Una serie web sobre los trabajos que podrían desaparecer

Una serie web sobre los trabajos que podrían desaparecer

Laura Cárdenas, estudiante de cine, reseña la serie 'Sin Oficio' que se estrenará el próximo 26 de mayo

Por: Laura Cárdenas
mayo 17, 2016
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Una serie web sobre los trabajos que podrían desaparecer

Yo no sé a qué se deba. Si es una enfermedad o un estado, si es consecuencia de la dieta alta en azúcares y grasas o a la masiva cantidad de información que nos embutimos diariamente. Si es de ahora o es de siempre. Pero nuestra sociedad tiene una memoria muy corta. No recordamos que crecimos en un mundo bien distinto a este, con otros ritmos, con otros valores, con otras costumbres, con otros esquemas sociales.

Hay días en que, con todo y el atiborramiento sensorial que me desborda, me paro a pensar. Me paro a pensar y recuerdo cosas. Ha de ser esta cercanía a los 50 o el cansancio de este mundo que cree que más rápido es mejor, no sé. Recuerdo, por ejemplo, que mi viejo era zapatero, que crecí en medio del olor del cuero crudo, las suelas de crepe, el pegante bóxer (ahórrense el chiste) y sonido de máquina pulidoras y martillos que ajustaban con puntillas las “tapas” desgastadas de los zapatos ya muy andados. Mi papá sabía hacer zapatos y por supuesto, sabia repararlos o ajustarlos “porque me talla acá, Raulito”. “Déjelos y se los tengo para el viernes”. Mi viejo sabía de sus gustos, de sus formas de acabar los zapatos y un poco de sus vidas y ellos de las nuestras. Recuerdo a mi vieja, que también sabía hacer con sus manos cosas para el cuerpo de las personas. Era modista, y aunque sabía hacer ropa para hombre y para mujer, supongo que por cuestiones impuestas del género, sus clientas, clientas y amigas, eran solo mujeres. Las telas, las tizas, los figurines, las anotaciones en su cuaderno de medidas, la vitrina de los botones, la Pfaff de motor eléctrico, los hilos, las siluetas hasta la cintura de las mujeres (que era hasta dónde me daba mi altura entonces) y todas esas conversaciones siguen oliendo, sonando y viéndose en mi memoria.

No imaginaba nadie que un día comprar zapatos o vestido no se hiciera sobre medidas y en un cierto ambiente de complicidad entre el que hacía y el que usaba, y que se rompiese ese vínculo que se materializaba en el objeto creado con las manos.

La hechura hoy se da en montajes industriales, en donde el zapatero que mi papá fue o la modista que fue mi mamá son personas anónimas para quien usa lo que ellos hacen. Solo hacen parte de una cadena de montaje, en la que repiten día a día una misma pequeña y monótona tarea, mientras luchan por mantener un ritmo de productividad, marcado por el empresario dueño de la maquila. Una cacareada “confianza inversionista” que difícilmente paga un salario mínimo y que se irá a las primeras de cambio de la economía. Ni para qué decir que un día no lejano, llegará una máquina robotizada que lo hará todo más rápido, mejor y sobre todo, orgasmo de los industriales, más barato.

Mi viejo corrió con la suerte de tener la edad suficiente para poder evolucionar su trabajo y adaptarse. Mi vieja se fue de este mundo antes de tener que enfrentar ese dilema. No me imagino como me tocará a mí cuando ya nadie quiera más mis fotos porque un programa podrá, como ya puede, crear mejores realidades, retocar automáticamente para crear una sonrisa, o sugerir la composición de una foto en su teléfono celular. Tal vez demoren un poco más en crear quién escriba con alguna coherencia, pero tal vez muera antes la necesidad de la gente de leer alguna cosa distinta a lemas publicitarios y versiones ligeras de cualquier cosa. No sé.

Tenderos, ascensoristas, vendedores de lotería, fotógrafos de parque, tinterillos, parteras, profesores de idiomas y hasta periodistas económicos, una miríada de oficios que por sustracción de materia o por cambios tecnológicos y de paradigmas sociales, que como mercancías que acumulan polvo en una vitrina, comienzan a ver como cada vez menos su saber es requerido. Que tal vez mañana su trabajo sea tan curiosidad histórica como el de caligrafista, herrero o telegrafista.

Con las rayas del papá salió mi hija, que aunque nació en los tiempos en que la revolución digital, que tanto ha modificado el mundo, ya era una cosa instalada, tiene consigo las preguntas que muchos de su generación se hacen sobre si este mundo que construimos, que se llama así mismo “desarrollado” mientras sus ríos se secan y sus niños pueden morir de hambre, es un mundo mínimamente sostenible. Con sus propias rayas se montó un proyecto de serie web, Sin Oficio, para a su manera, preguntarse sobre este ahora de estos trabajos y de estos trabajadores que parecen tener sus días contados. ¿Los absorberá el sistema para expulsarlos por el otro extremo? ¿se adaptarán? ¿Resistirán? ¿Resistiremos?

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