en su poesía, como en sus novelas, Mutis elabora y transforma las materias recordatorias de la infancia y a la manera de los gambusinos lava las arenas del pasado para extraer de ellas el oro de sus historias. El mismo lo afirma: “De Coello, de sus alrededores sale mi pequeño universo” y por ello, el café, los trapiches, las matas de plátano, el viento que iracundo corre por entre los árboles y los acantilados, el río estremecido entre los lechos de piedra, los páramos y sus nieblas sempiternas, la humedad agobiante, las fiebres y malarias, las mujeres del campo que aman sin discursos, son la coreografía del trópico, el alucinante teatro donde sus personajes cumplen un destino marcado con hierro por los dioses.
Pero vamos hacia el fondo de su narrativa que es el propósito de este texto. Las siete novelas han sido reunidas en un volumen intitulado Empresas y tribulaciones de Maqroll, el Gaviero y, ellas le han dado la gloria literaria cuando Mutis se acerca los ochenta años de edad. La primera pregunta que debe ser formulada es la siguiente: ¿Quién es Maqroll, el Gaviero? No hay ninguna descripción específica, no sabemos nada de su origen, de su familia, los elementos son escasos y huidizos a lo largo de las variadas aventuras de las que es protagonista. Algunos sostienen que es un alter ego de Mutis, una especie de sombra que le ha seguido en sus incontables viajes de burócrata de las relaciones pública. Es evidente que Mutis mismo se ha convertido en un personaje de todas sus novelas, que no sólo tiene una comunicación privilegiada con Maqroll, sino que su particular visión del mundo y los asuntos humanos es implícitamente puesta en las voces y conductas de sus personajes, cosa por lo demás legítima en cualquier escritor, pero que en este caso, donde los protagonistas de las historias reflexionan muy a menudo en voz alta, parecería que el narrador se solaza e interviene demasiado, para echar su propio discurso.
Repito la pregunta: ¿Quién es Maqroll? Sigamos la obra de Mutis. En sus primeros versos ya aparece la mención de su nombre y oficios de los que su particular naturaleza habría de ocuparse: conductor de un tren fantasma en el páramo, celador de transatlánticos en un escondido y mísero puerto del Caribe. En los libros de poesía “Reseña de los hospitales de Ultramar” y “Caravansary” hay una serie de relatos de Maqroll que son matrices de sus novelas. En la Reseña..., en el poema las plagas de Maqroll hallamos un verso revelador de su carácter: “Un ala que sopla el viento negro de la noche en la miseria de las navegaciones y que aleja toda voluntad, todo propósito de sobrevivir al orden cerrado de los días que se acumulan como lastre sin rumbo”, y en Caravansary encontramos dos textos: la Nieve del Almirante y Cocora que son trasladados íntegramente al final de la novela del mismo nombre.
Maqroll es marino de profesión, grumete vigilante desde las gavias, según el diccionario. Maqroll en la Nieve del Almirante confiesa: “Las empresas en las que me lanzo, tienen el estigma de lo indeterminado, la maldición de una artera mudanza”. En la Nieve... remonta en un planchón un caudaloso río en la búsqueda de unos aserraderos inexistentes, En Ilona llega con la lluvia, desguarnecido en Panamá de una de sus tantas travesías monta con su amiga un burdel de aeromozas ficticias; En un Bel Morir transporta armas para un extraño grupo armado, En la última escala del Tramp Steamer –sin duda la novela más lograda de Mutis–– es apenas una referencia, un personaje secundario; En Amirbar se obsesiona con excavar unas viejas minas de oro; en Abdul Bashur, soñador de navíos, vive paralelo al destino de su amigo libanés, y es a mi juicio la novela que da mayores claves sobre el enigma del Gaviero. En todas aquellas empresas Maqroll fracasa y se ve envuelto en situaciones de violencia y de muerte, a las que son arrastrados la mayoría de los que trata.
Mutis todo el tiempo está llamando la atención del lector sobre el carácter o la condición de Maqroll:”incurable trashumancia”, “el camino de una constante itinerancia”, “cansados huesos de nómada irredento”, “tránsfuga sin sosiego”, “errancia perpetua”, “fiebre trashumante”, “vocación de errancia”. De verdad es una paradoja el mutismo de Maqroll frente a la facundia de Mutis, que cuando pone a discursear a Maqroll, este suena falso, con la voz prestada del narrador. Pero más allá de la técnica de distanciamiento deliberado en la construcción de sus novelas, el personaje se le escapa a Mutis y logra trasmitirnos su infinita desolación y agudo nihilismo de vivir en una tierra de seres que, independientes de su maldad o benevolencia, no sólo van a morir, sino que son títeres de un destino ciego inapelable.
