El alcalde de Bogotá, Enrique Peñalosa, se distingue claramente por dos cosas: su elevada estatura en un país de pequeños y medianos, y por su inmenso ego que no se preocupa por disimular. Ha logrado algo que pocos colombianos alcanzan y es una gran reputación internacional. En The New York Times aparece su foto con otros grandes, cuando salen en este prestigioso medio, promociones de muy alto nivel sobre foros que tienen que ver con temas de ciudades y obviamente de movilidad urbana. Esta realidad innegable que lo coloca por encima de muchos líderes locales, que siguen siendo muy provincianos, poco conocidos en el exterior, le ha ayudado sin la menor duda, a inflar su "yo" de una manera tal, que ya tiene cara de superioridad cuando se relaciona con los humildes mortales.
Pero además, hablando de sus activos para pasar a sus pasivos, se le reconocía como un gran ejecutor, cualidad de nuevo bastante escasa entre nuestros funcionarios públicos. Y como si fuera poco, ya había sido alcalde de esta ciudad y se le identificaban mucho más sus aciertos que sus fallas. Pero poco a poco su imagen se ha venido desinflando en esta su nueva alcaldía de la capital del país, hasta llegar al día de hoy, con la peor imagen entre los alcaldes de las grandes ciudades del Colombia. Conociendo su prepotencia, este sí que es un duro golpe a su enorme ego.
Ya se habían dado pequeñas fisuras en su orgullo cuando se supo que no eran ciertos los títulos que se creía había obtenido en afamados centros educativos internacionales y no pudo, por más que trató, de quedar bien con las explicaciones que dieron sus subalternos. Pero lo más dramático es que después de haber generado grandes expectativas, de lograr que ese establecimiento que sigue mandando en este país lo eligiera como el futuro gran alcalde, en seis meses de administración no solo no muestra resultados consistentes, sino que su imagen se desinfla de manera impresionante.
No se trata de que no haya hecho nada.
Lo grave es que hace cosas importantes, pero incompletas
Y no se trata de que no hay hecho nada. Lo grave es que hace cosas importantes pero incompletas. Por ejemplo, sacó a los informales del centro financiero de Bogotá, la Avenida de Chile, pero como las soluciones fueron a medias, esta población que necesita vivir como todos nosotros, simplemente se desplazó a lugares aledaños. Lo del Bronx y otros sitios similares sin duda ha sido importante. Pero de nuevo, hoy Bogotá está lleno de esta población que deambula por las calles sin futuro y que tienen derecho a una atención especial. Es decir, soluciones a medias que obedecen a algo que desafortunadamente se le nota a Peñalosa: la gente no lo conmueve y lo ponen a vibrar más los grandes buses de Transmilenio y las urbanizaciones en zonas como la Reserva Thomas Van Der Hammen, que estos pobres ciudadanos llevados por el vicio y despreciados hasta por sus propias familias y a quienes el Estado, la alcaldía en particular, tiene la obligación de atender.
Pero los golpes al ego pueden ser muy positivos si se aceptan como tales. Apenas empieza su alcaldía, así que bájese de la bicicleta señor alcalde, escuche las protestas y reduzca su ego, como diría el expresidente Turbay, a sus justas proporciones. Está a tiempo. Y de paso atienda a los ciudadanos inconformes, que son muchos, para que sus quejas las promedie con los halagos de sus subalternos. Solo así empezará a entender a esta pobre Bogotá, tan maltratada y con cara de abandono.
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