El jueves 5 de septiembre, se inauguró en la galería Alonso Garcés en Bogotá, la exposición de Carlos Granada. Llegamos una hora antes de que iniciara la exposición para verla con calma, sin saludo ni fotos de sociales, y la primera frase que dice la persona que me acompañaba fue: huele a moho.
Evidentemente, se trata de una exposición de cuadros guardados y envejecidos por el tiempo cruel, que nos muestra otra época pictórica, otra historia social, otro manejo burdo de la pintura, otros temas de la realidad, aunque tenemos que admitir que lo único continua y desafortunado, es la violencia que sigue su camino entre nosotros. Como bien lo anota Germán Rubiano en el plegable de la exposición: “La obra artística de Granada es el alegato más beligerante que se haya hecho contra la violencia en Colombia. Sus personajes masacrados, mutilados y destripados constituyen la figuración más cruda y urticante del arte nacional”.
Loable la condición del galerista de revivir a un artista que se apagó hace mucho tiempo. Pero se equivocó de personaje porque el artista no evolucionó en su propuesta. Se quedó amarrado a unas historias sin vigencia. Puede ser significativa y actual que el manejo de la pintura horrenda tenga sus convicciones, pero ya pasaron los tiempos, y Granada se quedó anclado en su agresividad, en la historia de los seres humanos, en las composiciones imaginarias recargada de símbolos donde desafiaba sus significados con rebeldía rabiosa.
Hoy en día la pintura de Granada no conjuga tiempos y quedó amarrada a esquemas de un imaginario colectivo, como puede verse en el tratamiento sexual de los desnudos que, aparte de que son grotescos, el mundo desagradable de las zonas oscuras no aporta nada al bello universo que existe sobre este tema en la historia del arte. Hoy en día se dicen y se representan peores realidades pero sin un grotesco acercamiento al tema de lo femenino con connotaciones repetidas que no aportan nada a la pintura nacional.
Por otro lado se encuentra el manejo de una luz tenebrosa que tampoco nos propone una reflexión sobre el claro oscuro o el manejo de la luz en sí misma. Solo nos imaginamos lo sórdido de un lugar común, siempre posible entre los seres humanos. Pero no es un tratamiento de la atmosfera, ni del clima, sino es una mala y acartonada escenografía teatral de los viejos tiempos. Nada aporta en nuestra corta trayectoria, nada deja más que un testimonio de un valiente que se le olvidó que el tiempo pasa.
En la exposición hay un cuadro metafísico interesante que responde a una geometría recurrente en Granada, que aunque no tiene nada de actual, resulta interesante porque el manejo del rojo lo ayuda en la composición de un óleo sobre lienzo del 2007 y que lo bautizó Interior en penumbra.
También se encuentra en la exposición el dibujo preparatorio y la obra Homenaje a Garay de año 2.000 obra redundante, pesada, llena de argumentos que apabulla ese bello consentimiento de “ver” que acosa y nos deja con la idea de que la belleza no hace parte de su repertorio tenebroso al que ya estamos acostumbrados por los grandes artistas de la historia. Ya todo eso se ha dicho en el arte pero, este repertorio hace parte de lo se quedó atrás en el mundo de los recuerdos con la connotación de un lugar húmedo y viejo que huele a olvido.