Tanto es así, que Maqroll podría hacer suyas las palabras” del poeta colombiano, León de Greiff en el “Relato de Sergio Stepansky:
Juego mi vida, cambio mi vida
La llevo perdida sin remedio
Y la juego - o la cambio por el más infantil espejismo
La dono en usufructo o la regalo...
O la trueco por una sonrisa y cuatro besos
Todo, todo me da lo mismo
Lo eximio y lo ruin, lo trivial, lo perfecto , lo malo....
Todo, todo me da lo mismo
Todo me cabe en el diminuto hórrido abismo
Donde se anudan serpentinos mis sesos
Maqroll vive en un eterno presente y no le importa el resultado de sus empresas, sino la aventura misma de vivirlas. Siempre está de paso. (“amo el amor de los marineros que besan y se van, dejan una promesa, no vuelven nunca más“). Como Sísifo levanta cada día la piedra, pero sabe que todo es inútil, que la muerte nos aguarda. En la Nieve del Almirante dice: “Si bien termino por consolarme pensando que en la aventura estaba el premio y que no hay que buscar otra cosa diferente que la satisfacción de probar los caminos del mundo que, al final, van pareciéndose sospechosamente unos a otros”.
Como el Ché, Maqroll es un hombre que se ha hecho a sí mismo, que se ha educado en los viajes y en el contacto directo con los seres y la realidad, a la manera de algunos hombres notables del Renacimiento. No sólo lleva un diario y correspondencia, sino que siempre carga consigo libros, lo que, por un lado, genera una supraconciencia, es decir una distancia que le permite verse a sí mismo como un personaje, y por otro, le permite un refugio, aún en las circunstancias más críticas.
La retórica de Mutis, a veces no agrega mucho al conocimiento del personaje: “Sentí que volvía a ser el de siempre: Maqroll el Gaviero, sin patria ni ley, entregado a lo que digan los antiguos dados que ruedan para solaz de los dioses y ludibrio de los hombres”.
Pero veamos como Mutis resume a Maqroll, en la novela Abdul Bashur, soñador de navíos:
“Partía de la convicción de que todo estaba perdido y sin remedio”
“Esperaba de las mujeres una amistad sin compromiso ni tráfico de culpas y siempre acababa abandonándolas”.
“Olvidaba las ofensas y, por lo tanto, la venganza”
“Carecía por completo de todo sentido del dinero”
“…un lector devorante, sobre todo de páginas de la historia y de memorias ilustres”
Sin embargo, y eso es lo paradójico de la escritura de ficción, el autor es apenas parcialmente propietario de los sentidos de la obra y cada lector hará lo suyo. En cuanto a Maqroll, juntando fragmentos, podemos especular que se trataría de un colombiano de tierras cafeteras, entre los cincuenta y cinco y sesenta años, de mediana estatura y acento indeterminado, políglota, huérfano –es posible que su madre muriera cuando él apenas era una criatura, a su padre nunca lo conoció–, de temperamento apático y con una gran necesidad de afecto.
Ahora, vale la pregunta: hasta qué punto Maqroll trasciende de las páginas en que está prisionero y se convierte en un personaje universal. No es un desfacedor de agravios como el Quijote, ni sueña en Itaca como Ulises, tampoco predica conocimiento alguno como Gurdieff –a quien se le parece en ciertos rasgos–– ni cree en utopías como el Ché. Quizás sea su fatalismo el que nos atrae, esa amoralidad budista que le impide tomar partido frente a cosas que normalmente reclaman una elección de los hombres, esa creencia suya de que con sólo dejar que las cosas sucedan, ellas mismas traen escondida la clave de lo que hay qué hacer.
A veces Maqroll decepciona y quizás haya una velada intención de Mutis de presentarlo como el antihéroe. Atrae a las mujeres como el relámpago y talvez el secreto resida en su imposibilidad de permanecer en parte alguna y, por lo tanto comprometerse en algún tipo de relación duradera. Las mujeres en las novelas de Mutis son celestinas y protectoras de Maqroll: Ilona –que no sólo es su amante y cómplice, sino una especie de Gaviera––, Flor Estévez, la ancha morena de la Nieve del Almirante, quien lo ama, acoge en su tienda del páramo y patrocina su aventura por el Xurandó. Doña Empera, la Úrsula ciega, celestina del río en un Bel Morir, quien además lo salva de morir.
