Recordé que mi madre, de pequeño, me contaba las tristes historias de la guerra bipartidista. Su papá -me decía- tuvo que vivir mucho tiempo en el monte para que no se lo llevaran. "Nos tocaba llevarle la comida y dejársela en los árboles y él, cuando podía, venía por ella. A mí me tocaba vivir sola con mis hijos. Trabajar duro para poder alimentarlos y también muchas humillaciones", entre ellas, que a su primogénito, cuando llegaban los guerrilleros o los del gobierno, apuntándole con una bayoneta, se preguntaban entre ellos "¿Será que va a salir godo o liberal?" Dependiendo la respuesta, podía continuar con vida. Mi corazón de madre casi se estallaba de dolor y miedo –decía Luisa-. Pedirle a Dios era mi única arma. Él siempre lo salvó.
La guerra persiguió a Luisa no por liberal sino por goda. La volvió a tocar en 1984 con la muerte de uno de sus hijos. Fueron 32 años de lágrimas de dolor, que salieron de sus ojos. Fueron tantas que con ella se pudo humedecer una sequía araucana de marzo. Mucho lloró mi madre por culpa de la guerra. Y al lado de ella lloramos todos los que la amamos. Muchas veces sin lágrimas y sin palabras, para no aumentar su dolor. Debo confesarlo que su tristeza me llevó a pensar hasta en la venganza. Sabiendo que esta también le traería dolor, renuncié.
A diferencia de Luisa, a mis nietos quiero contarles de la guerra en pasado, -porque a mis hijos ya les tocó conocerla-, con dolor y la nostalgia de no tenerla. Recordaré sus retratos de la violencia, hechos con palabras que vivió en el campo araucano. Aún están tatuados en mis neuronas. Ambiciono un país en el que a mis hijos y nietos no les pregunten con bayonetas por su partido político para permitirles la vida y otros derechos.
Todo ocurrió en diez minutos, en una habitación refrescada por la tecnología, en un candente calor araucano, acompañado de María Zoé a quien le decía, sin pronunciar palabra alguna, en mi mente, -como solía decir Luisa-, "ya no te tocará vivir esta guerra". Y me daba mucha alegría. Era el medio día y a esa hora las noticias informaban el fin de conflicto con las FARC. Igual me imaginé a Juan Esteban, mi hijo de un mes de nacido, cabalgando en el llano y en el piedemonte, acompañado de su madre, observando El Cocuy, montando su caballo amarillo, ya sin el pánico de las bayonetas o los fusiles.
Me emociona la Paz. Luisa, te la perdiste. Cuando nos veamos te cuento cómo es.