Con sus escasos treinta y siete años, fue sin duda uno de los más notables intelectuales de la lengua en el siglo pasado. Y quizás el único nacido, entre nosotros, que hace pandán con los peninsulares Carlos Barral, Jaime Gil de Biedma, Gabriel Ferrater, el brasileño Ferreira Gullar o el venezolano Juan Liscano. Hijo de un ingeniero de ferrocarriles y de una rica estanciera, nació en Pamplona, donde hizo estudios de primaria en un colegio de señoritas de Cúcuta y el bachillerato en el Colegio Sagrado Corazón de los Hermanos Cristianos.
“Yo tenía quince años en 1940, escribió en 1959[1]. Durante los cinco años que siguieron fuimos lo que la guerra quiso. No alcanzamos a ponernos el uniforme, pero la propaganda modeló nuestra imagen del mundo. No volvimos de los frentes cojos o ciegos, pero en tan decisiva etapa de la formación de un hombre, nuestro horizonte ético y estético se redujo a libros, películas, conversaciones, conferencias, lecciones, cuyo único objetivo era la victoria. Necesariamente nuestras concepciones de la sociedad, de la literatura o del amor resultaron esquemáticas, convencionales, sentimentales. Trabajo nos costó desprendernos de ese lastre. Nos correspondió el aspecto más mediocre –también el menos peligroso corporalmente—de la pavorosa contienda. Quizá esto explique que nuestra primera reacción literaria fuera una poesía desengañada y melancólica y nuestra primera reacción política y social una desconfianza un poco fúnebre ante cualquier orden establecido. […]”
En 1941 en la Facultad de Ingeniería de la Universidad Nacional pasó un año al lado de Eduardo Ramírez Villamizar, el más grande escultor que ha tenido Colombia. De allí fue a la Universidad Javeriana para estudiar derecho y comenzó a escribir sobre cine, pintura, arte y literatura en diversos diarios y revistas, donde celebraba la obra de sus contemporáneos Alejandro Obregón, Ramírez Villamizar o Lucy Tejada, mientras departía con Fernando Arbeláez, Hernando Téllez o León de Greiff en los cafés Asturias, Fortaleza y Automático, las verdaderas escuelas literarias de entonces. Durante los sucesos del 9 de abril participa en el levantamiento tratando de orientar al pueblo en la lucha y tiene luego que esconderse por varios días hasta que logra llegar a Cúcuta donde es protegido por amigos de su familia. Al año siguiente regresa a Bogotá y luego de algunas actividades partidistas decide viajar a París donde hace estudios de cine, se casa con Dina Moscovici, viaja por varios países europeos, por Rusia o China, donde vio a Mao Zedong en persona ante doscientas mil personas en la Plaza del Pueblo.
En junio de 1954, con treinta años y con Gustavo Rojas Pinilla en el poder, regresa a Colombia. Dos meses después [agosto 29] escribe a Eduardo Cote Lamus, retratando la Bogotá y el país de entonces y quizás de siempre:
“La selva es Bogotá. Acabo de regresar de allí. Vengo deprimido. Sólo ahora comprendo las tonterías que hice al regresar de Europa. En Cúcuta se está dentro de una atmósfera nacional. El país con todos sus defectos y cualidades. Bogotá es una atmósfera asfixiante, donde el chisme, el chiste y el trago impiden toda actividad humana verdaderamente digna. Tú recuerdas cuántas críticas hice al ambiente cultural de España; pues bien, el de Bogotá es aun inferior: conformismo, ignorancia, petulancia que se cree talento. Naturalmente hay dos o tres personas con las cuales se puede conversar provechosamente. Conclusión: si no tienes disposición de explorador, quédate allá lo mas posible.”
El primer número de Mito apareció en abril de 1955. A mediados del año siguiente regresa a Europa pero para 1957 ya está de nuevo en Colombia luchando por la democratización de la patria y así de manera intermitente permanece, unas veces aquí, otras en España o en Francia, hasta cuando en 1962 muere en el accidente de un avión de Air France durante una maniobra de la nave en Point-à-Pitre.
Gaitán Durán fue sepultado en Cúcuta el 29 de junio de ese año. Con él fallecía toda una generación de colombianos que nunca pudieron cambiar su país y fueron sometidos a diversos vejámenes, desde los ministerios que aceptaron a los gobiernos del Frente Nacional donde hicieron todo lo contrario de lo que habían soñado, como es el caso de Pedro Gómez Valderrama, ministro de Gobierno y Educación de Guillermo León Valencia e ideólogo de los bombardeos a Marquetalia, Riochiquito y Guayabero que condujeron a la creación de las llamadas Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, Farc, o Indalecio Liévano Aguirre al servicio del avieso gobierno de López Michelsen, o Álvaro Mutis, encarcelado en Lecumberri por sus extrañas maniobras y manejos de dineros a favor de las empresas imperialistas que controlaban el petróleo, o el triste destino de Valencia Goelkel y Charry Lara, silenciado el uno para siempre o plegados a los intereses torvos de Eduardo Carranza, o mendigando cuotas burocráticas y viajes para sí y sus hijas en los ministerios de exteriores o en esa cosa horrenda que se llamó Colcultura. Para no hablar de otros que envejecieron en cargos diplomáticos o adivinando el futuro y las suertes a presidentes, etc. Las malas jugadas del destino, o de los obstinados dioses, como escribió Valencia Goelkel en uno de los homenajes que hizo a su amigo.
