Lo que nos enferma no son las enfermedades. Ellas no tienen una existencia separada de nosotros. No son un castigo divino ni nos caen del cielo. Cuando decimos “me cayó una gripa” nos equivocamos. La gripa no es un demonio alado que va por ahí buscando a quien incapacitar. Sería más preciso decir “estoy viviendo una gripa”.
Pero el gran secreto es que no queremos apoderarnos de nuestras enfermedades ni empoderarnos frente a ellas. Por lo general preferimos asumir una posición pasiva, de cierta debilidad, ante las desgracias que nos ocurren. Buscamos culpables, damos excusas, esperamos milagros, evitando de manera astuta soluciones obvias. Todo esto no es malo ni es falta de carácter, es nuestra frágil naturaleza humana con sus muy humanos miedos.
Hace unos años sufrí dos hemorragias intracraneales seguidas. Necesité resonancias magnéticas y escanografías de control. Cada vez que me metían al túnel con el amenazador ruidito del gran imán que giraba yo temblaba. Y al salir seguía temblando. Los técnicos ya me conocían y sin poder darme un resultado en ese instante, me tranquilizaban con un piadoso pulgar alzado. Sobreviví a todas esas crisis y hoy tengo que visitar a una enfermera de mi EPS cada dos meses. ¡Y ahora le tengo miedo a la balanza con que me pesa porque de cita a cita no he perdido ni un kilo! Todos tememos nuestras enfermedades y a nuestros médicos. Y a nuestro sistema de salud que nos clasifica, nos rotula y nos prescribe órdenes. Hasta los mismos médicos lo sufrimos.
Seamos valientes por una vez y pensemos sinceramente en lo que nos enferma. Por supuesto que eso es un problema vasto, complejo. Una pregunta irritante y políticamente incorrecta puede orientar nuestra discusión: ¿por qué los pobres se enferman más que los ricos? No es una pregunta nueva y podría haberse formulado hace unos doce mil años cuando aparecieron las primeras ciudades con pobreza urbana, castas sociales, guerras, epidemias, en resumen lo que llamamos civilización. Y no nos hagamos falsas ilusiones, no hay vuelta atrás, los Cuatro Jinetes del Apocalipsis seguirán cabalgando por el mundo en el futuro inmediato.
La asociación entre pobreza y enfermedades se intentó explicar por primera vez hace unos doscientos años por un médico vienés llamado Johann P. Frank. Se han explorado diversas soluciones teóricas al problema en los últimos dos siglos. Y por supuesto se han implementado distintas respuestas políticas, ninguna satisfactoria por completo. Pero el estudio de la asociación pobreza-enfermedad nos puede dar luces sobre qué enferma al ser humano.
Han surgido tres tipos de grandes explicaciones al fenómeno. Primero, el ser humano con carencias económicas se enferma por las cosas que lo rodean: hacinamiento urbano, aguas impuras, contaminación ambiental, alimentación mala y escasa, vectores como los zancudos, etc. Segundo, el ser humano se enferma por las cosas que le hacen falta: educación sanitaria, dinero para pagar la consulta, sistemas de salud deficiente, etc. Y más recientemente se ha popularizado una tercera explicación: el ser humano es fundamentalmente social y se enferma por vivir en sociedades desiguales.
Esta es la explicación defendida por una pareja de epidemiólogos ingleses, Richard Wilkinson y Kate Pickett, en “The Spirit Level” (2009). El libro es ya un clásico y al mismo tiempo ha suscitado grandes polémicas en el campo de la salud pública. Los autores afirman que muchos problemas de salud son más comunes en los estratos sociales inferiores (lo que ya sabíamos) pero son mucho más comunes estadísticamente en las sociedades con altos índices de desigualdad. Problemas que muestran esta asociación son baja expectativa de vida, alta mortalidad infantil, obesidad, frecuencia de enfermedades mentales y otros.
La principal causa fisiológica de mala salud en sociedades desiguales
es el estrés crónico sufrido por personas
que viven en estratos sociales inferiores
La principal causa fisiológica de mala salud en sociedades desiguales es el estrés crónico sufrido por personas que viven en estratos sociales inferiores. Más concretamente el estrés asociado al bajo status social, la ausencia de redes de apoyo y el estrés experimentado en los primeros años de vida. Estas ideas parecen simples y aunque no son aceptadas por todos los expertos han suscitado grandes iniciativas actuales para luchar por la igualdad social antes que por el simple desarrollo económico. Quizás en el futuro no clasificaremos los países en desarrollados, no desarrollados y medio desarrollados. Ni en países del Primer, Segundo o Tercer Mundo. Sino países con igualdad social o sin igualdad social. Por ahora a este segundo grupo de países con poca igualdad social pertenecen países ricos como los EE. UU. y países menos ricos como Colombia.
No sé como traducir con precisión el título The Spirit Level del libro de Wilkinson y Pickett. Podría ser Equilibrio Espiritual o la Balanza del Espíritu. O simplemente Nivel Espiritual. Quizás eso es lo que nos falta en nuestra sociedad adoradora del estatus social, de competitividad asesina, envidiosa, egoísta. Y estresada hasta la enfermedad.