Dentro de dos (2) años estaremos eligiendo en Colombia presidente de la república para el periodo 2018-2022. Lo más seguro es que habrá segunda vuelta ante la dispersión de las fuerzas políticas. ¿Volveremos al escenario recurrente de tener que escoger entre lo malo y lo peor? ¿Entre la derecha neoliberal y el populismo de derecha? ¿Entre la derecha “pacifista” y la extremo-derecha guerrerista? ¿Entre los agentes de Santos y los de Uribe?
Acaba de ocurrir en Perú. En el país vecino los demócratas y la izquierda se vieron obligados (igual que en Colombia en 2014) a apoyar un candidato neoliberal para impedir el triunfo del “fujimorismo”. Raúl Zibechi plantea que todo indica que “el fujimorismo está sólidamente asentado en la sociedad peruana, en particular en los sectores populares”, que “mantendrá una fuerza considerable” y que su “crecimiento en el quinquenio lo muestra como una fuerza avasallante”. ¿Aquí el “uribismo” seguirá vigente? No lo creo.
En Colombia no se repetirá ese escenario. La polarización entre Santos y Uribe tiene cansada a la gente. Esa confrontación –casi personal– ha generado un enorme desgaste entre las fuerzas que se la han jugado por la “paz”, ya sea a favor o en contra. Tanto Uribe como Santos muestran un deterioro político creciente. El escepticismo y la incredulidad sobre el proceso de paz empiezan a transferirse hacia sus principales actores. Es lo que se percibe como constante entre la mayoría de la población. Y la izquierda también sufre ese desgaste tanto por la división interna como por su identificación con la guerrilla.
Es absolutamente previsible, casi inevitable, que aparezca en Colombia un movimiento que logre unificar a amplios sectores sociales que rechazan esa polarización. Dichos sectores ya se han deslindado del populismo autoritario y corrupto del expresidente Uribe, del “reformismo” enmermelado de Santos, y del asistencialismo paternalista que representa la izquierda. Esos sectores sociales rechazan la disyuntiva entre derecha-izquierda. Sin embargo, quienes quieran encarnarlo, tendrán que elaborar propuestas creíbles frente a la paz, a la lucha contra la corrupción y a la protección del medio ambiente. Todo está servido.
Identificar esa aspiración política que se va forjando en la mente y en el sentir de amplios sectores de la población colombiana es clave para jugar con acierto hacia el futuro. Además, al interior de ese “movimiento ciudadano” puede incubarse un Nuevo Proyecto Político que logre entusiasmar a la juventud citadina que rechaza la “política” pero quiere actuar frente a tanta corrupción, injusticia, indignidad, caos institucional y ausencia de alternativas viables.
Es evidente que los liderazgos de izquierda –cualquiera sea la tendencia o grupo– no están en condiciones de liderar ese movimiento ciudadano. Gustavo Petro que se proyectaba como un líder de izquierda alejado y hasta contrario a las FARC y, como un consecuente luchador contra la corrupción, perdió esa aura. En medio de su entusiasmo por la paz y de las afujías por mantenerse en el cargo de alcalde, debilitó ese perfil que había construido tiempo atrás.
Por ello el campo le queda abierto a personalidades como Sergio Fajardo, Claudia López o algún “outsider” que cumpla con los requisitos mínimos y que levante un programa político que recoja ese sentir creciente de “renovación” que se empieza a respirar entre un buen sector de la población colombiana. Su meta deberá ser unificar a todas las fuerzas susceptibles de ser unidas y, por lo menos, obtener el segundo lugar en la primera vuelta presidencial de 2018. Luego, obtener el triunfo en la segunda.
Un movimiento de ese tipo tiene todas las posibilidades de crecer y competir con éxito. Puede comprometerse a cumplir con firmeza e integridad los acuerdos de paz que se firmen con las FARC y tratar de ampliarlos a las demás fuerzas insurgentes. Y lo puede hacer porque no carga con las limitaciones y taras ideológicas que pesan sobre los hombros y atormentan el alma de quienes han vivido con parcial intensidad el conflicto armado. Son fuerzas y personas renovadoras. Portan en sus genes un nuevo código y en su espíritu un nuevo aliento.
Pueden incluso ofrecer no sólo un período de gobierno sino un proyecto de largo aliento para construir la verdadera paz. Sin la corrupción autoritaria y mafiosa de Uribe pero sin la podredumbre clientelista de Santos; sin el espíritu vengativo del primero pero sin la debilidad complaciente del segundo; con la mano dura de Uribe pero dentro de la legalidad jurídica que ha respetado Santos; sin permitir impunidad pero sin caer en un leguleyismo desgastante; sin el espejo retrovisor revanchista pero sin la ilusión mentirosa de quien idealiza la “paz precaria” para quedar inscrito en la historia. Sin el odio compulsivo del uno y con la moderación prudente del otro.
Todos sabemos que se requiere tanto del esfuerzo disciplinado, juicioso y firme de varios gobiernos como del trabajo sacrificado y entusiasta de la sociedad y el pueblo para construir la paz en Colombia. Dicha labor tendrá que ser acompañada de la actitud responsable y seria de un proyecto político que sea modelo ejecutante de una transformación democrática de nuestro país. Solo haciendo pedagogía con el ejemplo se consolidará la convivencia pacífica. Prevemos que los conflictos sociales se incrementarán pero su resolución deberá ser el motivo y el escenario de la participación y no el de la exclusión o de la represión estatal.
Si amplios sectores democráticos, progresistas y de izquierda entienden el momento, comprenden la necesidad de un período de transición pacífica y tienen paciencia estratégica, podrán contribuir con modestia y sin protagonismos a derrotar plena y paralelamente a los dos compadres (Santos-Uribe) que ante ese escenario se unirán irremediablemente alrededor de Vargas Lleras, en la eventualidad de que –como se prevé– sea el candidato de todas las derechas-derechas.
Así, se irá despejando el panorama en Colombia. Con paciencia democrática.