Como se sabe, más que poeta, Gaitán Durán, fue un intelectual, es decir un político. Uno que trabajando con la inteligencia tendría la responsabilidad, son sus palabras[2], por sus semejantes, mediante el ejercicio de una conciencia alerta para protestar y denunciar aquellos actos u omisiones que los sin voz no pueden levantar ante el mundo. Un ejercicio de la libertad que podía darse porque nada le debía a nadie.
“No le debo favores a nadie; no dependo de ningún partido, de ninguna secta; no acepto jefes, ni índex de ninguna clase; -escribió en La revolución invisible- no pueden asediarme económicamente, no pueden aniquilarme éticamente, no pueden impedirme que escriba, ni mucho menos que piense; leo lo que quiero, estudio, observo e intento con obstinación comprender ciertos panoramas políticos y sociales, ciertas pasiones humanos. No soy un inconforme profesional: creo apenas que la fuerza de una posición no proviene del desprecio, ni siquiera del talento o de una adhesión ideológica, sino de la independencia y de la conciencia.”
Y si su obra literaria es una de las más bellas contribuciones de colombiano alguno al caudal de la lengua fue por un azar del destino. Gaitán Durán imitó durante su única juventud, los tonos y quizás los motivos del piedracielismo carrancista, a quien extrañamente admiraba. Pero luego, cuando pudo conocer la literatura francesa de su tiempo y en espacial a Camus, los cuadernos fueron su principal ocupación y del ejercicio de esas reflexiones saltó a la poesía verdadera, así también esté manchada por ideologismos como la lucha facciosa y muy francesa entre eros y thanatos. Gaitán Durán y su amigo venezolano Juan Liscano pusieron de moda entre nosotros ese sentimiento que acerca el vivir a plenitud a la muerte, al morir. Así lo ha sostenido también Gutiérrez Girardot:
“Dentro de la poesía de lengua española de los años cincuenta que por su acento político se llama comprometida, la de Gaitán Durán constituye una excepción del mismo modo como lo es dentro de la poesía hispánica llamada erótica. Y esa excepción se funda precisamente en la liberación de Eros de las cargas morales y dogmáticas que lo convirtieron en pornografía y obscenidad como también en la liberación de la política de las cargas igualmente moral-dogmáticas que la convirtieron en principios abstractos y finalmente antihumanos.”
Pero Gaitán Durán y Liscano no estaban solos. En Barcelona, por los tiempos de la creación de Mito, Carlos Barral, Jaime Gil de Biedma y Agustín Goytisolo estaban empeñados en escrituras similares. Sin olvidar que otro de los grandes poetas del cincuenta vivía en Bogotá y fue publicado en las ediciones de Mito: José Manuel Caballero Bonald.
Poeta de la existencia, es decir, de la consunción de la muerte a través de la vida, sus mejores poemas están reunidos en libros como Asombro, Amantes y Si mañana despierto.
“Mi obra, dijo a Cecilia Laverde en una entrevista para Lecturas Dominicales de El Tiempo, el 22 de mayo de 1960, afirma simplemente que el hombre debe saber a todas horas que va a morir, lo cual conduce a que el erotismo sea, como la poesía, el único instante en que podemos pulverizar una historia implacable.”
Si mañana despierto
De súbito respira uno mejor y el aire de la primavera
llega al fondo. Mas sólo ha sido un plazo
que el sufrimiento concede para que digamos la palabra.
He ganado un día; he tenido el tiempo
en mi boca como un vino
Suelo buscarme
en la ciudad que pasa como un barco de locos por la noche.
Sólo encuentro un rostro: hombre viejo y sin dientes
a quien la dinastía, el poder, la riqueza, el genio,
todo le han dado al cabo, salvo la muerte.
Es un enemigo más temible que Dios,
el sueño que puedo ser si mañana despierto
y sé que vivo.
Más de súbito el alba
me cae entre las manos como una naranja roja.
Bibliografía sobre Jorge Gaitán Durán
Alfonso Bonilla Naar: Jorge Gaitán Durán, en Lecturas Dominicales de El Tiempo, Bogotá, julio 1, 1962. Andrés Holguín: El grupo Mito, en Antología crítica de la poesía colombiana, Bogotá, 1978. Cecilia Casas: La poesía de Jorge Gaitán Durán, en Lecturas Dominicales de El Tiempo, Bogotá, junio 19, 1977. Gonzalo Arango Arias: Los inmortales también muren, en Magazín Dominical de El Espectador, Bogotá, junio 23, 1962. Gonzalo Canal Ramírez: Jorge Gaitán Durán, en El Tiempo, Bogotá, julio 1, 1962. J.C. Cobo Borda: Jorge Gaitán Duran, en Historia de la poesía colombiana, Bogotá, 2004. Jorge Zalamea: Poesía y prosa de Jorge Gaitán Durán, en Lecturas Dominicales de El Tiempo, Bogotá, febrero 11, 1962. María Mercedes Carranza: La acción del intelectual aquí y ahora, en Magazín Dominical de El Espectador, Bogotá, junio 28, 1987. Mauricio Ramírez: Jorge Gaitán Durán, Medellín, 2013. Rafael Gutiérrez Girardot: Gaitán Durán: eros y política, en Ensayos de literatura colombiana, II, Medellín, 2011.
[1] En El Cid y nuestra juventud, El Espectador, Bogotá, 20 de diciembre de 1959. [2] De la inteligencia, en El Independiente, Bogotá, enero 10 de 1958.