Un restaurante-bar es el que nos da la bienvenida a nuestra primera parada. Los vendedores de mango biche tienen sus vasos plásticos listos con sal y limón. Uno de ellos me avisa que a tres cuadras vivió el jugador de futbol Freddy Guarín. Son las siete de la noche y los niños se abalanzan a besar a Monseñor. La humedad es ahora la protagonista de este lugar donde se respira el clamor de la guerra. Caminamos por calles sin pavimentar hasta la Catedral San Pedro Claver donde inicia la última misa del día, pero a Monseñor todavía le quedan energías para la procesión que se extenderá hasta las once de la noche. Llegan las doce y el silencio se apodera de este municipio de sombras, una tierra donde muchos hubieran preferido nacer en otra parte.
Jugo de maracuyá es nuestro primer sorbo del día. Caldo de costilla, huevos, chocolate, queso y pan serán la fuente de energía durante diez horas, que es lo que nos falta para llegar a Puerto Berrío. El barco sale a las once porque hay misa y procesión así que tengo tiempo para conocer el hogar del ídolo de la Selección Colombia. Me separo del grupo y me uno a Cristian, mi guía en Puerto Boyacá y por fortuna amigo íntimo de los Guarín.
Estamos en territorio boyacense pero la idiosincrasia de su gente parece paisa. La mayoría de jóvenes anhelan terminar el bachillerato para irse a Medellín. Caminamos unas cinco cuadras desde el Muelle de los Jonson y llegamos al barrio más antiguo, Pueblo Nuevo. Por un callejón en medio de dos casas está la de los Guarín, es azul como el uniforme del Porto F.C.. Golpeamos y sale Yamile empijamada, una de las tías de Freddy, diciendo que volvamos después porque todavía están durmiendo.
Nos sentamos a esperar en el zaguán de María Hilda y Ligia, vecinas de los Guarín hace 50 años. Nos ofrecen tinto y mientras asan sus arepas de maíz nos anticipan la historia de sus vecinos. Son las siete y Puerto Boyacá todavía duerme pero para aprovechar el tiempo Cristian tiene un plan.
—Le voy a mostrar el monumento de un revolucionario. Me dice.
Tomamos dos mototaxis y subimos hasta el cementerio. Entramos al hogar de tumbas blancas y lo primero que veo es una cúpula que cubre una inmensa pirámide rodeada de flores. El prócer no es nada menos y nada más de Henry de Jesús Pérez, fundador de las autodefensas de Puerto Boyacá. Para Cristian, quien apenas nacía cuando este hombre existió, es un revolucionario. Pero para quienes vivieron su sometimiento éste no fue más que un asesino.
Las motos que esperan afuera nos conducen a la Ye –la entrada de Puerto Boyacá-, el lugar donde hace poco posaba la valla que estigmatizó la imagen al pueblo y hoy es reemplazada por una de paz y reconciliación. “Nosotros: Arnubio Triana Mahecha (Botalón), Gerardo Zuluaga Clavijo (Ponzoña) y Álvaro Sepulveda Quintero (Cesar) y todos y cada uno de los ex miembros del ex bloque de las autodefensas de Puerto Boyacá DE CORAZON: pedimos perdón a todas las víctimas de conflicto armado en Colombia.”, es el anuncio que le da la bienvenida a los visitantes.
De regreso al centro, quedo con una sensación extraña. “Hace menos de un año capital antisubersiva, hoy ¿ejemplo de perdón y reconciliación? No entiendo muy bien.
Llegamos a la Catedral y Monseñor todavía da la misa. Me tomo un jugo de naranja recién exprimido en un puesto ambulante muy concurrido y siento la mirada examinadora de un mototaxista que me entrevista. Le explicó la misión de nuestra peregrinación y me pregunta.
—¿Dónde quedamos los desmovilizados en todo ese cuento?
—En que todos merecen el perdón de las víctimas para que haya un proceso de reconciliación.
Me lanza otra pregunta.
—¿Y a ustedes no les da miedo que los secuestren?
Evado la conversación
—Tranquila que yo soy de confianza. Me dice con una mirada desafiante.
Tomo un taxi que está a mis espaldas y el hombre se queda con una risa burlona.
