En la temporada en donde Tiryon Lannister se convirtió en un payaso borracho e intrascendente, en la que Danerys Targaryan pasó a ser una especie de Lillian Tintori, histérica y a la vez inexpresiva, cuando Cersei y Jaime parecían haberse momificado no por culpa del Gorrión Supremo sino de la incapacidad de los guionistas y Arya se perdía en un laberinto de la que no podían rescatarla ni siquiera George Martin, Game of Thrones resucita y vuelve a sacar nuestro lado más sádico.
La batalla de anoche entre los bastardos fue digna del mejor Kubrick. Nada que hacer, magistral. La escena en la que las tropas de Ramsay Bolton cercan, a punta de escudo y lanza, a las de Jon Snow fue sublime. Como muchos creí ahogarme cuando el resucitado cayó al suelo y sus propios hombres estuvieron a punto de aplastarlo. Sobre una montaña de muertos no sólo la casa Stark pudo recuperar Invernalia sino que Game of Thrones demostró que sus imperfecciones, cada vez más notorias a medida que George R.R. Martin se aleja de los libros, no impiden que sea una de las grandes series de televisión de todos los tiempos.
El noveno capítulo, el penúltimo, es tal vez el momento más esperado por sus fans en cada temporada. Allí Ned Stark empezó a ver que sus caminos se cerraban, ese fue el momento en que Robb y su familia decidieron asistir a la Boda Roja. Ahora nos han dado el gusto de ver morir a Ramsay, el villano más odiado del que tengamos recuerdo, justo como queríamos: lentamente, devorado por sus propios perros.
Anoche todos fuimos Sansa Stark. Bajamos a la mazmorra a ver con nuestros propios ojos como el bastardo terminaba su reinado demoniaco a punta de mordiscos de Dogo. Vimos cómo, antes de darle la primera dentellada, le olían la cara que reventó a punta de puños Jon Snow, cómo las órdenes ya no eran escuchadas por los perritos que, después de estar siete días encerrados sin comer, saciaron su hambre con la asquerosa carne de su amo. Sí, claro que lo disfruté.
La pregunta que nos hacemos muchos es la siguiente: para qué haber perdido tanto tiempo contándonos el inútil viaje de Samwell Tarly a ver a su familia, el aburridísimo y eterno entrenamiento de Arya Stark, porque se demoraron nueve capítulos para que Khaleesi aplastara a los amos de Meeren si la clave de ésta temporada era la resurrección de Jon Snow y con él la de la casa Stark. Las críticas y preocupaciones no sólo surgieron desde éste portal: era un sentimiento generalizado en las redes. Era demasiado evidente que la serie, sin un libro que la guiara, corría el riesgo de estrellarse.
Imagino que en el último capítulo de ésta temporada la orgía de sangre tendrá lugar en Kings landing en donde Cersei no puede ocultar las ganas que tiene de soltar a La Montaña para que le aplaste la cabeza al Gorrión Supremo. La reconquista de Invernalia y la venganza de Cersei son dos tramas lo suficientemente fuertes como para haber mantenido durante los 10 capítulos de ésta temporada la, a veces, intolerable tensión y angustia que se respira en Game of Thrones. Lástima que HBO decidió quemar tiempo, alargarla para que durara dos temporadas más y de paso acumular una millonada.
Afortunadamente la creación de George Martin es tan buena que ni siquiera el afán del estudio de banalizarla, de convertirla en un producto de consumo rápido e inmediato, han podido destruirla.