Las mujeres que se relacionan sentimentalmente con Maqroll ––por decirlo de algún modo–– caen en las redes de la desgracia. Flor Estévez desaparece sin dejar rastro de la Nieve del Almirante, Ilona muere calcinada en un barco abandonado, Amparo María es asesinada por los militares en un Bel Morir y Antonia enloquece después de ser sodomizada por Maqroll en la mina de Amirbar.
Llama la atención cierta pacatería del autor ––en el fondo Mutis es muy bogotano–– al describir las relaciones sexuales, en las que se ven envueltos los protagonistas de sus novelas, generándose cierto “arquetipo” en la descripción y podríamos afirmar que allí no están sus páginas más logradas.
Mutis construye personajes con una estructura similar o podría tratarse de un solo personaje con distintos vestidos. Es el caso de los capitanes de barco: El de Vancouver que se cuelga de un mástil del lanchón cuando se dirigen hacia los aserraderos, Wito que se suicida, pegándose un tiro dentro del barco, en las costas frente a Panamá; Olrik, quien muere de un infarto también en su nave, Jon que ve hundirse su Tramp Steamer en las traicioneras aguas del Orinoco y con ello también el amor de Warda. En el caso de ayudantes, Makroll siempre encuentra a hombres primarios, elementales, analfabetas y de una gran lealtad e inteligencia: el práctico, Longinos, el Zuro y Eulogio, quienes son baquianos en los intricados caminos del trópico y tienen hacia él una devoción y gratitud subalternas.
Es hora de volver a la hipótesis planteada y fundamentarla. Dije que el aliento narrativo de Mutis deriva de su capacidad poética, que le permite nombrar un mundo, calificarlo, ordenarlo al modo de un dios verbal que reina sobre sus criaturas. Pero afirmé también que en sus novelas hay cierta ampulosidad expresiva que tiene su origen en la forma enunciativa y abarcadora de su poesía, que en algunos momentos recuerda a un Neruda enamorado de su propio discurso.
Mutis interviene como personaje y narrador, lo cual es simplemente un recurso del escritor, pero el problema está en que la necesidad del personaje Mutis, de tener un sitio en la historia, y su manía calificadora de la situaciones, en ocasiones lleva al narrador a debilitar la acción, la trama misma, a cargarla de un tono discursivo que tiende a repetirse. Diría que hay mucho artificio verbal, de elaborada geometría literaria producto entre otras cosas, de la indudable maestría del autor, pero al final queda una pregunta flotando y es hasta dónde los personajes e historias de sus novelas son un trasunto complejo de una personalidad dubitativa, solitaria y sensible, o simplemente estamos ante el fuego de artificio de un mago de las letras. Hay demasiadas alusiones a las marcas de los vinos y a los tipos de comidas, y aun, a nombres de pensiones y restaurantes, todo ello puede en un contexto ser surrealista, como los personajes de Buñuel, en el Discreto Encanto de la burguesía, pero también se corre el riesgo de la banalidad, y si me atengo a los hechos, allí donde El Gaviero es frívolo, es que Mutis se ha puesto sólo la máscara de Makroll.
Maqroll revela la metáfora de lo undívago de la vida y si atendiéramos la idea de Gabo, de que Maqroll somos todos, ello sólo es posible en la medida que así nos quedáramos debajo de la cama, o nos amarraran a un castaño como José Arcadio Buendía, todos somos exiliados de la patria de la infancia, todos alguna vez soñamos con viajes y países lejanos, todos viviremos la partida de seres queridos, todos vivimos algún amor que se quedó perdido en las nieblas del azar...
Maqroll como un niño autista nos dice desde su silencio, así como el Che nos dijo desde su mirada abierta en Vallegrande que las cosas pueden ser peor de lo que ya son y que no hay que tener esperanza, porque como decía Spinoza, la esperanza es una pasión triste.
Maqroll anhela como León de Greiff que la vida le depare un bel morir, piensa como Rilke en una muerte que derive de la vida: en una muerte propia que, permanentemente nos es negada, como la muerte ajena de tanta gente en las torres gemelas o en las montañas de Afganistán.
Curiosamente en Caravansary, en el poema Los Esteros aparece la única descripción en toda la obra de Mutis, sobre la muerte de Maqroll: “...El gaviero yacía encogido al pie del timón, el cuerpo enjuto, reseco como un montón de raíces castigadas por el sol. Sus ojos, muy abiertos, quedaron fijos en esa nada, inmediata y anónima, en donde hallan los muertos el sosiego que les fuera negado durante sus errancia cuando vivos.
Ahora sólo queda Mutis por el foro.