El encuentro del Congreso Nacional Africano con las FARC en La Habana

El encuentro del Congreso Nacional Africano con las FARC en La Habana

Uno de los negociadores relata la experiencia que marcó la ruta de cómo una sociedad logró reconciliarse

Por: José Tránsito Fariano
abril 25, 2016
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El encuentro del Congreso Nacional Africano con las FARC en La Habana
Foto: remaacpp.com

Cuando supe que una delegación del Consejo Nacional Africano venía a La Habana a fin de entrevistarse con la delegación de paz de las FARC-EP, imaginé que me hallaría frente a tres hombres de raza negra que llegaban a compartir su experiencia en la lucha contra el apartheid. Debo confesar que me sorprendí cuando vi descender del auto que los transportó a la sede, a tres hombres de aspecto europeo, de ojos clarísimos y piel blanca.

Los tres habían tomado parte activa en la lucha por la igualdad, pertenecían al CNA y habían sido objeto de acosos y persecuciones por parte del régimen racista. Entonces supe que aunque la raza negra había sido la oprimida en Suráfrica, también muchos blancos se solidarizaron con ella y se sumaron conscientemente a su lucha. Así también hubo negros que estuvieron del lado del régimen, persiguiendo por cuenta de él a los suyos. Concluí que literalmente, nunca debemos ver las  cosas exclusivamente en blanco y negro. En todo hay matices y sorpresas.

En algún momento de la reunión mencioné al doctor Christiaan Barnard, pionero de los trasplantes de corazón, famoso mundialmente por ello en la década de los 60, 70 y 80 del siglo pasado, de quien leí una vez una novela titulada Tensión, una impresionante denuncia contra el apartheid. El visitante de más edad me dijo que lo había conocido personalmente, y que en el CNA hubo alarma cuando adquirió fama mundial. Pensaban que el renombre del cirujano blanco sudafricano, sería capitalizado a su favor por el régimen. Uno de ellos escribió y publicó que si bien era meritorio que un compatriota hiciera trasplantes de corazón, sólo sería grande cuando instalara en un blanco o en un negro un corazón de la otra raza. El médico lo hizo una semana después. Como se ve, en todas partes hay prevenciones.

Ninguno de los visitantes hablaba en castellano, así que todas las conversaciones se daban por medio de una intérprete londinense, integrante de la fundación inglesa que preparó el encuentro. Resultó asombrosa su capacidad de trabajo, varios días escuchando y traduciendo de un lado para otro, con ligeros recesos, resultaba realmente agotador. Pero no desfalleció un solo momento, trabajando siempre con una bella sonrisa en los labios y una inteligente mirada de comprensión. Cualquiera pensaría que un papel así es secundario, pero si se lo mira bien, ella fue protagonista central, sin su presencia hubiera sido imposible el mínimo entendimiento.

Quedó claro que en el CNA también figuraron hombres de raza blanca, que el Partido Comunista de Sudáfrica desempeñó también un rol destacado en la lucha, al igual que muchas organizaciones de carácter religioso, especialmente musulmanas. Todos los delegados fueron perseguidos por el régimen. El mayor de ellos, un destacado jurista designado después por Mandela como integrante de la Corte Constitucional, perdió un brazo y un ojo en un atentado contra su vida. Por cierto que en el proceso de reconciliación se encontró cara a cara con el autor de su desgracia, y que terminó por perdonarlo. Meterlo a la cárcel no le devolvería sus miembros. Los otros también sufrieron prisión y exilio. Sin renunciar a la memoria histórica, ninguno habló con odio o rencor.

También hablaron del inmenso respaldo político y moral con el que contaron en el campo internacional, pese a que el régimen racista no escatimó nunca esfuerzos para presentarlos como terroristas desalmados. Esto último tuvo más eco al interior del país, en donde el régimen contaba con mayor capacidad de manipulación. En el momento más agudo de la confrontación, en el que se combinaban grandes acciones de masas con atentados contra la infraestructura económica, en el CNA estaban ciertos de que por esa vía terminarían triunfando. Pero tenían conciencia de que la victoria, dado el poder militar y la brutalidad de la represión policial del régimen, tardaría quizás una década o más en producirse.

