Un día de parranda desaforada, los cuatro músicos que acompañaban a Aníbal Izquierdo, un campesino que ahogaba sus penas haciendo canciones, lo abandonaron. Los días sin la música eran más largos. Ni siquiera la madera que transformaba en mesas lo consolaban.
Él, que alguna vez entre el húmedo calor de San Carlos, le sacaba al quite al aburrimiento poniendo a volar helicópteros que muchas veces sucumbían a los fuertes vientos de Córdoba. Así que tomó maderas, latas y puntillas y se inventó ésta orquesta de una sola persona que demuestra que nadie es indispensable en este mundo ni siquiera para armar una parranda.