Su tono dicharachero como buen paisa, su mirada fría y su presencia inquebrantable asustan a cualquiera. Es la imagen propia de esos tipos que han visto a la muerte de frente y vivieron para contarla. Jhon Jairo Velázquez Vásquez, el jefe de sicarios de Pablo Escobar, apodado como uno de nuestros héroes de infancia 'Popeye', es hoy la prueba fehaciente que a los colombianos nos encanta el morbo e idolatrar a criminales. Pero esa idolatría no es gratis, no se hace sola, por el contrario, está alimentada por la gran prensa y los fetichistas que viven en la cabeza de periodistas pagados por los grandes medios de este país.
Otra vez 'Popeye' está en la pantalla, ahora en el horario prime del domingo en el programa Los informantes de Caracol Televisión, donde se hace una nota sobre la mansión Montecasino, un vasto inmueble empotrado a un costado de la avenida El Poblado en Medellín en el que se planearon y ejecutaron múltiples atentados, asesinatos y secuestros de la época más cruenta del narcotráfico en Colombia, pero esta no es sino otra reproducción de ese sobreexplotado recurso periodístico, y digo que es un recurso sobreexplotado, falto de imaginación y facilista porque como lo muestra esta columna de El Tiempo de junio de 2010, no es algo novedoso, por el contrario, es un ejercicio trillado que solo sirve para profundizar el dolor de las víctimas de esa época nefasta. Popeye, sabe a la perfección la oportunidad que en términos económicos, de interés en su imagen y el rating que provoca, que le sirve para seguir vendiendo sus novelas sobre tantos delitos en los que estuvo involucrado, así como las historias de su patrón Pablo Escobar. Vaya uno a saber si reales o imaginarias- aprovecha las luces y el flash de las cámaras para sacar su histrionismo cultivado en su largo presidio.
Se ve a un Popeye resplandeciente, que no se arrepiente, con una prepotencia insoportable, quizá él mismo no tiene la culpa, pues son los medios quienes alimentan su ego a costa de la tragedia de otros. Es imposible aceptar el arrepentimiento de este hombre, sobre todo porque en su afán de recuperar el dinero que perdió tras las rejas no se muestra como el habitual exconvicto resocializado, sino que refleja una mística que logra intimidar a quien lo tenga cerca, usando expresiones como “soy la memoria histórica del cartel de Medellín” o cuando declara que aún le quedan sus pesitos para pagarse tres o cuatro guardaespaldas, pero que los usa de vez en cuando dependiendo del barrio en el que esté.
Tal como lo dice la entrevistadora, no se sonroja en su relato, mientras se observa que hablándole de frente y mirándola a los ojos pone la mano sobre su hombro para acentuar sus palabras y reafirmar el dominio que tiene sobre los sucesos que se trasmiten. Él sabe que esto le servirá para tener mayor visibilidad con los gringos con los que trabaja como relator de una historia que se verá en la pantalla grande sobre su vida y sobre el cartel de Medellín, así como las series que en este momento se filman en su honor, para mantenerse vigente en una infinidad de medios internacionales, desde el canal peruano que lo acompañó a visitar la tumba de Escobar a su salida de la cárcel, hasta los moradores de la capital de la montaña que lo buscan para tomarse fotos y pedirle autógrafos en esta oda circense a la muerte y a nuestra memoria cortoplacista.
De los medios internacionales sedientos de ahondar en los mitos delirantes del narcotráfico para saciar su curiosidad se puede esperar tal fanatismo, pero de los medios locales ¿cómo? ¿Por qué usar la excusa barata de mantener la memoria del horror de la muerte? Si quieren realmente hacer eso, ¿por qué no entrevistan a las víctimas? ¿Por qué no las acompañan en sus tortuosos recorridos? ¿Porqué no dejan en paz al jefe de sicarios de Pablo Escobar y dirigen la mirada hacía los hijos huérfanos de tantos padres asesinados?
Resulta que ahora tenemos a un Rockstar del sicariato en Colombia que se muestra como la famosa estrella de cine describiendo historias horrendas sin el mínimo asomo de culpa y más bien con una pizca de cinismo.
A Popeye no se le puede exigir nada, pues al fin y al cabo él se sometió a las leyes que le puso el estado colombiano y cumplió, hoy tiene todo el derecho a estar libre y gozar de esa libertad, y de creerse lo que dice en sus apariciones en esos medios que irónicamente lo enaltecen.
Finalizo con este dato: Popeye dijo en una entrevista (cargada de cinismo) en septiembre de 2015 que “El Chapo” Guzmán iba a ser traicionado y entregado nuevamente después de su fuga, que ocultarse no le serviría de nada. Tuvo razón, quizá no por viejo, sino por diablo: