Argentina es un caso bastante atípico en la política latinoamericana. Allí los partidos políticos no se han inscrito nunca dentro de la tradición que tuvo el bipartidismo en Colombia hasta la década de 1990, ni del sistema de partido hegemónico, que reinó en México entre 1929 y la elección de Vicente Fox, por citar dos ejemplos paradigmáticos de la política regional. Visto desde lejos, el sistema de partidos políticos argentinos se ha caracterizado por la existencia de muchos partidos en devenir, por no decir transitorios. Generalmente los partidos más duraderos han sido el resultado de coaliciones multideológicas, que se fijan como objeto la consecución del poder, abanderadas por un partido de tradición, en proceso de mutación. Cuando no es así, los partidos han surgido como formaciones ligadas a figuras políticas carismáticas, como lo patenta el caso Perón.
En la raíz de los partidos políticos argentinos no hay un elemento ideológico visible. Eso impide de situarlos claramente dentro del espectro de las tres grandes ideologías, que han dominado el plano político, en el último siglo y medio: el Conservadurismo, el Liberalismo y el Socialismo. De los 52 dirigentes que han ocupado la presidencia argentina, 10 se han tomado el poder de facto, siete han gobernado en condición de interinos, entre ellos cuatro del partido Justicialista, uno lo ha hecho a nombre de una coalición, uno a nombre de un partido llamado Concordancia, uno como independiente, uno bajo la bandera liberal, uno bajo la bandera del partido nacional, 10 bajo la bandera del Partido Autonomista Nacional, 8 bajo la bandera de la Unión Cívica Radical, y 13 bajo la bandera justicialista-peronista.
Analizando en detalle la historia y los programas de los dos partidos más importantes del espectro político argentino durante el siglo XX: Unión Cívica Radical (el partido más longevo del país en la actualidad) y el Partido Justicialista, uno se encuentra que son partidos que están más cercanos del ideario liberal que del ideario de la socialdemocracia. La revisión del perfil Wikipedia de la Unión Cívica radical permite de advertir que al definirse este partido deja en claro que es el resultado de la unión de “grupos con diversas ideologías: el krausismo, el federalismo, el liberalismo, el nacionalismo, el desarrollismo y la socialdemocracia, entre otras”. En el perfil también se resalta que el partido ha cogobernado el país ejerciendo la “Vicepresidencia de la Nación en los primeros mandatos de Juan Domingo Perón y Cristina Fernández de Kirchner”. En las elecciones presidenciales de 2015, la UCR integró la alianza Cambiemos, que ganó con la candidatura presidencial de Mauricio Macri, abalada por el recién fundado partido Propuesta Republicana. La alianza de la UCR con el partido fundado por Macri deja en evidencia que la tradición política argentina tiende a ser la coalición partidista de carácter coyuntural y multideológica.
En cuanto al Partido Justicialista, éste se define como el “continuador del Partido Peronista, fundado por el general Juan Domingo Perón en 1946”, en cuyo seno se fusionaron “los partidos Laborista, Unión Cívica Radical Junta Renovadora e Independiente”. En lo que sería una descripción de sus fundamentos ideológicos, en el perfil se anota que este partido “adoptó la justicia social como principal estandarte desde sus orígenes, quedando desde entonces muy ligado a la clase obrera y los sindicatos”. En síntesis el partido justicialista argentino –al igual que su similar la Unión Cívica Radical- podría considerarse como un partido más cercanos al Partido Demócrata de Estados Unidos, al Partido Laborista del Reino Unido, al Partido Liberal de Canadá, al Nuevo Partido Democrático Canadiense o al Partido Socialista Obrero Español, que al partido comunista cubano.
En sus filas siempre han descollado sectores de marcada orientación conservadora. De hecho la entrada del actual presidente argentino, Mauricio Macri, a la vida política se dio a través del partido Justicialista. Según la biografía que le consagra Wikipedia, el “21 de febrero de 2001 Mauricio Macri anunció que se dedicaría a la política”, aceptando “una oferta del Partido Justicialista, presidido en ese momento por Carlos Menem. Auspiciado por Menem, un conservador en el plano económico, Macri se convirtió en candidato a senador por la Ciudad de Buenos Aires en las elecciones legislativas de Argentina” de ese año. En el año 2002, Macri fue apoyado por una coalición de partidos encabezada por el Partido Justicialista en su candidatura a la jefatura de gobierno de la capital argentina, liderando el Frente Compromiso para el Cambio. Ésta era “una alianza integrada por los partidos Justicialista, Federal, Autonomista, Demócrata, Acción por la República y Demócrata Progresista.”
La ambivalencia ideológica del justicialismo la patenta el hombre que llevó a Macri a la actividad política: Carlos Saúl Menem. Juan Gabriel Labaké lo define, junto a Carlos Salinas de Gortari, como uno de los dirigentes latinoamericanos más obedientes en la aplicación del recetario neoliberal, a pesar de ser una de las grandes figuras del peronismo. Si bien Menem es reconocido como el fundador de “la Juventud Peronista de su provincia, mientras se desempeñaba como asesor legal de la Confederación General del Trabajo y de otros sindicatos de La Rioja”, a Menem también se le atribuye, como lo anota Steven Levitsky, el hecho de haber liderado un gobierno que desmanteló el modelo económico que instauró Perón en los años cuarenta.
