Leyendo un artículo en El Colombiano sobre el Plan de Desarrollo del Departamento de Antioquia, me encontré con el dato impresionante del hacinamiento en el Área Metropolitana: 58% de los antioqueños vivimos --sobrevivimos es mejor decir-- en el Valle de Aburrá. Insólito. 3.683.00 habitantes de la población de Antioquia están ubicados en 1.152 kilómetros cuadrados. Una clase burguesa tan emprendedora como la antioqueña, con una historia de colonización tan novelesca y temeraria, se quedó corta en su emprendimiento ante el círculo vicioso de la concentración poblacional en la Capital de la Montaña.
Sorprendente que un departamento tan grande e industrioso, con todos los climas y todas las frutas de todos los sabores; con el Océano Atlántico desde el Golfo de Urabá hasta el Municipio de Arboletes, con productos agrícolas de todos su pisos térmicos, con llanuras y cordilleras imponentes, con cumbias, vallenatos, porros, gaitas, boleros, guabinas, bambucos y torbellinos; un departamento con una historia tan rica en la minería del oro y en obras de ingeniería civil como el ferrocarril de Ant; con Mitos y Leyendas que desbordan la imaginación; con escritores y poetas tan valiosos y universales como León de Greiff, Juan Manuel Roca, José Manuel Arango, Tartarín Moreira, Gonzalo Arango, Fernando González; Efe Gómez, Porfirio Barba Jacob, Manuel Mejía Vallejo, y Tomás Carrasquilla; con periodistas de la talla del Indio Uribe, Fidel Cano y Guillermo Cano, para no hablar de las nuevas generaciones donde abundan los buenos narradores y poetas; con pintores tan importantes como Fernando Botero, Débora Arango, Francisco Antonio Cano, Ramón Vásquez y Pedro Nel Gómez; con compositores como Bravo Márquez y Tomás Burbano, Carlos Vieco y Blas Emilio Atehortúa, para no hablar de “Juanes” y de Guillermo Buitrago.
En fin, un departamento con los más atrevidos comerciantes del país, como los “Marinillos” y los “Santuarianos” que con el mero pasaje en el bolsillo conquistaron no solo la Costa Atlántica, “El Hueco” de Medellín, sino también a Japón y Nueva York. Y ni hablar de humoristas como Montecristo y Tola y Maruja. Con equipos de fútbol campeones tan valiosos como el Atlético Nacional y el Deportivo Independiente Medellín, que simbolizan toda una cultura deportiva casi centenaria, aunque haya fanáticos de las barras bravas que matan a puñaladas por el color de una camiseta.
Pero qué paradoja: a pesar de semejantes logros, Medellín no ha dejado de ser la ciudad más injusta de medio mundo. Que no me vengan a decir que tenemos el Metro más lindo y limpio del planeta, porque es como llover sobre mojado; que no me digan que tenemos la universidad más exploradora de América Latina donde se han hecho trasplantes que parecen milagrosos, porque en eso tampoco hay discusión; tan ricos y tan diversos en Antioquia que tenemos al Padre Marianito, de Yarumal, y la Madre Laura, de Jericó, beatos en tránsito a la cononización por obra y gracia del Espíritu Santo.
Sí señor, todo esto es muy bonito, pero falta levantar las enjalmas de las “mulas” del narcotráfico, y mirar las llagas purulentas de la injusticia que condena a la juventud a inmolarse en el estropicio de la desgracia; falta mirar el recuerdo de los abuelos de la Antioquia la Grande con sus valores de una limpieza inmaculada ahora manoseados como cualquier prostituta barata.
La clase dominante se concentró en el Área Metropolitana dejando de lado ciudades intermedias, polos de desarrollo tan importantes como Rionegro – Marinilla y Sonson, en Oriente; Turbo y Apartadó, en Urabá; Santa Fe de Antioquia, en Occidente; Urrao, Jericó, Andes, en Suroeste; Puerto Berrío, en el Magdalena Medio; Remedios-Segovia y Amalfi, en el Nordeste; Caucasia, en el Bajo Cauca; y Yarumal y Santa Rosa de Osos, en el Norte.
Una burguesía enconchada en si misma que a pesar de haber creado las Empresas Públicas de Medellín; de haber sido el Centro Textilero más grande de América Latina con Coltejer, “el primer nombre en textiles”, y con Fabricato, que fuera el campamento proletario más grande de Colombia, de la noche a la mañana, en los años setenta dejó de ser la ciudad de la “eterna primavera”, se dejó corromper por la codicia del becerro de oro, por el más venerado y querido Dios del narcotráfico, el protagonista más cotizado en la televisión colombiana, que además de limpiar con dólares sus crímenes sangrientos, sigue aún vivo en la imaginación y en la conducta de la clase emergente, que lo sigue promoviendo por sus “hazañas inmortales” con la pornografía de la violencia en las telenovelas de los “traquetos”.
Sí señor. Que venga el Tranvía lujoso desde el barrio Buenos Aires hasta la estación de San Antonio; que vengan los Metrocables escalando las montañas de los barrios populares; que vengan las cuantiosas inversiones en los Parques del Rio Medellín; que venga el Tranvía de la Ochenta; bienvenida toda la técnica y el progreso, pero nunca para encerrarnos en un gueto de cemento y contaminación producto del capital inmobiliario que pareciera no tener control por parte de las Curadurías Urbanas, a tal punto que ya el alcalde Federico Gutiérrez tuvo que imponer el día sin carro porque sencillamente era imposible respirar y mirar el cielo azul.
Y para terminar esta historia entre el dramatismo y la comedia, vale la pena volver donde empezamos esta nota. Si la clase dominante no entiende que las Autopistas de la Prosperidad hay que ligarlas con los polos de desarrollo de las ciudades intermedias a través de las Áreas Metropolitanas donde sea posible, cubriendo la población no solo con urbanismo e infraestructura para el desarrollo de los servicios públicos de educación, salud, medio ambiente y espacio público, respetando la vocación económica de las regiones del departamento, es decir, si la clase dominante no comprende que la paz territorial del Pos acuerdo hay que construirla entre todos desde las comunidades locales y regionales, Medellín estará abocada sin remedio a ser una ciudad invivible e inviable, porque el desplazamiento forzado del hambre, la miseria y el despojo, continuará con su marcha inexorable hasta la destrucción de la ciudad humanista y democrática, para tener de nuevo como Patrona de la Ciudad a la “Virgen de los sicarios”.