Es probablemente la frase más conocida del presidente Turbay Ayala, y seguramente de la que más se burlaron en su momento.
Vale la pena reflexionar al respecto.
De un lado está la pequeña ‘corrupción’ de quienes simplemente solucionan sus problemas de naturaleza económica por ese camino (ya sea por necesidad o porque prefieren esa vía ‘facilita’).
Pero aquella contra la cual todo el mundo protesta es la ‘de cuello blanco’, la que corresponde solo a la ambición y al abuso de las situaciones de privilegio, ya sea desde los puestos públicos o desde el gran poder económico.
Esa corrupción, y la posibilidad de ceder a la tentación de caer en ella, es algo inherente a la naturaleza humana. Como es natural e inevitable que al nivel de una colectividad algunos de sus miembros se le entreguen. No existe la posibilidad de erradicarla en forma absoluta a niveles de cero, y la pregunta y el objetivo es: ¿cómo se reduce al mínimo y cual es éste? En cierta forma la frase del presidente Turbay es la manera de formalizar ese propósito, lo malo es que no aporta la respuesta a esas preguntas.
Para buscarlas una primera consideración es que parte de las causas del nivel de corrupción se encuentra en las condiciones del medio que se estudia. Hay menos corrupción en un Estado donde se tiene la seguridad que esta será castigada porque las autoridades policiales tienen la capacidad de detectarla y las judiciales de sancionarla, que en uno donde la impunidad es una alta probabilidad; y se da menos en un país donde es vista y castigada drásticamente por ser considerada un atentado contra la colectividad, que en uno en el cual es visto solo como otro de los delitos que puede cometer cualquier particular.
Si en el mundo actual los escándalos giran alrededor de este delito
es en parte porque el ultracapitalismo o neoliberalismo
facilita y casi propende por ello
Una segunda, que el capitalismo, al tener como base el egoísmo individual y el ánimo de lucro como incentivo central, propicia la tendencia del ciudadano a caer en ella. Y en ese sentido entre más radical es el espíritu y la estructura capitalista de una colectividad —y si por razones culturales o de subdesarrollo no tiene la capacidad de satisfacer o controlar esa tendencia— más proclive es a tener altos índices de corrupción; si en el mundo actual los escándalos en tantos países giran alrededor de este delito es en parte porque el ultracapitalismo o neoliberalismo facilita y casi propende por ello. La falta de ‘profesionalización’ en el servicio público, la idea que la intervención del Estado es un obstáculo para una eficiente administración, y la idea de que el éxito en la actividad privada son referentes para pasar al gobierno, no tienen en cuenta que, al igual que esos incentivos son indeseables y contradictorios con el servicio público, los caminos e instrumentos que en el sector privado son normales —como el que como socios o mediante comisiones participen de los beneficios de un negocio quienes pueden incidir sobre de él— son el mayor pecado en la función pública.
Y otra, que en nuestro sistema político los partidos no tienen la naturaleza y características de un partido político; entre ellos no existe controversia ideológica ni confrontación sobre propuestas que encarnen prioridades en la orientación y la administración del Estado; su función se reduce a avalar a los individuos que escogen como camino para el éxito personal el acceder al poder; y para esto es necesario acudir a grandes inversiones en lo electoral y al ‘clientelismo’. La actividad ‘política’ no se acompaña de la noción de ‘servicio público’. En este sistema político están dadas todas las condiciones e incentivos para que se multiplique la corrupción.
Pero el otro aspecto dañino de la ‘corrupción’ (así entre comillas) es que se nos presenta como si solo dependiera de la naturaleza de los individuos, y así sirve de disculpa par no buscar correctivos a esas condiciones que la multiplican. El destacar al máximo el hecho mismo —volviéndolo lo más truculento posible (para aumentar el rating) — en vez de estudiar las circunstancias que lo rodean, impide que sea alrededor de éstas que se busque la respuesta a las preguntas formuladas inicialmente de ¿‘hasta dónde y cómo se puede disminuir al mínimo esta corrupción?’
Lo que sí es claro es que aumentar indefinidamente la legislación represiva no produce la solución. Menos cuando al mismo tiempo las condiciones carcelarias obligan cada vez a medidas de libertades condicionales, casas por cárcel, principios de oportunidad, etc. Si no cambiamos nada nos encontraremos en la famosa situación de que es tonto pretender que con los mismos principios se produzcan resultados diferentes.
Debería ser claro que para disminuir la corrupción son muchos los cambios que se necesitan, diferentes de la simple persecución y el aumento de las fuerzas y las medidas represivas.