En su extraordinaria obra titulada Hilea Magdalenesa, publicada en 1949 por el investigador colombiano Enrique Pérez Arbeláez, encontramos este pensamiento: "El mayor adorno de una ciudad son los ríos. En Colombia, excepción hecha de Honda, les huimos y les volvemos las espaldas... el Magdalena es un juguete y es un río cansado, envejecido por culpa de los hombres..."
En Colombia, la frustración no solo de una cultura del río sino la ausencia y menosprecio de una cultura para el río, es lo que ha originado ese abandono institucional y real de los colombianos por nuestro río, hasta convertirlo en lo que es hoy: una víscera podrida a lo largo del país, dejando en ambas riberas más desolación y pobreza que las bendiciones consubstanciales que debería prodigar un río.
Con el olvido político del río se ha deteriorado no solo el fenómeno hidrológico, el recurso natural, sino la calidad humana del hombre ribereño como eje de la cultura misma del río y, desde luego, parte definitiva de la propia fisonomía nacional y de la esencia misma del ser nacional. Porque cuando decimos que el país es el río estamos aludiendo a que son 18 departamentos y 335 municipios los que se bañan en el Magdalena, lo que constituye el 70% de la población colombiana.
En principio, lo difícil para todo aquel que quiera entender el problema es intentar explicarnos cómo es que una ciudad como Barranquilla, que debe su más íntima razón de ser histórica a su destino geográfico de estar a orillas del Magdalena, sobre los últimos 22 kilómetros de su ribera occidental, emprende un proceso de abandono paulatino del río, rompe el lazo de contigüidad que había generado toda su importancia como «ciudad regional» y como «ciudad nacional» durante las dos últimas décadas del siglo XIX y en las tres primeras del XX.
Barranquilla es una ciudad que tiene que intentar recuperarse del gran error histórico de haber pasado los últimos cincuenta años del siglo XX, los cincuenta años más definitivos del mundo contemporáneo, negándose la extraordinaria oportunidad de contar con un espacio urbano moderno y de construir una ciudadanía con un verdadero espíritu de estos tiempos, por el solo hecho de haber abandonado la posibilidad de desarrollar una vida coherente frente al río. Es una ciudad que ha dilapidado un tiempo definitivo de su historia despreciando las posibilidades de vivir y desarrollarse en una espacialidad que sólo alcanzaría su máximo sentido de plenitud contando con la experiencia que le significa el río.
Hoy más que nunca es necesaria la recuperación del río como bien público, como espacio público y como paisaje público. Desde esa idea de ciudad incompleta, sin el río, el ciudadano barranquillero es también un habitante incompleto por la no tan sencilla razón de que precisamente el río no es sólo un espacio físico-geográfico sino también, o debería serlo, un espacio en la mente del barranquillero, una entidad fundamental en su imaginario. Y hoy no lo es.
Nadie se ha puesto a pensar jamás qué tipo de lesiones ha provocado en la ciudad esa mutilación de la parte más genuina de su ser como ciudad. La negación del río como elemento integrante fundamental del ser de la ciudad es una grave alteración topológica, una incongruencia morfológica, un atentado a la integridad de su territorio. ¿Por qué no habremos nunca relacionado nuestros problemas ciudadanos con esta pérdida parcial de la ciudad? Cuando se ha hecho el ejercicio de indagar en el imaginario del barranquillero por la identificación o significación de algún hecho urbano reconocible, aparecen muchas otras cosas pero nunca el río. Y eso es grave porque renunciar al río, o seguir pensando que puede seguir siendo algo prescindible o postergable para la vida de la ciudad es desconocer peligrosamente la naturaleza esencialmente simbólica del ciudadano. Lo que llevaría entonces a preguntarnos, ¿cuál es la espacialidad característica de Barranquilla sin el río? ¿Qué es lo que en verdad la representa?
Pero no pensemos solo en el río como factor en la construcción de ciudadanía, sino pensemos también en la dimensión estética de la ciudad. No nos quedan dudas cuando pensamos que el futuro de la ciudad solo tendrá sentido cuando haya un acuerdo ciudadano que retome y enmiende el diálogo cultural Ciudad y Río interrumpido de manera progresiva por una inercia y una noción equivocada del progreso que creyó que la modernidad de la ciudad estaba en alejar la ciudad del río construyendo entre este y aquella una barrera que más temprano que tarde tiene que abrir unos amplios espacios de reencuentro del barranquillero con esta presencia absolutamente imposible de desconocer. Ese es, sin duda, el proyecto cultural más importante y al mismo tiempo más urgente en el que la ciudad tiene que entregarse sin reserva.
Por eso es importante la expectativa generada en la ciudadanía barranquillera y en el país por los grandes proyectos de renovación urbana que la ciudad tiene pendiente en estos momentos: la avenida del río, el malecón, el centro de eventos y convenciones, la recuperación de la intendencia fluvial…
Son esos los pasos iniciales y definitivos para empezar a construir una cultura de reencuentro de Barranquilla y el Río, lo que le daría a todos los barranquilleros la oportunidad de reencontrarse con su vocación ribereña, de descubrir que el río forma parte de nuestra propia geografía sentimental de ciudadanos, de tal suerte que pudiéramos, por fin, reincorporarlo de una vez y para siempre al lugar de donde nunca debió ser desterrado: el centro de nuestra vida cotidiana.