Los medios de comunicación nos han hecho conocer el drama aterrador por el que están atravesando mil trescientos inmigrantes ilegales en una de las zonas más inhóspitas de Colombia, donde el calor, la humedad, la vegetación y la pobreza se reúnen para crear condiciones difíciles para sus pobladores, pero mucho más duras para quienes no tienen ciudadanía, ni casa, ni plata, solo la profunda decisión de escapar de su país nativo.
En tal situación de desamparo las familias suplican por un gesto humanitario de Colombia. Le ruegan al gobierno que no las devuelva a su país y que si los va a expulsar los mande para México. La solución que proponen resulta tan difícil como la vida de hacinamiento que están llevando en una bodega de Turbo. Y es difícil ese gesto humanitario por varias razones, pero tal vez la principal es porque nuestro país no es el destino buscado, ni siquiera sería la segunda opción, la meta es Estados Unidos o su vecino México que les serviría de antesala al tan anhelado sueño americano.
El tema de la inmigración ilegal, como le está pasando a Turquía, Grecia o a otros países, sigue siendo un gran problema para las naciones de paso. Tanto en el Urabá como en el Mediterráneo la crisis está generada por hechos ajenos que expulsan a miles de personas para que caigan en las redes infames de tráfico humano. Allá la guerra en Siria y las barbaridades del Estado Islámico, aquí la situación de Cuba que puede no ser tan grave pero sigue expulsando miles de personas.
Hasta hace pocos años las balsas eran la forma más utilizada para intentar ingresar a Norteamérica debido a que allá subsiste una ley que permite que un inmigrante cubano apenas toque suelo americano reciba estatus de refugiado. Pero el control de las balsas se ha hecho más fuerte y probablemente debido a esto apareció el tráfico terrestre, ingresando por Ecuador, luego recorriendo Colombia de sur a norte y de ahí saltar a Centroamérica hasta alcanzar la frontera mexicano-americana.
Como vemos el recorrido es largo y debe necesariamente contar con la complicidad de guardas de frontera, policía y todo tipo de autoridades. Toda una mafia de corrupción que nadie ha sido capaz de detener.
Ahora salen con dos soluciones bastante flojas: la de expropiar la bodega donde se hacinan esas pobres familias que fueron abandonadas por los traficantes y la expulsión o repatriación de los inmigrantes ilegales.
Los ojos de las autoridades
no vieron ese elefante que cruzó el país
¿Pero nadie vio estas personas cuando pasaron la frontera en Rumichaca? ¿Qué sucedió en el largo recorrido entre Nariño y Antioquia? Nada, los ojos de las autoridades no vieron ese elefante que cruzó el país; o mejor, no lo quisieron ver. Lo que sí se ve claramente es que en este país de corrupción hay ahora una muy bien organizada red de “coyotes” que ofrecen el viajecito a miles de ingenuos inmigrantes pero no se hacen responsables de sus vidas. Los manejan con una indignidad que da asco y las autoridades ni se enteran.
Si nos aterra que en el Mediterráneo haya traficantes que atiborren de gente barcos que no tienen ni las mínimas condiciones de navegación; si nos espantamos con la tragedia diaria de gente ahogada en las costas de la Unión Europea, debemos mirar con cuidado lo que nos está mostrando la tragedia de Turbo. De no detenerse esta mafia que trafica con vidas humanas, la expulsión de estos que cayeron en Turbo, no va a frenar la tragedia.
La expulsión y la expropiación de la bodega resuelve de mala manera, uno de los casos, pero parecería que hay muchos más. Seguramente hay otras rutas porque esos coyotes no descansan y el negocio es demasiado bueno para dejarlo así no más varado en el Urabá.
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