Volvimos del inframundo…
Opinión

Volvimos del inframundo…

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septiembre 03, 2013
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Cuenta la mitología griega que Perséfone, hija de la poderosa diosa Deméter, fue seducida por Hades, dios del inframundo, mediante una flor de narciso. Cuando la encantadora chica fue a tomar la flor, Hades la secuestró. Deméter hizo gestiones ante Zeus, pero como todo gobierno patriarcal, éste no le paró muchas bolas. Entonces Deméter, desesperada como las madres de todos los secuestrados, apagó el sol y con las tinieblas murieron todas las plantas que daban frutos sobre la tierra.  Ya con los seres humanos de su parte, clamando ante Zeus para no morir de hambre, haciendo cacerolazos todas las noches, a Zeus le tocó, como a cualquier presidente ante un paro nacional, negociar, intermediar ante Hades y tratar de echar atrás el rapto, como quien intenta echar atrás un TLC.

Lastimosamente en esos meses de secuestro Perséfone sufrió el “síndrome de Estocolmo”, por lo que a la hora de su liberación, ya estaba enamorada de Hades, su captor. Pero también quería volver a la superficie de la tierra y disfrutar de la compañía amorosa de Deméter.

Ante tal indecisión de la chica y temiendo que se extendiera el paro humano, Zeus, como cualquier jugador de póker, propuso una salida salomónica: Perséfone permanecería seis meses en la superficie, al lado de Deméter y seis meses al lado de su nuevo enamorado. Es por eso que cada septiembre se oscurece y se enfría la tierra y en marzo, cuando Perséfone vuelve a la tierra, todo vuelve a florecer: es primavera.

Haber leído esta historia de Perséfone me enamoró mucho más de la primavera a mí, que cuando niña veía películas sobre países que tienen estaciones y siempre me pregunté qué se siente estar en primavera. Y aunque en nuestro trópico hay ciudades de eternas primaveras, con flores todo el año, con lluvias imprevistas y soles abrasadores, sin calendario fijo, he copiado la costumbre nórdica de hacer el ritual de bienvenida a la primavera.

Cada 21 de marzo, durante muchos años ya, me he reunido con grupos de mujeres a celebrar y honrar todo lo que florece  cada año en nuestra vida y a nuestro alrededor.

Este año hubo doble celebración: gracias al Paro Agrario y de tantos sectores  después, hemos podido asistir, aunque sea por un ratico, a nuestra propia primavera.

Varias noches he podido revivir la emoción de aquellos aquelarres y esta vez de manera masiva. He sentido el poder de Deméter, haciendo temblar la tierra con los pasos de miles de personas que suenan sus cacerolas, sus tambores, sus silbatos, sus palmas, la bocina de sus bicicletas.  He unido mis pasos y mi voz a esa marcha primaveral en la que gente de distintas edades, condiciones e historias defiende la vida, la dignidad, la libertad de las semillas, se indigna ante el maltrato y el abandono atávico en el que nuestro Olimpo criollo ha sumido al campesinado.

La noche que llegaron los y las campesinas e indígenas de varios municipios del  Valle a Cali, pude ver esos rostros curtidos, cansados de varios días de marchas, asoleadas, reuniones y hasta golpizas y pude ver las lágrimas escurriendo por sus mejillas duras, al escuchar los saludos y poemas con que la gente de las marchas urbanas los recibieron. Y entonces, no importó la desinformación de los medios comerciales de comunicación, altoparlantes del Olimpo, no importó la presencia amenazante y abusiva, cada noche y cada día, de miles de agentes del Esmad y la Policía, ni siquiera la oportunista “oposición” de la ultraderecha uribista y otros enviados  por Hades  desde el inframundo a impedir el florecimiento.

La primavera que protagonizan millones de seres indignados, hijos e hijas de Deméter regados en este planeta tierra, se está haciendo también aquí, en nuestro trópico, vestida de ruanas y ponchos, sombreros, pelucas, minifaldas, camisetas de bandas de rock, o con imágenes del Che Guevara… Y ahora sabemos que aunque las negociaciones no logren la anhelada reforma agraria ni la política rural integral para mejorar la vida, aunque en el país se vuelva a instalar el invierno por un tiempo, tenemos una cita irrenunciable con la posibilidad de hacer germinar de nuevo nuestras semillas propias y  de florecer la vida como la soñamos y merecemos.

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