Desde niño siempre he sentido un amor especial por el fútbol en todas sus presentaciones. Procuro jugar cada vez que puedo en la semana y ver cuanto partido me sea posible en televisión. También procuro ir al estadio. Y todo esto significa algo mucho más especial cuando de ver Champions o de ver al Bayern se trata. Al equipo alemán lo he seguido prácticamente desde los 10 años, por influencia de mi primo, si no estoy mal. Y de la Champions ¿Qué puedo decir? Recuerdo que cuando era pequeño y soñaba con ser futbolista no pensaba en anotar un gol en una final o en ganar un mundial. No. Pensaba que mi sueño sería estar en el campo cuando sonara el himno de la Champions, previo a la disputa de un partido con el equipo que fuera. Bien, pues, cuando supe que estaría por trabajo en Madrid en estas fechas y tendría la oportunidad de ver al Bayern y de ver una semifinal de Champions, no lo pensé dos veces. No importaba si la boleta era oficial o revendida, ni que tuviese que levantarme a las tres de la mañana para ajustarme al horario de inicio de venta de boletas. Estaría en el Vicente Calderón.
Finalmente llegó el día tan esperado y desde que empecé a trabajar en Madrid solo podía esperar que se acabara la jornada para ir al estadio. Hacía mucho tiempo no sentía tanta ansiedad al caminar por las calles, ni tanto afán por entrar a una estación de metro como las que sentía ayer. No sabía si meter la boleta en un bolsillo y arriesgar que se doblara o llevarla en la mano y que el viento se la llevara volando. En la oficina me habían recomendado salir con mucho tiempo de anticipación, ya que el metro se llenaría mucho en esa dirección a hora pico. Tenían razón. Sobre las siete de la noche estaba entrando a una estación a la que no le cabía un alma y el primer metro que pasó estaba más lleno de lo que nunca los había visto acá. Pero bueno, tras años de montar en Transmilenio, eso no era algo que me fuera a retrasar.
Decenas de hinchas del Atlético en cada estación y media hora de viaje sería lo que me esperaba durante la siguiente media hora, la cual se sintió como una eternidad. En el estadio el ambiente fue justo lo que me imaginaba: miles de hinchas en las calles con bengalas, varios policías organizando a la multitud y una sección completamente cercada por donde ingresaban los pocos hinchas del Bayern a la tribuna visitante. Yo estaba ubicado lejos de la barra visitante, en lo que en El Campín sería oriental alta, así que fui entrando por mi lado a buscar mi puesto, algún bocadillo de jamón y una cerveza.
Alcancé a llegar una hora antes del partido en la cual pude ver todo el ambiente de Champions que me había imaginado: los anuncios de Heineken previo al inicio del partido, la salida de los jugadores de ambos equipos a calentar y ver cómo el estadio se iba llenando poco a poco mientras se acercaba la hora del partido. Finalmente, a las nueve menos cuarto aproximadamente estaban los equipos en fila y empezaba a sonar el tan esperado himno de la Champions: fuerte y claro por los parlantes del estadio, tal como siempre me lo había imaginado.
La afición del Atlético estuvo muy animada, mucho más de lo que la vi la vez anterior cuando tuve la oportunidad de asistir a un partido contra el Celta de Vigo. Anoche no paraban de gritar y alentar. El marco de la afición es muy similar a lo que se ve en Bogotá: una lateral para los visitantes si los hay, otra lateral con los ultras y en oriental, mi sección, unos hinchas bastante más emocionados que los que se suelen ver en occidental. En este punto, con el estadio a reventar con cada corrida de Griezmann o cada quite de Filipe Luis, caí en cuenta de que nunca había estado en un estadio como visitante. Nunca había experimentado esa sensación de estar haciendo fuerza completamente en solitario en una tribuna y de además tener que aguantar mis gritos o mi desesperación. El gol del Atlético vino rápido, en el minuto 10, mientras el estadio gritaba a reventar y yo trataba de disimular mi cara de molestia con la situación. Hace poco tuve la oportunidad de ir con un amigo ecuatoriano a ver Colombia-Ecuador en Barranquilla y no pude evitar pensar que ese sentimiento que yo acababa de vivir le había tocado aguantarlo 3 veces.
Los 80 minutos restantes serían un popurrí de alegría e intensidad en las tribunas. El estadio saltaba con las incursiones de torres, en especial su tiro en el palo mientras yo disimulaba un poco mi decepción cuando el Bayern fallaba alguna oportunidad. Algunos hinchas en las tribunas daban por bueno el 1-0 mientras que otros temían por las entradas de Ribery y Müller en el segundo tiempo. Sin embargo, el Atlético ya no cree en nadie. Ha pasado a ser un grande de Europa y esta energía se siente desde las tribunas.
Los últimos 5 minutos del partido tuvieron una característica especial que solo había sentido en Suramérica: las tribunas temblaban con el salto de los más de 40.000 espectadores en sus tribunas y nadie dejaba de gritar y alentar. El partido terminó finalmente y el estadio vitoreó con fuerza a sus guerreros, mientras los jugadores del Bayern iban a la lateral a agradecer a los centenares de hinchas que se habían desplazado desde Münich para verlos los cuales, en su gran mayoría, volverían a casa con un completo sin sabor tras ver perder al equipo en Madrid.
Tampoco diré que terminé feliz con el resultado y con el juego, pero mentiría si digo que salí triste del Vicente Calderón. Había cumplido dos sueños el mismo día y la alegría de esto, vivir un ambiente de semifinales en Champions y presenciar un partido de alto calibre con 2 de los mejores equipos del mundo me daban una alegría que ni el resultado podría opacar. No todas las derrotas son derrotas.