Patrick Vanryckeghem ingresó caminando, por vez primera, al centro histórico de Popayán. Frente a sus ojos de color azul cristal, había polvo y escombros para donde volteara a mirar. ‘La Ciudad Blanca’ apenas gateaba queriendo levantarse de las ruinas. El paisaje era lo más cercano a un país después de una larga guerra. Habían pasado siete meses desde que la tierra rugió con fuerza y puso a Popayán de rodillas. Él iba de paso por el Cauca rumbo al parque arqueológico de San Agustín, Huila, sin saber que el destino le jugaría una broma y terminaría unido al cordón umbilical de la Semana Santa, casado con una patoja y “condenado” a regresar cada año.
En la suela de sus zapatos, Patrick aún conserva las huellas de sus recorridos por el mundo. Países como Vietnam, Camboya, Pakistán, Laos, Francia, España, Venezuela, Ecuador, son solo algunos del historial grabado en su memoria. Pero faltaba Colombia. En noviembre de 1983, empacó en una maleta lo necesario para sobrevivir y salió de su casa ubicada en Tournai, ciudad histórica de Bélgica, rumbo a nuestro país, motivado por las esculturas de San Agustín, Huila. Cuando llegó a Pitalito, su equipaje con todos sus papeles y tiquete de vuelo, desaparecieron.
Hoy, sentado en una silla de madera, en un café, frente al claustro de Santo Domingo, recuerda bien la escena. Desesperado, se devolvió hasta Popayán y habló con la secretaria de la aerolínea para que le solucionara el problema. Pidió respuestas al gerente y exigió programar otro vuelo a Bogotá, después de la desafortunada experiencia. En ese entonces se subía al avión solo mostrando el tiquete. La mujer que lo atendió ese día, lo sintió tan molesto que el belga fue invitado a hospedarse en su casa y cenar con la familia.
Patrick dice que ella buscó borrar la mala imagen que podía hacerse, en ese momento de la ciudad. La velada fue tan amena, que al año siguiente, regresó en septiembre invitado por la familia. En esa oportunidad escuchó por primera vez de las procesiones de Semana Santa.
Al siguiente año regresó para las celebraciones litúrgicas. Patrick vino sólo de turista y quedó encantado. Para entonces era un evento muy de familias payanesas. Con el pasar de los años compró una casa en el barrio Santa Inés con tal suerte que quedó de vecino a uno de los regidores de las procesiones. Para entonces, ya colaboraba con gran desempeño, en el arreglo de los pasos, al interior de las iglesias. El día que ‘pichoneó’ por vez primera, llegó por accidente, así como la vez que perdió su maleta. Era como si el destino le hubiera separado un barrote con anticipación.
Esa esa oportunidad, como es costumbre desde 1840, los jóvenes corrían para ayudar a sacar el paso al ingreso de la iglesia. Patrick observaba atento, muy de cerca, parado en una de las aceras. El tumulto de gente hacía más complicada la labor. De pronto, uno de los cargueros esquineros abandonó su barrote cediéndolo por unos momentos al compañero de enseguida y cuando reconoció al espigado Vanryckeghem, lo sujetó por el brazo y le dijo: llegó tu hora. El belga, que no tuvo tiempo ni de respirar, en un par de segundos, tomó su lugar y cargó por primera vez, dos cuadras. Al año siguiente lo vieron corriendo a pedir ‘pichón’ hasta que se ganó su lugar por mérito propio, en el paso de María Salomé.
En el 2005, Patrick decidió no sólo llegar a Popayán a participar de la Semana Mayor sino que vino dispuesto a conseguir una mujer para casarse. Era hombre soltero, carismático y buen conversador, de piel clara y de gran estatura, (uno metro con 80 centímetros) y con pinta de gringo. Cualidades que aún conserva. Y aunque tenía varias posibilidades ya identificadas, se decidió por Adelaida Arboleda Silva, una patoja de cuna. Ella lo invitó a un café una mañana cualquiera y lo cautivó para siempre.
Dos años más tarde se casaron, en la Iglesia de la Encarnación y luego nació una hermosa niña, fruto de un amor ligado a las procesiones, pues la familia de Adelaida, es la responsable del patrono de San Pedro que sale al desfile del señor del Jesucristo resucitado, el sábado santo, junto a ocho imágenes más. Ese fue el santo que pasó a cargar Patrick, invitado por su nueva familia.
El mesero del café se acerca e interrumpe la conversación. Patrick hace su pedido y continúa hablando. La escena del mesero hizo que recordara sus años de juventud en Bélgica cuando se ganaba la vida, en establecimientos públicos atendiendo clientes y limpiando mesas. En la actualidad es contador público y está a punto de jubilarse. En su país, se deben cumplir 45 años de servicio y superar los 65 de edad.
En el nuestro ya lo jubilaron. El pasado lunes, 21 de marzo, la Junta permanente Pro Semana Santa de Popayán, le otorgó a Patrick Vanryckeghem la Alcayata de Oro y lo reconoció como un integrante más de la familia semanasantera de la ciudad que mantiene viva esta tradición, reconocida como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. Es el primer extranjero en recibir el honor más importante para un carguero.
La Junta otorga el reconocimiento en tres casos específicos, celebrando una misa: En la primera otorga la exaltación Decano del carguío cuando la persona cumple 60 años de edad y consigue 35 de ellos, en ejercicio de forma ininterrumpida. La segunda, otorgando la Alcayata de Oro a quienes llegan a los 60 de edad y de ellos, cargan mínimo 20 años. Y una tercera exaltación, a quienes logran mínimo 20 años de ejercicio y sufren una enfermedad incapacitante. En consecuencia, se otorga la Alcayata de Oro, previa solicitud del interesado.
En el caso de Patrick, su labor como carguero cumplió los 20 años y fue exaltado con honores pues el sábado anterior cargó por última vez. Él dice que más allá del reconocimiento está el significado de hermandad, de unión y de inclusión que le han brindado los payaneses. Sentirse hijo de esta ciudad y ser parte de su cultura, es su mayor orgullo. Acepta que llegó de paso y terminó encontrando su lugar en el planeta, cuando nunca se había quedado en ningún sitio, pues se considera un ciudadano del mundo. Hoy es un payanés más, agradecido con una ciudad en la que descubrió el amor que lo acompañaría para el resto de la vida.
Sesenta años de vida, veinte de ellos ininterrumpidos como carguero en las procesiones de la Semana Santa de Popayán, fueron meritorios para que Patrick Vanryckeghem recibiera esta semana la Alcayata de Oro. Es el primer extranjero en recibir el más alto honor que se le otorga a un carguero en la “Jerusalén de América”.