La fortaleza femenina en un solo ojo: la princesa de Éboli
Opinión

La fortaleza femenina en un solo ojo: la princesa de Éboli

Ana de Mendoza y de la Cerda, enigmática e inspiradora de artistas, con su parche sobre el ojo brilló en un mundo que solo parecía para hombres

Por:
marzo 13, 2016
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Hoy, quien haya perdido un ojo no usa un parche para tapar su deficiencia. Aún menos común es que se coloquen los conocidos ojos de vidrio, inamovibles, pesados y miedosos. Lo usual son las prótesis oculares o implantes orbitarios tan parecidos a los ojos humanos, que difícilmente notamos la diferencia de quien por diversas razones deben usarlos. Una maravilla más de la ciencia moderna.

Pero ese no es el argumento de mi columna. Les voy a hablar de alguien que —a pesar de no haber podido usar uno de estos nuevos falsos ojos que se mueven igual que los verdaderos, y que ayudan estéticamente a quienes por diversas razones han perdido la visión de un lado—, logró pasar a la historia como una de las mujeres más bellas e inteligentes de su época.

Se trata de la Princesa de Éboli, también conocida como la condesa de Melito y duquesa de Pastrana.

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Nacida con el nombre de Ana de Mendoza y de la Cerda, desde pequeña buscó el afecto de su padre.

Diego Hurtado de Mendoza, virrey de Perú, siempre había deseado un hijo varón que ni la naturaleza, ni sus diversas mujeres lograron darle.  Y su hija lo supo desde siempre.

La bella Ana no pudo reemplazar nunca ese vacío, pero su deseo de llenarlo la convirtieron en una mujer mucho más inteligente que las féminas de su época en España. Más educada e infinitamente más curiosa.

La pérdida de su ojo derecho a manos de un descuidado criado que por accidente le clavó una espada (en un entrenamiento de esgrima) no fue nunca un obstáculo en su camino. Al contrario.

El uso del parche hizo a Ana, calificada desde siempre como bella, una mujer mucho más atractiva y deseada en la corte.

Como la mayoría de mujeres de su época, contrajo matrimonio  a los 12 años con un noble de la corte de Felipe II, su ministro Ruy Gómez da Silva (líder del partido pacifista de la corte) con quien tuvo 10 hijos y compartió 21 años de su vida.

Ruy fue por años consejero y amigo del rey Felipe II.  Ana era considerada parte del pequeño círculo de esa amistad. Ahí aprendió muy bien cómo usar sus encantos femeninos y su inteligencia para acceder a la política y al poder. Siempre al lado de su marido.

Tan cercanos eran él y su esposa al rey, que incluso se llegó a comentar que Ana tuvo en algún momento relaciones amorosas con el mandatario real.

Durante ese tiempo, la pareja se relacionó con altos dignatarios y cortesanos a través de los cuales lograron acomodarse muy bien dentro de la realeza. Era una pareja muy bien acomodada en esa sociedad en la que eran más deseadas y prácticas las conexiones que las amistades para mantenerse vigente y estable en el círculo social del poder.

Su marido fundó dos conventos y Ana quiso manejarlos. Por su carácter, tuvo serios problemas con las monjas que dirigían los claustros. Cuando murió su marido, en 1573, Ana quiso ser parte de la orden religiosa, pero manteniendo los mismos lujos y servicios a los que estaba acostumbrada. Por eso solo logro quedarse tres años, pues las hermanas de Santa Teresa de Jesús no aguantaron sus imprudencias y desmanes.

Entonces la princesa de Éboli se vio obligada a retornar a la vida pública en 1576.  Buscando posicionarse nuevamente, y sin contar con la misma influencia que tenía cuando vivía su marido, Ana formalizó una especie de alianza con Antonio Pérez, quien sucediendo a Ruy, se convirtió en secretario de Estado del Rey.

Antonio era uno de los hombres de confianza de Felipe II y como tal aconsejaba e informaba sobre todos los acontecimientos que sucedían a su alrededor. Era un hombre que generaba celos y envidias.

La alianza con Ana, que se cree fue también amorosa, consistía en la revelación de secretos de estado a los que solo Antonio tenía acceso. Estos secretos eran vendidos y compartidos según intereses políticos y económicos gracias a las conexiones y gestiones de la princesa de Éboli, quien usaba sus redes para beneficiarse política y económicamente.

Con su inteligencia y curiosidad, lograba moverse sin problema entre los más pudientes haciéndose necesitar de unos y otros por la información que manejaba. Sus infidencias lograron posicionarla como una de las mujeres más ricas de España.

Pero Pérez cayó en la desgracia luego de ser acusado de estar involucrado en el asesinato de don Juan de Escobedo, secretario de Estado de Juan De Austria (medio hermano de Felipe II, hijo ilegítimo de Carlos I). Un escándalo que además manchó a Felipe II quien al parecer fue engañado por Pérez.

Los rumores de una posible filtración de información sobre los planes para eliminar a Escobedo —que además sabía de los amoríos entre Ana y Pérez—, llevaron al rey a desconfiar de su secretario y hombre de confianza, y de su amiga Ana, princesa de Éboli.

Al indagar, quedo al descubierto la red de secretos favores que manejaba la pareja dentro de la corte para mantener su estatus y seguir enriqueciéndose.

Ana fue encarcelada y pasó sus últimos años en prisión acusada no solo de traición, sino de mal manejo de dineros y de vivir de manera indecente.  Luego de ser trasladada a diferentes cárceles, murió en su palacio en Pastrana, en el año de 1592.

A pesar de su triste final, Ana, enigmática e inspiradora de películas, cuadros y hasta esculturas de cera logró con un solo ojo, resaltarse en un mundo que en ese momento parecía solo para hombres.

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