Desmontando el modelo peronista clásico, Menem le abrió la puerta al modelo neoliberal, que redujo el tamaño del Estado y dio curso a “una de las economías más abiertas de la región”. El desmantelamiento del modelo social impulsado por Perón y la adopción de una postura neoliberal llevó a la élite del partido –en los tiempos de Menem- a desconectarse de un amplio sector de la base, pues –según Levitsky- en el seno de ésta el 70,4% consideraba a las políticas de Menem como “muy favorables” para las empresas y el 67,8% las calificaba como “muy desfavorables” para los trabajadores.
El arraigo que alcanzó el menemismo en la cúpula de dicho partido y sus capas medias indica que el justicialismo es un partido permeado fuertemente por las ideas burguesas, que han cohabitado allí con un abanico de fuerzas de diversas orientaciones políticas. Según Levitsky, es esa naturaleza ecléctica la que le permitió al justicialismo sobrevivir al fuerte liderazgo de Menem y facilitó la contención del programa neoliberal menemista por parte del ala menos conservadora del partido.
Igualmente, Levitsky describe al partido justicialista como un archipiélago de organizaciones sociales, que funcionan de manera bastante autónoma con respecto a la dirección del partido. Para él, fue ese “sistema de agrupaciones” el que le “ofreció a aquellos peronistas disgustados con el perfil neoliberal del partido, canales alternativos de participación […] Como consecuencia de esto, las organizaciones peronistas provinciales y municipales consiguieron permanecer “desmenemizadas” hasta el final de la década” de 1990. Esa estructura informal, donde cohabita “un abanico de agrupaciones nacionalistas, populistas tradicionales, socialdemócratas, e incluso socialistas” soportó “el liderazgo nacional menemista” y procedió a la retoma del partido, cuando la hegemonía de Menem comenzó su declive.
Como la dirigencia de base del partido está más ideologizada que sus cuadros directivos, sostiene Levitsky, y su implicación en la solución de los problemas comunitarios le permite mayor contacto con la población de a pié, la retoma del partido por parte de los sectores refractarios al neoliberalismo se dio en todos los frentes. En los pulsos internos, el 42,1% del partido escogió un “retorno a las raíces del peronismo”, mientras que solo el 5,5% optó por darle continuidad a las ideas de Menem.
El colapso económico registrado por el país en el año 2000 le abrió las puertas al ala socialdemócrata y facilitó su empoderamiento. En un artículo académico, que analiza los cambios en el manejo económico que se produjeron en Argentina luego de la partida de Menem, Christopher Wylde sostiene que la llegada de Néstor Kirchner al poder, luego del colapso que sufrió el país bajo el gobierno de Fernando de la Rua, alteró “la estructura de la economía política argentina, poniendo énfasis en la trayectoria de desarrollo económico del país”. Kirchner, aprovechando la crisis del modelo neoliberal implementado por Menem durante ocho años, puso “en marcha un sinnúmero de cambios claves en la política […] Estos cambios facilitaron una nueva trayectoria de desarrollo en Argentina, producto de una construcción deliberada por parte del gobierno de Kirchner, el cual operó bajo circunstancias internacionales favorables”.
La manera como el menemismo le ganó en los años 1980 el pulso a los sectores socialdemócratas y la forma como éstos desplazaron a los sectores neoliberales y se empoderaron en el seno de dicho partido, de la mano de la pareja Kirchner-Fernández está profusamente relatado en el libro “La Patria sublevada. De Perón a Kirchner (1945-2010)”, del periodista e historiador Alfredo Silletta. El trabajo de Silletta pone de relevancia una fuerte pugna entre los sectores liberales, socialdemócratas y conservadores por el control de una agrupación política, que en los últimos 70 años le ha abierto el camino al poder a los sectores que controlan las palancas de su dirección.
La elección de Mauricio Macri a la presidencia del país gaucho parece poner de manifiesto el asomo de una nueva era política en ese país. Igualmente ella evidencia dos cosas concretas. De un lado los sectores conservadores ya no se sienten a gusto en el seno de las dos formaciones políticas de mayor tradición en Argentina. Por eso, liderados por este empresario, han decidido armar su propio partido. De otro lado, en el seno de una democracia liberal consolidada, donde el recurso al militarismo para impedir la modernización social del país dejó de ser un recurso políticamente presentable, la derecha argentina, tal como lo sostiene Gerardo Abdo, se ha visto obligado a “explorar nuevas alternativas”.
En conclusión, lo que ha emergido en Argentina en las últimas elecciones es un orden político tripartito. En el seno de dicho orden –en adelante- tres fuerzas políticas se disputaran el control del país. Ese sistema de partidos, tal como sucede en las democracias burguesas maduras, va a estar estructurado alrededor de las ideas conservadoras, liberales y laboristas. Lo curioso es que –siguiendo la tradición argentina- esas ideas no serán nombradas claramente en las etiquetas que distinguen a los partidos del país.
En fin, parece que después de muchos intentos, la derecha gaucha ha encontrado por fin un discurso y un tipo de dirigente que la agrupa y le permite jugar desmarcándose de la figura del “militar golpista” y del "político economista", a quien sus adversarios etiquetaban fácilmente como reaccionarios. Esa figura es la del político empresario, que habla de eficiencia y se describe como apolítico, mientras denigra de las ideologías. En su retórica hay permanentemente un elogio del pragmatismo, de la tecnocracia apolítica, y de la capacidad de ejecución del gerente, que proviene del mundo de la acción y los hechos en el que evoluciona el empresario y una condena cruda del mundo del discurso, al que asocia con el político clásico o el sindicalista, que deviene político.