Los escucho hablar en las esquinas, en la radio, dando cátedras de moral y de cómo ser macho. Ellos, que lo único que han hecho en su vida es perder, se atreven a creer que tienen el derecho no sólo de traer niños al mundo, sino de educarlos. La educación para estos trúhanes consiste, por supuesto, en convertirlos en seres tan despreciables como ellos mismos.
Ahora están espantados por que viene una dictadura homosexual en Colombia que pervertirá a sus hijos sólo porque a la ministra de educación, en uno de sus pocos momentos de lucidez, le dio por obligar a los colegios, casi siempre dirigidos por curas pedófilos, a que no discriminen a los niños afeminados, a los que los bravucones de otros cursos más adelantados someten a torturas indecibles como sumergirlos dentro de un inodoro sucio o desnudarlos en gavilla y de paso los violan con la complacencia del colegio que de esas cosas por supuesto no habla.
¿Qué clase de país es éste en donde se llama a la resistencia civil porque se quiere poner fin a un conflicto de 65 años y en donde se matonea a una ministra sólo porque dice que ser gay no es pecado? Mañana saldrán los colegios a protestar, la gran mayoría serán los mismos que salieron el pasado 2 de abril a gritar por la guerra. A su lado estarán acompañados por los sacerdotes que, deslegitimados por los escándalos de los últimos años, todavía tienen el descaro de aferrarse al derecho que se apropiaron de educar a nuestros hijos. La iglesia tiene miedo de perder el monopolio de la educación y, escudándose en la ignorancia, en el machismo, en el odio de los papitos colombianos, se mantendrán a flote a como dé lugar.
En Colombia es pecado invocar al progreso, es pecado aceptar al otro, es pecado la tolerancia, es pecado la paz, es pecado ser gay, es pecado decir que los negros tienen alma. Para los acomplejados, obtusos y tartufos padres de familia colombianos los únicos que tienen derecho a ser gays son los obispos, los sacerdotes. Ellos si pueden abusar de monaguillos y después hablar sobre el amor a Dios que es el único amor que importa.
Muchos de esos papitos que saldrán a marchar para que extirpen para siempre la homosexualidad de los colegios son gays que no han salido del closet. Ellos, los seguidores de Cabal, no están sólo. La derecha más retardataria de éste país como esos abominables pastores de iglesias clandestinas que se transforman en concejales, todos los seguidores del procurador o del obispo de Villavicencio, dejarán su eterna disputa por la virgen María para unirse contra el enemigo en común: la apertura hacia el mundo, abrazarse a la ciencia, al conocimiento. Ese es el problema de la democracia en países tan pobres como el nuestro, que gente que no tiene la capacidad mental para dirigir, gente fácilmente manipulable puede salir a la calle y llenarla. Porque el problema es ese precisamente, el problema es que son millones, son ignorantes y tienen ganas de sangre.
Ellos se sienten más cómodo con sus dioses caducos viviendo en una aldea feudal en donde el Rey sería Monseñor Ordoñez, una aldea en donde la apertura quedaría para siempre clausurada.
