En Venezuela las diferentes fracciones de la burguesía emergente en lucha y a la vez en coordinación con la burguesía de vieja data, luchan por el control del aparato estatal. Su finalidad no es la de continuar con el legado independentista de Chávez ni tampoco borrarlo totalmente de un tajo, sino acomodarse mejor frente al inevitable colapso del Estado y posicionarse como interlocutor válido frente a la plena restauración del poder imperial.
La cúpula burocrática del desvencijado proyecto bolivariano se debate entre tres caminos: uno, llegar a acuerdos con la oposición; dos, mantener el poder mediante un golpe bonapartista; o tres, pactar directamente con el imperio. Acudir al pueblo para movilizarlo en defensa de los avances sociales logrados en los anteriores 17 años no les cabe en la cabeza, primero, porque no saben cómo hacerlo y, segundo, porque el grueso del pueblo ya no les cree. Es su dilema, tragedia y drama que a veces asume forma de comedia.
Ante esas tres alternativas se mueven las diversas fuerzas que mantienen cierto poder burocrático dentro del gobierno y el ejército. Los sectores leales a la memoria de Chávez que rodean a Maduro están dispuestos a inmolarse pero no tienen siquiera la fuerza mayoritaria dentro del ejército. Los sectores más burocratizados se mueven entre las otras dos alternativas pero al no tener unidad de mando sólo actuarán cuando sea demasiado tarde. Quienes tienen crímenes contra el pueblo que no puedan ocultar se pueden deslizar hacia la salida de fuerza o estarán preparando su salida del país. No tienen de otra.
Negociar con el imperio directamente implicaría llegar a acuerdos primero con alguna fracción importante de la burguesía, pero no se observa en las fuerzas “chavistas” la capacidad para maniobrar y aislar al sector radicalmente pro-estadounidense que quiere y prepara el escenario de la intervención directa del imperio después de bañar en sangre a Venezuela. La división y la desconfianza interna les impiden unificar una estrategia, lo cual explica su relativa parálisis e inercia.
Las fracciones de la burguesía emergente que lideran a la oposición tienen claro que para avanzar en su propósito de controlar el aparato del Estado y participar de la renta petrolera deben hacer hasta lo imposible por mantenerse dentro de la institucionalidad existente y tensionar las fuerzas hasta el límite. El tiempo de un pacto con la burocracia chavista parece haberse ya superado, tienen la certeza de que pueden ganar con amplitud el referendo revocatorio pero no saben cómo forzar la situación para realizarlo antes de enero de 2017.
Su plan, y en ello han ido logrando unidad con los golpistas afanados, es poner en evidencia ante el pueblo venezolano y la comunidad internacional las maniobras legales o ilegales que realice el “chavismo” para alargar los tiempos e impedir la realización del referendo revocatorio durante el año 2016, e ir midiendo el pulso de una posible explosión social. Van a tratar de no dejarse provocar “antes de tiempo” mientras van preparando los escenarios nacionales e internacionales para lograr sus objetivos. Tienen –en gran parte– las manos sueltas. El gobierno ha alertado y asustado tantas veces al pueblo con el golpe de Estado del imperio que ahora que es algo in crescendo, ya no causa el mismo efecto.
El grave peligro para el pueblo es que los sectores que son capaces de inmolarse coincidan con los golpistas imperiales y la violencia se desencadene. En esa situación el imperio estadounidense estaría presto a intervenir recurriendo a su consabida y ya probada fórmula “humanitaria”, para lo cual la caída de la presidenta Dilma Rousseff en Brasil es absolutamente indispensable al igual que la firma del tratado de paz en Colombia.
El momento es crítico y no se avizoran fuerzas que se deslinden de ambos bloques para conformar una tercera fuerza que impida un desenlace trágico y doloroso para nuestro hermano pueblo venezolano. Retomar en lo inmediato el proceso de cambio independentista con fuerza, no es posible. No se construyó la vanguardia revolucionaria para hacerlo y el caudillo ya no está con nosotros.
La lucha es entre fracciones de la burguesía emergente que ha logrado incrustarse en el Estado y ha surgido a la vida económica aprovechándose de las gabelas otorgadas por el mismo gobierno bolivariano. La burguesía parasitaria tradicional juega, adentro y afuera del gobierno, pero no tiene una clara expresión política. Las clases medias son veletas que se mueven al vaivén del Poder y los trabajadores están desorganizados, divididos y confusos.
Existen pequeños núcleos de revolucionarios que realizan análisis y proponen profundizar el supuesto “socialismo” de Chávez (“Golpe de Timón”) pero, no tienen la fuerza suficiente porque no fueron capaces de consolidar un poder popular real al lado del Comandante. Éste, realmente, nunca lo permitió. Y existen otros núcleos socialistas que se aislaron del movimiento independentista y son todavía menos influyentes que los anteriores.
Es triste constatar este panorama pero es lo que observamos desde la distancia. Evitar la salida violenta sería la actitud más sensata, resguardar las fuerzas populares y preparar la resistencia sería lo que en forma solidaria se podría recomendar con el respeto que se merece el bravo pueblo patriota.
@ferdorado