Un hombre con investidura de profesor y con todo un prontuario de acoso sexual recorre los pasillos de la universidad: se trata del profesor Carlos Albeiro Ramírez Osorio, adscrito a la Facultad de Ciencias Humanas y Económicas, y que también funge como estudiante de Psicología. Lleva tres años persiguiendo y acosando a una estudiante de sociología que tuvo que solicitar medidas de protección en la Fiscalía pero estas no han funcionado debido a que la universidad no toma las mediadas necesarias. El profesor continúa campante y acechante, hasta el punto de convertirse en el perseguidor compulsivo de la estudiante tanto en la universidad como en la calle.
¿A cuántas mujeres más habrá intimidado? Arquetípica es la imagen del profesor depravado que se aprovecha del status para seducir muchachitas incautas. Seguramente muchas caen, y las que no, tienen que padecer su persecución enfermiza.
Los hechos
Ante el insistente acoso durante tres años, la estudiante solicita medida protección ante la Fiscalía, la obtiene, y al tipo le queda prohibido, entre otras cosas, “1. Concurrir a los mismos lugares en que se encuentre la víctima”, 2. “estar a menos de diez metros de la víctima” y “4. Cualquier comunicación con la víctima”. A la Rectoría de la Universidad se le oficia la medida de protección con el fin de que se le ofrezca protección a la estudiante por parte de los vigilantes “de las porterías a las aulas de clase y viceversa”, numeral 3.
Según narra la compañera, en denuncia penal radicada el 28 de enero de 2015, el profesor se ganó inicialmente su confianza haciendo con ella el trabajo final para un curso que ambos matricularon (Teoría de las Ciencias Sociales). Entablaron una amistad de esas comunes y corrientes entre dos estudiantes que toman café y conversan antes de clases. Pero al poco tiempo el profesor comienza a llamarla, escribirle correos, buscarla hasta encontrarla en donde fuera, inclusive al interior de cursos de la estudiante, a los que entraba y le pedía permiso al profesor para que ella saliera.
Al profesor le interesaba mucho el tema de los Trastornos Obsesivos Compulsivos (TOC) y había formado un grupo de estudio al que la compañera asistió durante un mes porque no soportó las permanentes insinuaciones:
Mensajes como estos son enviados por el profesor a la estudiante
Insistía durante el resto del año con las llamadas y la persecución por toda la universidad. Un día en la estación del metro cercana a la universidad la jaló del bolso y la interpeló violentamente, gritándole “perra” y otros improperios que intimidaron y asustaron mucho más a la estudiante, que ya se sentía demasiado humillada.
La situación había desbordado los límites y la estudiante, acompañada de una abogada amiga, empezó a dar a conocer el caso dentro de la Universidad. Al principio no fueron escuchadas, pues la Universidad no tenía un protocolo de atención para este tipo de casos; se hizo necesaria entonces la notificación de la medida de protección a las facultades de ciencias económicas y ciencias sociales y humanas de la Universidad para agilizar un poco el proceso disciplinario que corría contra Carlos Albeiro, pero desafortunadamente el proceso fue archivado el 18 de agosto de 2015 por parte de la Unidad de Asuntos Disciplinarios de la Universidad ante la negativa de la victima de realizar el careo. La estudiante, asesorada por su abogada, conocía del derecho que le asistía como víctima de no ser confrontada con su agresor en términos de la Ley 1257 de 2008.
Finalmente el 18 de marzo de 2016 el acoso tomo límites de agresión física, esta vez, dirigidas a su compañero. Ante la persecución ejercida por el profesor desde las horas de la tarde, el compañero afectivo de la estudiante se le acerca y discute con él. En la noche, y en un lugar al que los estudiantes concurren para tomar cerveza y conversar, vuelve a ver al profesor asechando y se le acerca para advertirle que deje de intimidar y que cumpla la medida de protección la cual le impone estar lejos de la estudiante. El profesor ya envalentonado coge una botella y se la estalla en la cabeza al joven, que resulta con heridas en el cuello, la frente y la mano: cuarenta puntos en su rostro.
Y el profesor llega a la semana siguiente a dar clase de humanidades con total tranquilidad, protegido por la universidad que lo ampara, fermentando la corrupción y la degradación moral que hace rato corroe al establecimiento.
La universidad es cómplice mientras no saque a este personaje del claustro donde seguramente muchas mujeres sí han tenido que huir o en el peor de los casos ceder para conservar su tranquilidad.
De apostilla
Han machacado una flor. La dignidad de los estudiantes agredidos no puede quedar impune ante los organismos disciplinarios de la Alma Mater que a veces parece más bien el Alma Muerta, protegiendo a profesores que abusan de su poder. Si usted lector tuviera la oportunidad de ver cómo este sujeto se pavonea tranquilamente cual “estudiante en día de la primavera”, me daría la razón cuando clamo en este texto para que se haga la mínima justicia: que salga de la universidad y deje de intimidar muchachas. Es un peligro, por el nivel de trastorno obsesivo compulsivo que maneja. Ah, y que responda por la cara cortada del compañero sentimental de la estudiante.
¿Cómo parar esa rosca que tanta impunidad e injusticia genera en casos como este dentro de la universidad?