Durante toda mi vida me he sentido muy orgullosa de mi "López de Popayán" y siempre he sido explícita sobre mi fortuna de ser una mezcla de costeña, valluna por mi madre, y payanesa por mi padre. Ese orgullo viene desde muy pequeña cuando mi padre se vanagloriaba de ser descendiente del Cacique de Pubenza, lo que no le caía muy bien a mi madre muy oronda de su "descendencia española", según mi bisabuela. A pesar de ser una admiradora del expresidente López, con quien tuve una buena amistad, jamás he dejado que la gente me asocie con su gran trayectoria, ni como miembro de su familia, a la que también aprecio, pero a la cual no pertenezco. Mi López es definitivamente de Popayán.
Pero resulta que ahora somos tres mujeres C. López, dos de ellas con alto protagonismo actualmente, y yo, con mis actividades que de una manera u otra, me mantienen un poco en la esfera pública. Por ello, se me complicó el López aún más, y hoy, llamarse C. López es una especie de peligro diario. A mi hijo, que es el que vive en Colombia, le dicen con frecuencia y con sarcasmo que su mamá es una política de izquierda, pensando en Clara López; y él se ve en apuros porque para diferenciarme no puede decir que soy de extrema derecha o de extrema izquierda porque sabe que no lo soy, y porque no encuentra como aclarar que yo fui, pero ya no soy ministra.
Como Claudia y Clara, las otras dos C. López están en la mira diaria
y tienen muchos seguidores, pero también detractores,
mi pobre Twitter está lleno de vaciadas
Pero el peligro es aún más grave. Como Claudia y Clara, las otras dos C. López están en la mira diaria y tienen muchos seguidores —pero también detractores—, mi pobre Twitter está lleno de vaciadas, unas poco amables y otras que son claros insultos. Entonces a mis adversarios de siempre que conocen mis debilidades y me dicen fea, cacatúa, samperista, vieja, y todo lo demás, se suman los que están en desacuerdo con las ideas de Clara y con las pelas de Claudia; porque además estas dos C. López no son precisamente unas peritas en dulce. Últimamente, "No soy Clara, o, No soy Claudia" se han convertido en las respuestas que limitan la mayoría de mis tuits.
Tengo que reconocer que tantos años como funcionaria pública, 1978 a 1998, y después en la política, 2006 a 2010, me han dejado una colección de enemigos desconocidos. Pocas veces me dicen bruta, lo que no me ofendería porque estoy segura de que precisamente eso no soy, pero sí me dicen fea y sus derivados cada vez que pueden, cosa que me duele porque siempre he vivido con ese complejo. Por fortuna, también existen mujeres y hombres que generosamente ven más mis pocas virtudes que mis innumerables defectos —aunque no voten por mí— y que me dan mucho afecto. Son ellos quienes más me estimulan a seguir opinando e investigando sobre este país, pero sobre todo, a participar en debates donde me invitan.
En todo caso, el peligro hay que enfrentarlo. Convocaré un cónclave de las C. López a ver como mantenemos la diferenciación de nuestros enemigos porque curiosamente los halagos sobre las actividades de ellas dos, que son muchos, esos sí les llegan a la C. López que toca, pero los insultos me caen todos a mí. Me quedan dos preguntas: primero, ¿será que a ellas les pasa lo mismo que a mí a pesar de no estar yo en primer plano? Pero, segundo y sobre todo, ¿será que ellas están recibiendo todas que las flores que pueden ser para mí? Acepto sugerencias para resolver este rollo.
E-mail [email protected]