Tal parece que los medios de comunicación actualmente hallan pocas estrategias distintas, para captar la atención de su público, que promover la indignación; ofrecerles ese plato de estrés que los enferma emocionalmente, al favorecer una condena – embozada, pero cada vez más generalizada- sobre la marcha de las cosas en el mundo social, y en sus instituciones; que no pocas veces tiene el efecto de profundizar en el espectador un estado de envenenamiento en contra de su existencia.
Tal es el caso –también- de una nota publicada el 15 de marzo en la página de Telemedellín noticias, intitulada Presunto caso de discriminación en el Jardín Botánico. En ella, las personas objeto de tal discriminación, unos jóvenes caracterizados como “Movimiento Gótico”, toman la iniciativa de presentar su situación a la opinión pública, y exponen la experiencia vivida, con las razones que les asisten.
En la noticia se incluye un video, aportado por los jóvenes y publicado por un periodista, en el que se observa a un policía que impide la entrada de aquellos ejerciendo una "autoridad" sin argumentos: "no se puede, así de sencillo, no se puede" –dice-. Curiosamente, ante esta evidencia incontrovertible, el periodista comenta el hecho que presenta el video como una "supuesta restricción" (sic); obsérvese que las palabras que relativizan los hechos también son justamente con las que titula la nota.
Ahora bien, la presentación de la noticia es equívoca: pues en el mismo contexto, en la página de Telemedellín noticias se lee, como subtítulo de la nota, que los jóvenes “lograron registrar un video en el que evidencian la situación de discriminación”.
Esta discusión podría pasar como una sutileza: si la restricción es “supuesta” o se “evidencia” con la discriminación; lo delicado es que intitular la noticia de aquella manera, y comentarla de la otra, induce el sesgo psicológico de la ambivalencia en el análisis propuesto al televidente. Cualquiera podría barruntar en el periodista una intencionalidad de denuncia, en el acto de elegir realizar la nota, pero también una de confundir la comprensión del hecho acaecido; pues la forma en que articula el audiovisual –de un modo un tanto desorientado en la secuencia expositiva, que debería ir aunada a una lógica argumentativa, que propiciara la comprensión de los hechos-, termina por poner en duda la existencia misma del acontecimiento que intenta presentar: la manifiesta restricción en el acceso y sus razones.
En este sentido, la exposición de la “información” conduce, no a que el televidente entienda que el comunicador no toma partido (lo cual coincidiría con el ideal de la imparcialidad), sino a generar confusión en la lectura del hecho; pues el periodista no trabaja de manera que el lector siga una lógica argumentativa que él le presentaría; no produce el hilado de una lectura coherente, con el ánimo de que el televidente pueda formarse una idea cabal de los hechos; sino que adhiere, a la denuncia, una versión desarticulada de las poco claras explicaciones de la prohibición de entrada, sin entregar datos suficientes para esclarecer como se operó la “restricción” por parte los responsables de que se efectuara.
Con ello, el periodista se aleja, no solo de la objetividad, sino de la imparcialidad, pues no toma partido cabal por la información, sino que lo que termina por producir es una puesta en entredicho la denuncia de los jóvenes, justamente allí donde ella es probada. Y deja en el aire, de manera ambigua, la impredecible interpretación de las reglas con que el Jardín Botánico sustentaría la actitud que asumió con respecto a la restricción en el ingreso.
Estoy hablando de lo que nos permite entender la noticia, y en ella es especialmente funesta la acción representada en la actitud del policía referido antes: la negación del lugar de los jóvenes como sujetos políticos, la negación del derecho a dialectizar las razones en las que está fundada una prohibición; la degradación de la función de la ley y su sentido.
Lo anterior, no permite captar una autoridad sino un autoritarismo: el ejercicio de un poder por la fuerza, por la fuerza armada representada en el policía, que disuade no precisamente mediante argumentos, sino a través de la intimidación propia de la técnica psicológica del radioteléfono.
Es claro que el video lo que nos ofrece, sobre el Jardín Botánico, es la percepción de una institución sin referentes normativos que haya enunciado oportunamente, y a los que pudiera recurrirse, a fin de que la ciudadanía estuviera en condiciones de acogerse a ellos a través de un ejercicio de la condición política, dialógica, argumentativa, de los jóvenes. La única muestra de civilidad que parecieran promover las imágenes, es la que sostiene la actitud de los jóvenes, que apela a las razones, que alude a los derechos.
Acontecimientos como el anterior, son los que clavan en la sociedad el aguijón de la indignación, que le producen la impresión de instituciones y de funcionarios que despliegan el ejercicio de una voluntad caprichosa, que no responde a criterios objetivos. Rol, ese, que ocuparía la señora Benjumea -del Jardín Botánico, en el video-, que en una elusiva alusión, en clave de derechos y con algún término almibarado, no precisa la regla que estarían violando los jóvenes, sino que recurre a una enunciación sin sujeto –generalización- en la que sugiere una intencionalidad de la que no ofrece pruebas; en una posición paranoica que deja traslucir con la expresión "apoderarse del espacio"; en tanto propósito que les adjudica a los sujetos que le resultan inadmisibles. Con esto, no parece que la señora quedara bien parada en su declaración; para no referirnos a lo que proyecta en su lenguaje no verbal, con sus gestos de indiferencia y desdén por los argumentos, -las razones- de los otros.
Sucesos como el que se encuentra en mención, en que las noticias difunden imágenes de personas expuestas a la arbitrariedad de un despliegue de poder que limita le vivencia de los derechos, de la igualdad, despiertan en la ciudadanía la pasión de la indignación; que genera inevitablemente un efecto: la sensación de injustica, que activa el vivo sentimiento de la paradoja –comúnmente reclamada en estos días- de que el diálogo sólo se realiza con actores armados; que el diálogo es un derecho negado para los demás ciudadanos; que quedan indefensos ante la aplicación autoritaria de normas, que se experimentan como sin sentido.
Mientras que la figura que representa la máxima autoridad del Estado continúe insistiendo, de todas las maneras posibles, en promover el diálogo como un valor deseable, pero sigan presentándose estas situaciones en las que se les cercena a los ciudadanos de a pie ese mismo derecho, se continuarán reproduciendo las condiciones de inequidad en nuestro país; que precisamente descuella en los escalafones internacionales de esta indeseable condición.
En tanto se publicite reiteradamente la pedagogía de “la conversación más grande del mundo”, como estrategia de participación ciudadana, incluyente, mediante la palabra, para propiciar las condiciones destinadas a la construcción de la paz; pero se den casos como el referido, en los que se experimenta la discriminación y la imposibilidad del diálogo para encontrar soluciones negociadas a los conflictos; el diálogo no será más que un mecanismo artificial. En tanto no sea puesto en práctica en los distintos escenarios de la vida pública, consuetudinariamente, no tendrá ningún alcance efectivo.
Mientras sigan desconociéndose las opciones estéticas de los jóvenes, y continúen siendo mirados con recelo, y segregados en silencio por sus expresiones de configuración estética; se les seguirá negando su rol de sujetos políticos; y se les continuará violando el pleno ejercicio de sus derechos como ciudadanos.
¿Puede un país fragmentado, con instituciones desarticuladas en sus políticas, incoherente en sus medios, con posiciones ambiguas frente a las normas, con acciones policivas que acallan o ignoran al otro como interlocutor válido, avocarse al serio propósito de la paz?