Lo único que quiero es irme de Puerto Boyacá pero todavía quiero conocer a Doña Mercedes y Don Absalón quienes me reciben desayunados.
Lo primero que veo al entrar son dos fotos de Freddy colgadas en la pared. Ella me espera en una mesa de madera con restos de arepa en el plato y él en calzoncillos porque desde que lo trajeron del hospital no se ha podido parar de la cama. Me acercó al oído de doña Mercedes porque casi no oye y le pregunto por su nieto.
—Ese es un loco. Me responde riéndose.
En medio de las paredes a las que se les descascara la pintura el único accesorio es un televisor pequeño que proyecta una imagen lluviosa en blanco y negro. Doña Mercedes se levanta y se dirige al cuarto a pedirle a su esposo que me deje ver las fotos de Freddy.
Regresa con una caja de cartón llena de cuadros y las vemos una por una sin afán.
Ya casi van ser las once y yo hubiera querido pasar más tiempo con los Guarín, gente carismática que me hace pensar que en este pueblo hay personas buenas.
Regresamos al muelle de los Jonson donde un grupo de niños y jóvenes ensayan las canciones con las que despedirán a la Virgen peregrina que viaja con la Redprodepaz. Le doy un abrazo a Cristian y me embarcó rumbo a Puerto Berrío, punto de estancamiento de los N.N del río Magdalena.
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Navegamos durante cinco horas y a lo lejos vemos el puente Monumental que une Antioquia con Santander. Un eco nos trae el ensayo de la banda de guerra de la Decimocuarta brigada del Ejército, implicada en varios procesos por falsos positivos. Un callejón de soldados nos da la bienvenida y al final de las escaleras Monseñor Camilo Castrellón y el comandante de la división, Coronel Juan Vargas esperan a Monseñor con un abrazo. El alcalde no está y todos dicen que es porque anda escondido.
Nuestra Señora de Chiquinquirá desciende del barco y emprende su camino hacia la sede de la Brigada precedida del sonido de los platillos y los tambores. Los militares marchan con la virgen al hombro, el calor casi deja respirar y el recorrido parece interminable. La descargan sobre unas escaleras. Atrás se lee 'Héroes caídos en acción' y a los lados se plantan doce soldados.
Monseñor Camilo inicia el rezo con una oración por los militares y policías de Colombia, resalta la decisión del presidente Santos de incluir a dos generales de la República en la mesa de negociación de La Habana, pide por las madres de los uniformados y dice que “cuando alguien arremete contra la Nación el deber del ejército es reaccionar”. Después de un discurso político-militar expuesto a manera de rosario, la virgen sigue su procesión hasta la Parroquia Nuestra Señora de los Dolores donde los vendedores de escapularios que nos han seguido todo el camino ya tienen sus negocios montados.
En las esquinas hay música, agua de caña y fruterías. Se respira fiesta y alegría. Aquí se nota la plata. Hay una moderna oficina de Davivienda, camionetas y supermercados. Atravesamos el parque central y en segundos desde una patrulla unos policías intercambian armas con un civil. Nadie vio entonces nadie se detiene, además en la casa cural nos espera el almuerzo: sudado de bagre.
Cae la tarde, los uniformados siguen rondando las calles y cierro el día con broche de oro, granizado de lulo patrocinado por uno de mis compañeros de viaje.
Nos levantamos temprano porque hay que salir a las siete.
Salgo con Germán a buscar un café mientras el resto se termina de alistar. Una señora con acento paisa nos invita a su tienda que es de las pocas que están abiertas. Nos pregunta por la peregrinación y dice:
-Ojalá esa virgencita traiga paz a esta región. Me cuenta sobre el asesinato de un abogado la semana pasada y de repente interrumpe un hombre motorizado quien desde lejos le hace un gesto con la cabeza.
De una cajita que está dentro de la nevera, ella saca doce mil pesos, sale y se los entrega. Él acelera porque tiene que seguir recogiendo la vacuna.
-¡Esto es lo que me tiene mamada!. Trabajar para los demás y alimentar esos hijueputas.
Nos despedimos antes de que despierte el pueblo y caminamos en busca de nuestra tripulación que hoy nos lleva rumbo a Barrancabermeja.