Aterricé en Buenaventura a las once de la mañana. El bochorno me recibió con las notas de un clarinete alegre, al ritmo de un bombo y redoblante que revivía la tradición de las chirimías. Varias personas bailaban espontáneamente a mi lado y nos daban la bienvenida al puerto más grande de Colombia para celebrar el día de la afrocolombianidad.
En el almuerzo llovieron canasticas de plátano con camarón, empanadas de jaiba, arroz endiablado, pandebonos vallunos, aborrajados, papachina, torta de chontaduro y de borojó. Era un banquete generoso y exquisito que iban rotando con alegría a los recién llegados para que descubrieran una de las mayores riquezas que tiene Buenaventura y el Pacífico: su gastronomía.
A las dos de la tarde atravesamos el bulevar del centro hacia la catedral de San Buenaventura. Se celebraría una misa con el Obispo y varios invitados entre políticos, artistas y periodistas. La fuerza del sol se interpuso ante nuestros ojos como la sonrisa de 18 cantadoras del Pacífico que nos recibieron cantando arrullos, alabaos y tocando los bombos, cununos y el guasá. Con ahínco, elevaron su voz para cantarle al Río Magdalena y sus pregones invitaron a bailar a los asistentes en un callejón de la alegría.
Buenaventura y el Pacífico colombiano le han hecho el quite a sus tragedias sociales --producto de esa contradictora realidad de abundancia de recursos despilfarrados por malos manejos y corrupción-- a punta de cultura. Los sabores y ritmos negros han inspirado a cocineros y grupos musicales, quienes, con los años, se han dedicado a resaltar una de las riquezas más escondidas de este rincón del país. Detrás de los platos más famosos de la chef Leo Espinosa está la pionera de la sazón Pacífica, la cocinera mayor Maura Caldas. Con tan solo seis años, Maura se pegó a las faldas de su abuela y al lado de los tizones ardientes en su natal Guapi, Cauca, aprendió a preparar la changuata, una receta que su bisabuela africana le heredó a su abuela y que Maura guarda como su tesoro más preciado, el mismo que le quiso heredar a Leo cuando la fue a visitar.
La música es un torrente de creación. Detrás de los éxitos Gotas de Lluvia, La magia de tus besos y Prueba de fuego, está la voz de Willy García, nacido en Buenaventura, quien con su sangre del Pacífico y color de voz, transformó el concepto musical del Grupo Niche en sus años mozos, los noventa, como lo repetía constantemente su fundador, el maestro Jairo Varela. Durante nueve años, Willy enamoró a varios amantes de la salsa con su versos y estribillos románticos, los mismos que heredó de sus abuelos africanos, inclusive sin conocer a su padre.
Para los afros del Pacífico la figura de los abuelos, portadores de la tradición, tiene un valor mayúsculo. Las historias, recetas, cantos y bailes se transmiten de generación en generación en la casa, en el barrio o al lado del río. Todo con el mágico poder de la palabra, con la fuerza de la oralidad y sin necesidad de acudir al texto escrito. Así lo demostraron Mario Riascos, el poeta natural de Buenaventura, y su nieto Pablo a las cinco de la tarde en el emblemático y ancestral hotel Tequendama, también ubicado en el centro de Buenaventura. Durante diez minutos, Mario, vestido de una túnica roja, recitó con gestos grandilocuentes los estribillos de varios de sus ancestros, los esclavos, y recordó, precisamente, a su abuelo, quien le heredó el arte de la narración y le transmitió las historias que compartía ante un escenario de 100 personas.
Acto seguido, el pequeño Pablo, tímido de saludo pero vehemente en su narración, cerró el mano a mano con versos cortos en honor a su barrio La Gloria, cerca al puerto, rodeado de gallinas y adornado con cultivos de yuca. Su voz y dulzura hipnotizaron a toda una audiencia, que, extenuada, se preparaba para terminar de descubrir las riquezas de Buenaventura en tan solo un día. Recién caía la noche.
Sin mayores inconvenientes, pero con un chubasco que se infiltraba lentamente en el bulevar del centro, terminamos sentados a las ocho de la noche en la Escuela Taller, antigua estación del Tren de Buenaventura, bebiendo viche, arrechón y ron del Valle, escuchando un homenaje al maestro Baudilio Cuama a cuatro marimbas y despidiéndonos de esa otra Buenaventura, la desconocida, cuya fortuna cultural merece ser conocida, apreciada, entendida, y sobre todo, valorada.
Por esto la gobernación del Valle ha creado la plataforma cultural Ola Ventura que busca rescatar toda esta riqueza que el país no conoce, presente en el alma colombiana.