El subcontinente europeo atraviesa una de sus más grandes crisis sociales y humanitarias desde el fin de la Guerra Fría. El alto flujo de inmigrantes - que en realidad deberían denominarse refugiados - está afectando seriamente la estructura social de todos los países europeos, unos en mayor medida que otros. De igual manera, las últimas acciones terroristas con epicentro en Francia acentúan las preocupaciones de sus ciudadanos respecto a su estabilidad política, económica y social.
Y no es de sorprender, pues Europa se percibía a sí misma como un territorio blindado ante la violencia y los conflictos que acontecían a su alrededor. Tal vez por ese motivo, no prestó la suficiente atención ante problemas que son cada vez más globales y menos regionales: el terrorismo y la migración forzada.
En consecuencia, tanto dirigentes políticos como ciudadanos no se pueden “dar el lujo“ de seguir ignorando no solo la existencia de estos fenómenos, sino las consecuencias que traen para la estabilidad europea. Y es que los números sobrepasan con creces la capacidad de recepción de refugiados que hasta el momento habían ofrecido países como Francia, Italia, Alemania, Grecia (que por si fuera poco atraviesa una gran crisis económica) y España.
Tan solo en 2015, la cifra de inmigrantes fue de más de 500 mil personas que entraron de forma irregular al territorio europeo. En su mayoría, provienen de Siria (que se encuentra en una guerra civil que no vislumbra tener una solución en el corto plazo) y Afganistán.
Por si fuera poco, la entrada irregular de los refugiados que huyen de guerras en África y Medio Oriente viene acompañada de prejuicios y estereotipos que estigmatizan a esta población afectada. Uno de los causantes de estos ha sido la relación que para muchos europeos existe entre el terrorismo y la región del Medio Oriente.
Así, los refugiados son vistos como terroristas potenciales por el simple hecho de que provienen de una región árabe y mayormente islámica, a pesar de que lo que en realidad buscan sirios, afganos, nigerianos, eritreos, pakistaníes, entre otros, es en primera medida garantías a la vida y en segunda medida, oportunidades para subsistir de forma digna.
Por ello, algunos líderes políticos (como los del Frente Nacional en Francia y los partidos de ultraderecha de los países nórdicos como Noruega y Dinamarca) han apelado al nacionalismo, han declarado que la amenaza exterior está representada por los inmigrantes, no refugiados, e incluso les han llegado considerar como enemigos y responsables de la fractura del orden social que ha presenciado Europa en los meses recientes.
Sin embargo, es preciso decir que este es un cuestionamiento que también está presente en la contienda política a la Casa Blanca, principalmente esbozada por el republicano Donald Trump.
A pesar de que el vínculo terrorismo – inmigrante responde más a una percepción que tienen los europeos (y occidentales) que a la realidad, las medidas que han adoptado algunos gobiernos a través del cierre de fronteras y el despeje de los campamentos de refugiados es indicativo de la incapacidad del subcontinente por afrontar este problema.
En relación al terrorismo, las propuestas de eliminar la residencia de personas que tengan nexos con el terrorismo y el deporte masivo de sospechosos terroristas apunta a que Europa está encaminada a enfrentar el problema de manera marginal y no a erradicarlo de raíz.
Mientras todo esto sucede, los nacionalismos exacerbados surgen en los países europeos y se hacen llamados a la resistencia y a la defensa de la identidad y la cohesión social. En el medio, quedan los cientos de inmigrantes, en su mayoría refugiados de las guerras civiles de África y Medio Oriente, y la estigmatización que se les da.
La paradoja radica en que mientras se habla cada vez más de un mundo globalizado y una libre circulación de la mercancía, se le cierra la frontera y las oportunidades a cientos de miles de desplazados por los conflictos violentos en los alrededores de Europa.
En suma, los esfuerzos europeos están dirigidos a lograr el retorno de la estabilidad social, política y económica. De un lado, queda, entonces, la crisis humanitaria que afrontan los refugiados, que ya no solo deben llevar el estigma de ser migrante irregular, sino también de ser caracterizados como terroristas.