En la más reciente publicación de la Organización de Transparencia Internacional - quien calcula anualmente el índice de percepción de la corrupción - Colombia ubica la posición número 87, por debajo de Uruguay, El Salvador, Cuba e Israel, entre un total de 168 países. De un máximo de 100 puntos posibles, que indicarían ausencia de corrupción, el país ‘más alegre del mundo’ obtuvo unos escasos 37.
Diversos organismos como la Sociedad Colombiana de Economistas, la Comisión Nacional Ciudadana para la Lucha Contra la Corrupción y el Consejo Privado de Competitividad, entre otros, se han dado a la tarea de cuantificar los costos de la corrupción y dichas investigaciones arrojan como resultado la asombrosa suma de $9.45 billones en promedio por año. Al realizar una comparación, el precio de venta de Isagén ($6.48 billones de pesos) es ligeramente, las dos terceras partes de este monto.
Para ponerlo en perspectiva, el Estado en el presupuesto nacional del 2015 adjudicó en total, menos recursos ($9.359 billones) para las siguientes actividades en conjunto: Fomento y Regulación del Desarrollo Económico; Vivienda y Espacio Público; Recreación, Deporte, Cultura y Comunicación; y Medio Ambiente. Es decir, se habría podido invertir el doble de dinero en todas esas áreas.
En el país del sagrado corazón, las noticias relacionadas a la corrupción son el pan de cada día. Los destapes y señalamientos han ‘salpicado’ – y en muchos casos han dejado con el agua al cuello - a presidentes, ministros, senadores, militares, periodistas, etc. Estamos tan habituados, que ya el calificativo de ‘escándalo’ no aplica ¡Nos volvimos inmunes y ya nada nos estremece! La indiferencia se convirtió en la mayor aliada de la corrupción.
Según la Real Academia de la Lengua Española, una costumbre es « una práctica tradicional de una colectividad o de un lugar » y en ese contexto, en Colombia la corrupción se nos volvió costumbre. Entre un escándalo y el siguiente, perdimos la capacidad de autocrítica social. ¿Cuándo comenzó a ser aceptable que una persona en el ejercicio de un cargo público tome ‘su tajada’ siempre y cuando haga ‘alguito’? ¿Quién y cómo se define que es ‘alguito’? ¿Dónde trazamos la línea ética?
La sociedad anhela el cambio pero los individuos no creen en él, por lo tanto, la clave del éxito reside en comprender que los esfuerzos personales se traducen en colectivos. Debemos cambiar ese concepto que los mismos gobernantes nos han hecho creer a lo largo de la historia: “En Colombia, a los corruptos no les pasa nada”. El inconformismo expresado diariamente bajo el anonimato y la seguridad de las redes sociales, debe alimentarse de información y conocimiento y traducirse en exigencias reales, para que seamos nosotros, quienes les enseñemos a los corruptos que toda acción genera consecuencias.
Es imprescindible que los ciudadanos nos unamos para responsabilizar a los dirigentes de sus actos y pedir rendición de cuentas, para lograrlo, el primer paso es entender que con la corrupción perdemos todos y que nuestro silencio nos hace cómplices.
@GolondrinaDream
