Teniendo en cuenta el lado del mundo en el que nací, pues no estaría ahora escribiendo esto si fuera sueco -o tal vez sí-, es prácticamente imposible que yo no descubra la belleza en los cuerpos de las mujeres que, como casi todas las que conozco, no superan los 165 centímetros de estatura. Mi madre, que fue el primer ser de sexo femenino que conocí, mide apenas 1.52 metros, y mi novia no llega al 1.60. Tal vez por eso es que, al menos yo, me quedo con las bajitas.
Desde el punto más norte de la maravillosa América Central hasta el extremo sur de la impresionante América del Sur, pasando por Honduras, Panamá, mi natal Colombia y Chile, las mujeres tienden a ser bajas de estatura pero gigantes de alma. En la Argentina, mi segunda patria, según un estudio alemán la estatura promedio de las mujeres es de 1.62 metros. En Brasil, por su parte, el promedio está en 1.55 metros. En Guatemala una mujer mide en promedio menos de un metro y medio. Valores muy bajos, si los comparamos con países como Letonia y Serbia, en los que las mujeres miden en promedio más de 1.70 metros. Así que, por si alguno tenía dudas, quiero que quede claro que este es un continente de chaparritas como les dicen en México o petisas como se les dice en Uruguay.
Es cierto que las mujeres con piernas largas, que parecen ser escaleras imbatibles que las acercan al cielo, también me resultan hermosas pues, por supuesto, esas figuras alargadas son dignas de admirar. Sin embargo, en esta América Latina desangrada ese grupo de mujeres está compuesto por una minoría. Es dificil que yo me cruce por cualquier calle latinoamericana con damas más altas que yo, y eso que mi estatura está más cerca de ser idéntica a la de Lionel Messi y no a la de Lebron James.
Pero volvamos a las mujeres que, gracias a la genialidad de la genética, tienen sus cabezas más cerca del suelo, que es el lugar en el que todos tenemos que tener los pies para que la locura no nos eleve hasta el cielo. Esas mismas que, como todos los habitantes de este planeta mentiroso, tienen defecto y que, posiblemente, el más grave que ellas poseen es el de anhelar ser altas. Debo reconocer que cuando era niño no podía entender por qué carajos las mujeres metían sus pies entre unos zapatos que las hacían ver unos centímetros más altas, y eso tal vez se debe a que para mí eso no es más que una ofensa contra su propia constitución física. Estoy convencido de que las mujeres y los hombres debemos aceptarnos tal cual como somos. No está bien eso de querer modificar nuestro cuerpo, a menos de que el único fin que motive ese cambio sea el de tener una vida un poco más sana.
Los hombres latinoamericanos debemos empezar a valorar la belleza de nuestras hermosas mujeres y dejar, finalmente, de soñar con las rubias de 1.85 metros para arriba. No podemos caer en el juego de colonización cerebral que nos planteó hace años Disney. Debemos entender que nuestras mujeres bajitas son tan lindas como las holandesas de piernas largas o más bellas que las francesas que parecen rascacielos. Nadie niega que los 180 centímetros de altura de Nicole Kidman o el 1.88 metros de Sharapova impresionan, pero, al menos a mí, también me enloquecen los 157 de altura que poseen Shakira y Salma Hayek.
¡Vivan las bajitas!
@andresolarte