El 23 de junio se dio un nuevo paso para culminar la mesa de La Habana, y con ello un gran salto para lograr la paz de Colombia. El cese de hostilidades entre las FARC-EP y el Estado nos acerca al último día de la guerra. Surge la pregunta ¿Qué hace falta para llegar a ese día? Sabemos que el ELN juega un papel importante en la respuesta.
En los próximos meses, las dos partes esperan resolver los temas inconclusos sobre los puntos tratados (Fondo de tierras, curules en el congreso, magistrados del tribunal de paz, etc.) y abordar el último punto de la agenda, relacionado con la implementación, verificación y refrendación del acuerdo general, dándonos mayor claridad sobre los mecanismos y tiempos que se requieren para efectuar esta tarea titánica.
El acuerdo suscrito por las partes contempla, entre otros, el desmantelamiento y la superación del fenómeno paramilitar, una de las grandes preocupaciones para los insurgentes a la hora de abandonar las armas y para las organizaciones sociales que han sido víctimas de la represión de estas organizaciones criminales. Si en los próximos años el Estado cumple con la implementación de los puntos acordados (desarrollo rural integral, participación política, solución al problema de las drogas ilícitas, reparación a víctimas) no solo concluirá la confrontación armada que se originó en Marquetalia, también va mejorar la calidad de vida de todos los colombianos y se dará inicio a un proceso de apertura democrática.
Para identificar las posibilidades y los límites a los que se enfrenta la paz, debemos tener en cuenta los intereses y los cálculos de quienes gobiernan. Como lo señala con acierto Ariel Ávila en su última columna, las élites se agrupan en torno a dos posturas sobre el proceso de paz. Por una parte, están quienes se niegan a la solución dialogada para evitar una pérdida de su capital político y económico (tierras acumuladas mediante el despojo, discurso contra el terrorismo) representados en el uribismo. De otra, quienes esperan una paz sin grandes cambios, al menor costo, donde las medidas que adopte el gobierno no afecten sus ingresos (mayores impuestos) o futuros negocios (explotación minero-energética, privatizaciones), la cual representa Santos.
Para ambas facciones, la permanencia en armas del ELN resulta provechosa. Para el uribismo porque puede justificar la vigencia del paramilitarismo y mantener su discurso antiterrorista, y para el santismo porque puede disponer de todo su aparato militar para arremeter contra esta organización, al mismo tiempo que ahorra esfuerzos y recursos en una negociación que contempla temas económicos y sociales adicionales a los de La Habana.
Quienes entendemos que los jóvenes acuden a la guerra por falta de oportunidades y queremos dar fin a los horrores de la guerra, vimos con entusiasmo las caras de Antonio García (ELN) y Frank Pearl (Gobierno) en Venezuela, para dar inicio a la fase pública de las conversaciones que completarían, con dos mesas, un mismo proceso de paz.
La agenda acordada y hecha pública desde ese momento incluye puntos como “participación de la sociedad en la construcción de paz”, democracia, víctimas y “transformaciones para la paz”, complementado positivamente los temas tratados en la mesa con las FARC-EP y contribuyendo a posibles acuerdos sobre conflictos actuales que pueden dar pie a la contienda armada (conflictos por la tierra como los que se han presentado entre comunidades campesinas e indígenas por la explotación minera o petrolera).
Si bien esta agenda no ha perdido vigencia tras el congelamiento de los acercamientos, debido al sostenimiento de las acciones de esta guerrilla y al desinterés del Gobierno de Santos para darle continuidad a la negociación, el tiempo juega a favor del segundo y en contra del ELN y de todo el pueblo colombiano. La firma de un acuerdo final con las FARC-EP y la cuenta regresiva para las próximas elecciones, reducen a días la posibilidad de reversar esta situación.
Más que nunca se requieren gestos y acciones para evitar este futuro incierto. Si el ELN entiende la necesidad de dar curso a la solución política del conflicto bajo las actuales circunstancias, debe tomar acciones coherentes en este sentido, dejando a un lado el apego a fetiches y romanticismos con la historia. Son necesarios gestos de paz que busquen convencer a la sociedad, para que esta se sume al sueño de la paz, arrebatado una y otra vez en ocasiones fallidas, como nos lo recuerda el genocidio de la UP y A Luchar. Dichos gestos no serían muestras de debilidad sino actos de astucia y de honestidad.
A este clamor por una paz completa nos debemos sumar los actores sociales y la gente del común. Apaguemos la televisión y la radio para dar nosotros la noticia al mundo que hemos decidido reconciliarnos.