Cuando la obtuvieran se encontrarían con un país totalmente en ruinas y con una inmensa cuota de sangre derramada. Resultaba mejor entrar en conversaciones de paz en busca de un acuerdo político, que permitiera seguir avanzando en otras condiciones. De eso se ocupó la negociación. Que nunca fue fácil. Incluso Mandela encontró una fuerte oposición en los suyos al comenzar a dialogar en la prisión. Cuando fue liberado en 1990, cien mil sudafricanos lo esperaron a la salida de la cárcel para celebrar emocionados su libertad. Y en Londres, en un estadio atestado con 70.000 espectadores, el público cantó feliz por el increíble paso alcanzado.

Fueron miles los liberados por cuenta de las conversaciones. El relato de su drama resulta doloroso. Fue necesario organizar todo un equipo de apoyo humanitario para ellos. Muchos desconocían si sus familiares vivían o en dónde se hallarían, carecían de un techo dónde dormir y un lugar dónde comer, no conocían las ciudades ni tenían la menor idea de cómo moverse en ellas. Hubo que cumplir con un enorme esfuerzo educativo y social, en el que tomó parte buena parte la sociedad civil sudafricana y la solidaridad internacional.

Al final, todo miembro del Congreso Nacional Africano terminó por recibir una pensión de por vida por parte del Estado. Se la llamó pensión de lucha y los benefició a todos, pues era necesario que contaran con un sustento después de tantos años de clandestinidad. A una buena parte hubo que enseñarles cómo administrar su salario para que no lo dilapidaran, al tiempo que el modo como se cumplían buena parte de las actividades sociales, desde usar un teléfono móvil.

En los cuatro años transcurridos desde la libertad de Mandela a las elecciones de 1994, los grupos paramilitares masacraron y asesinaron a 17.000 sudafricanos, un número superior a todos los que mataron desde que se instaló el apartheid. La intención de frustrar el acuerdo era evidente. Incluso por ello llegaron a romperse las conversaciones. Sólo hubo luz blanca al final del túnel cuando el Estado sudafricano se comprometió a combatir a fondo el fenómeno y se llegó a un acuerdo al respecto. Investigaciones de aparatos judiciales independientes acordados en las conversaciones, demostraron los vínculos ocultos entre el Ejército y la Policía con tales grupos. Pero los juicios los realizó la justicia ordinaria, de donde resultó una cuota alta de impunidad.

También hubo Comisión de la Verdad, nacida paradójicamente de la voluntad del CNA para que se develaran las imputaciones de graves crímenes contra varios de sus integrantes. Y amnistía para todos los crímenes, pero condicionada al grado de verdad que se aportara en el proceso. De las más de siete mil solicitudes sólo se aprobaron menos de 2000. Una de sus grandes conclusiones indicó que la justicia no tenía necesariamente por qué significar cárcel, la revelación de la verdad y el reconocimiento de responsabilidad podían tener un valor mayor que la privación de la libertad.

El proceso sudafricano culminó con una nueva Constitución Política y  con la Presidencia de Nelson Mandela tras las primeras elecciones libres e igualitarias en el país. Eso implicó que se realizaran cambios profundos, a los cuales hubo mucha oposición, desde luego. El parlamento elegido debía redactar la nueva carta magna con fundamento en unos principios acordados en las conversaciones, pero en buena medida estos fueron desconocidos, por lo que la Corte Constitucional echó abajo la nueva norma y el Parlamento se vio obligado a ajustarla. Nada es fácil en esto de la paz, nos queda perfectamente claro. Pero por ello no debe claudicarse.

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