Obtener una pensión en Colombia se convirtió en un verdadero milagrro. Amén de los innumerables requisitos, documentos y certificaciones autenticados y de necesariamente acompañarse de un abogado especializado en la materia --es decir de influencias en Colpensiones-- el anciano o anciana, porque debe tener más de sesenta años, se debe someter a todo tipo de vejámenes y atropellos. Después de gastar sus mejores años en una empresa que muy seguramente ya lo tenía relegado y que ansiaba despedir lo más pronto posible, se tiene que poner a prueba en su último paseo, el de pensionado que se confunde con su próxima muerte.
Una vez obtenidos todos los documentos, que se inician en una vieja y destartalada bodega de una notaría para “rescatar” su registro civil porque por su edad no se encuentra “en el sistema” (en mi caso personal fui registrado dos veces y en fecha de nacimiento diferente). Tuve que “definir” mi fecha para agilizar trámites, y la Registraduría, eficiente como de costumbre, me envió dos cédulas para complicarme aún más la vida. Decidí continuar celebrando mis cumpleaños como lo hice durante sesenta años. Para confirmar efectivamente mi fecha de nacimiento, el también anciano notario me sugirió ubicar a uno de los testigos de tan antiguo registro. Pero al revisar la lista, todos habían fallecido. Asunto similar significa obtener las sendas certificaciones laborales de hace cincuenta años y de entidades que hace rato desaparecieron por reestructuración o modernización. Lograr actualizar los registros y certificaciones de la vida laboral es más complicado que negociar un acuerdo de paz.
Debidamente organizados por fecha y autenticados, a pesar de la mentada ley antitrámites, el paquete se entrega en Colpensiones y a cruzar los dedos o visitar el templo más cercano para ofrecer una misa por la pronta respuesta. “En tres meses Usted recibe notificación”. Una luz de esperanza pero en medio de un largo túnel, porque la notificación indica que falta tal y sobra cual. Otra vez a tramitar, otra vez la solicitud, la larga cola, la tediosa espera y las rodillas y las piernas que no resisten. Suelen ser varias notificaciones con la misma respuesta. Hasta que por fin, por obra y gracia de la misa pagada que hace rato toco oficiar, se completan todos los papeles y requerimientos. Ahora sí por Dios.
Siempre pendiente del correo que por edad uno confunde con el barrendero, porque ambos son verdes. Pasa el tiempo que para un viejo es tan largo porque solo miramos el reloj. La levantada, el desayuno, la media mañana, el almuerzo, el noticiero, la corrupción, Uribe, las onces, el fútbol, James, la comida y la acostada con los recibos de los servicios y el catastral. ¡Y nada de Colpensiones carajo!
Tres veces leemos a Gabo y a su coronel. Por gusto al principio. Por paciencia y rabia al final. Pero nada de la resolución. Por fin aparece la notificación y con las manos más temblorosas que nunca rompemos la bolsa y también un borde de la resolución. Toda una larga lista de considerandos. Y al final lo más temido: su solicitud ha sido negada por todas las “leguleyadas” que los abogados se inventan y porque el hecho de no ser exmagistrado, senador, cónsul, ministro, asesor, concejal, diputado, alcalde o cualquier lagarto similar, no se puede acceder a la pensión. Sin embargo, se puede apelar dentro de los términos establecidos por la “Señora Ley”.
Nuestros familiares nos consuelan y animan. Tranquilo, aquí no le falta ni la comida ni la dormida y usted está “como un roble”. Tenga paciencia “que Dios sabe cómo hace sus cosas”. Un tiempo después decidimos visitar a nuestro abogado y este con toda la frescura del mundo. “Eso, allá en Colpensiones están negando todo. Toca apelar”. A veces no entendemos su frescura porque si sale la pensión se gana su platica, entonces empiezo a entender el circulo fatídico en que nos encontramos. Si se demora la pensión, recibe más platica. Estamos entre la espada y la pared.
Pueden ser varias apelaciones hasta llegar a la cúspide de la justicia y eso significa años largos de espera. Al fin, recibimos una eufórica llamada de nuestro abogado que a pleno pulmón dice: “le ganamos a esos…de Colpensiones. Venga por la resolución. Aquí lo espero”. Y coincidencias de la vida, estamos solos en casa y los bolsillos también. Toca esperar hasta mañana. Pero a la hora, otra vez el abogado: “¡y qué pasó Señor López…lo estoy esperando!”
Una de las más importantes firmas de nuestra vida estampamos en la notificación de la resolución de pensión. Recordamos a nuestro Gabo, a su coronel, su señora y el pobre gallo. Hay que celebrar tan magno acontecimiento. Todos los familiares y amigos se reportan al celular y la ceremonia se ve interrumpida por las numerosas llamadas. Al fin tenemos la fotocopia de la resolución pero la marquetería está cerrada para enmarcarla.
Pasarán cuatro meses para cobrar la famosa primera mesada y por supuesto nuestro abogado estará muy pendiente para acompañarnos a cobrar, no sin antes abrir una cuenta para depositar la pensión. Toca llamar a un agente de la policía por seguridad. Se le paga al abogado y a uno como que le da cierto remordimiento. Pero toca. Un familiar en moto está a la salida presto y el policía confirma si es conocido para permitirnos subir al aparato. Ah, difícil subir a una moto y más si es de alto cilindraje. Pero toca rogarle a Dios que lleguemos sin novedad a casa.
Nos esperan hasta los vecinos, en especial Doña Lucy, la de la tienda. Por fin se va a acabar “la fiadera”. Sobre la mesa, la plata una hoja y un lápiz como el dueño, viejo y sin punta, para hacer cuentas y "zás" se fue la plata. Cada mes haciendo la fila para la pensión al lado de vejestorios, bastones, muletas, sillas de ruedas, enfermos o dolientes, viudas y ladrones pendientes de cualquier descuido. Toca hacer la fila porque lo de la tarjeta no funcionó. Dos meses sin pago porque Colpensiones decía que había consignado en la cuenta y el banco, que no había tal. Se suele perder una que otra mesada. Algunos viejitos creen que hay un fantasma que cobra por un vivo.
En junio y por obra y gracia de un “tal Uribe” que no es el general, se perdió la mesada catorce y para acabar de completarla, nos cobran más por la salud que cuando trabajábamos. Un anciano me comentó que claro: "es cuando uno más se enferma".
Todas las pensiones están mal liquidadas, dice un folleto que nos regalan a la salida del banco. Que se puede demandar. Que no cobran sino hasta cuando las reliquiden. Ahí, usted tiene un ahorrito. Y claro, aparece nuestro abogado. Deme el poder y eso lo tenemos en dos años. Llevo cuatro años de pensionado y un Honorable juez de Neiva me negó el derecho. Desde que lo vi con su toga negra me causó mala impresión. El negro, el color, no es de mi agrado.
Estoy leyendo una vez más a mi querido Gabo y voy cuando el coronel raspa la ollita del tinto pero le tengo mucho miedo llegar al día cuando mi mujer me pregunte, qué hay para comer y yo le responda lo mismo que dijo el coronel.