A propósito del escándalo que sacudió al club Independiente Santa Fe el pasado fin de semana, donde se desató un conflicto interno entre el máximo referente del equipo ,Ómar Pérez, y el extécnico Gerardo Pelusso, es imposible creer que un jugador por más estrella e ídolo que sea, pueda exigir que lo tengan en cuenta, porque existen otros 20 que día a día se preparan igual y también merecen oportunidades. Más allá de los desplantes del D.T. hacia el jugador, un futbolista que es querido por la afición no puede ser el jefe de un equipo o club. Hay que aclarar que el técnico tampoco actúo de la mejor forma, puesto que no le dirigía ni una palabra a su mejor jugador y con sus actitudes le hizo saber que no lo necesitaba más.
Es lógico que un futbolista de edad no rinda de la mejor forma. Sin embargo, pareciera ser que las ganas y aptitudes de Ómar son las mejores, porque no importa su situación: siempre será un referente, y si es capitán, pues tendrá más validez. Aunque llega un momento en que todo explota y se llegan a cometer graves errores que más allá de la polémica, lo que hace es desestabilizar una unión grupal. Y al mismo tiempo puede ser afectado con resultados deportivos. No obstante, a veces cuando un hincha, directivos y propios compañeros consienten demasiado a sus figuras, situaciones como la de Ómar pueden ser un arma de doble filo. Así, esos referentes o llamados “ídolos”, nunca han sentido qué es el desprecio en su profesión, porque siempre lo han tenido todo y saben que por tener esa corona, se convierten intocables y obtienen un poder influyente dentro y fuera del equipo.
Ahora, no puede ser que un jugador tenga más poder que su propio y verdadero jefe. La pregunta es inmensa. ¿Cómo es posible que después de una renuncia, ésta no pueda ser aceptada? Se supone que un máximo dirigente tiene que decidir sí se queda o no, pero en este caso la renuncia y los actos eran contundentes. Todo era claro, el jugador no podía seguir, pero sólo porque los argumentos no convencieron, entonces esa persona se queda y sigue jugando. Eso no se entiende.
Por eso, con esas decisiones tomadas, se deja a la imaginación que tuvo más poder la presencia de Ómar Pérez, que la palabra de un directivo. Cuando anteriormente en una rueda de prensa éste último mencionó que el jugador era el que decidía sí se iba o no. Pero todo pasó al revés. El jefe pareció otro.
Lo cierto es que ante la negativa de su renuncia por parte de las directivas, el jugador tuvo que tomar la opción de realizar una carta donde expresa con más detalles lo que pasó y aunque él mencione que no quiso pasar por encima del club y de nadie, sí deja condicionado al nuevo cuerpo técnico que llega para apagar un problema interno que no siga afectando la estabilidad del club y así reconstruir el camino deportivo. Sin embargo, los hinchas seguirán teniendo a su ídolo dentro del equipo, pero más que todo, tendrán a su máximo jefe.