Hace poco tiempo circuló en las redes sociales una fotografía del parque del municipio de Ciudad Bolívar, en Antioquia, que generó malestar en la comunidad de esta localidad. En la imagen se apreciaba cómo unos clientes de un reconocido hospedaje, sin autorización y desconocimiento de la administración del mismo, tendieron ropa en las ventanas que lindaban con la plaza central del pueblo.
La anécdota de Ciudad Bolívar, aunque peculiar, no es exclusiva. El panorama que ofrecen algunos hoteles de los centros de las principales ciudades del país no resulta agradable al visitante extranjero y tampoco se le hace extraño al habitante citadino acostumbrado a ver estas y otras situaciones similares en sus ciudades.
Es precisamente ese último punto el que quiero retomar para indicar cómo cada vez el ritmo propio de las ciudades absorbe su estética urbana gracias a la complicidad silenciosa de sus habitantes. Constantemente los ciudadanos usamos las redes sociales para ejercer nuestro derecho a la inconformidad. Por medio de ella denunciamos múltiples situaciones y damos nuestra opinión frente a un tema determinado ¿pero en el plano real nuestras inconformidades si van en línea con nuestros actos? ¿El problema son los políticos que nos gobiernan o somos nosotros como ciudadanos que con nuestro silencio permitimos que ellos sigan gobernando?
¿Qué pasaría si ordeñamos la vaca sin el balde? La respuesta es obvia, la leche se perdería. Precisamente de esto se trata, de tomar conciencia frente a nuestra realidad, de nuestra sociedad y de cómo vivimos en ellas. Cuando comenzaron a surgir los pequeños pueblos y en el transcurso de sus primeros años y durante gran parte del siglo XX, el ornato fue una preocupación local, porque se trataba la imagen su pueblo y cómo ésta podía impresionar al foráneo y así incentivarlo a volver. Pero esta costumbre poco a poco fue acabándose en las ciudades y se conservó, medianamente, en gran parte de las pequeñas localidades.
Imágenes de pueblos cuyas calles atestiguan el impecable aseo al que son sometidas quedan opacadas por ciertos adornos que en cuestión de minutos desmeritan todo intento de embellecer alguna localidad. Presencia de zonas de tolerancia en su corazón, que se apropiaron y arraigaron allí con profundidad gracias a la permisividad administrativa y de los habitantes, los cuales paradójicamente sienten hoy avergüenza y presentan su inconformismo ante esta situación. Incorporación de la cultura minera en localidades tranquilas o presencia de licoreras ambulantes en las calles que portan consigo un séquito de borrachos que terminan por robarse la poca tranquilidad con la que cuentan las grandes ciudades.
Los cambios políticos que comenzaron en enero de 2016 han hecho énfasis en estos temas. En la capital del país se ha hecho una apuesta por recuperar su centro en jornadas de aseo y ornato. En Medellín por ejemplo se ha anunciado sanciones para quienes consuman licor en vías públicas mientras que en Antioquia el gobernador Luis Pérez sugirió toque de queda para menores de quince años.
Y en este último punto muchos se preguntarán ¿y eso qué tiene que ver con temas de ornato y embellecimiento público? En el contexto de la sugerencia del gobernador, nada, absolutamente nada. Pero de forma indirecta, esta propuesta, en teoría, llevaría a los jóvenes donde deben estar en horas de las noches, en sus casas y no recorriendo las calles con amigos, ir borrachos, conformando pandillas, ingiriendo alucinógenos u en alguna otra situación ¿Qué ciudad con bandas de adolescentes se ve atractiva? ¿Qué persona drogada, borracha o dormida en medio de la calle embellece a su barrio o enorgullece a su familia? ¿Qué niño se ve atractivo o simpático a media noche en la calle? O mejor aún ¿Qué niño que anda las calles en altas horas de la noche genera la imagen de un alma inocente?
Los verdaderos cambios empiezan por nosotros y desde nosotros. Si como personas y ciudadanos queremos que la ciudadanía adquiera un verdadero sentido de sociedad debemos tomarnos enserio el tema de los valores cívicos y las competencias ciudadanas. Enseñar no es solo un asunto de un colegio. También incumbe a los padres quienes deben enseñar a los niños desde pequeños qué no deben hacer, el respeto por la opinión y el trabajo de los demás, a ser educados, tener modales, pero sobre todo no justificar su condición de niño y adolescente como un motor que los lleva a realizar o probar cosas que solo son de jóvenes y por consiguiente serán “pasajeras”. Y esto es para usted señor padre de familia, no culpe a los demás de lo que usted como padre no enseñó a sus hijos. Gran parte de la generación de padres actuales olvidó inculcar el sentido de disciplina, porque se ha arraigado en ellos un profundo paternalismo y manejan una marcada permisividad que en el futuro, no solo hará de la sociedad un caos sino que le enseñará a usted padre de familia su error y que ese hijo que crió en la intolerancia ahora será intolerante con usted. Luego no se pregunte en qué fallo.
Por eso, desde ahora, hay que enseñar cosas básicas que formen en sociedad y así acabar la falsa idea que si hay un mal gobierno, basuras en la calle, prostitutas en el atrio o transporte ilegal en las vías es por culpa de las autoridades, no, también es culpa de nosotros que originamos el problema. Las autoridades se debilitan cuando la ciudadanía es cómplice de las malas conductas. Si públicamente nos quejamos del prostíbulo que hay en el corazón de un pueblo mientras en secreto lo visitamos, la situación no cambiará. Recuerden, es pecado derramar la leche que se recién se ordeña.