Hace unos años recibí una inolvidable carta de la administradora del edificio en el que vivía. Decía la señora, después de los consabidos “estimado” y “con todo respeto” que había recibido constantes quejas de los vecinos porque mi perra ladraba y mencionaba a continuación artículos y decretos que respaldaban su opinión de que la “actitud” de mi perra era una clara infracción a la convivencia. Mi perra ladraba ¿qué esperaban que hiciera?¿que cantara?
El mundo tiene cada día más, de la mano de la muy educadora televisión, la aspiración a que nada sude si no es para verse sexy, que nada huela sino es a una fragancia con logo, que no suene si no está de moda, que no sepa a nada que no salga en la pantalla. Una aspiración permanente a que uno y todo lo que lo rodea seamos una especie de postal inconmovible y enmarcada dentro de los parámetros de lo que es adecuado y eficiente para el sistema.
Dice El Tiempo en un titular del día hoy que “Por la carrera Séptima ya no huele a fritanga”[1] y huele este titular a un cierto desodorante social –desmiéntanme uds.- que se precia de que el Recuperemos a Bogotá pasa por quitar a esas personas que afean y obstaculizan lo que se supone que debe ser esa vía: un lugar de tránsito, no de estancia, de peatones que van a comercios establecidos.
Esto, que parecería ser una simple cosa estética y favorable para el embellecimiento de una capital perdida –y que por eso “vamos a recuperar”- pasa por alto una cosa trascendental y es que ese olor a fritanga, que pronuncian con cierto asco, no es una característica que se pueda borrar sin consecuencias, como quien limpia una cocina con fragancia a frutos rojos del bosque –que ese sí es un “buen” olor, sino que está asociado no simplemente a una cocineta grasosa y desportillada, sino también a las personas que mantienen a sus familias con esa venta y, por si fuera poco a los que esa fritanga o esa aromática de canela y aguardiente les representa la posibilidad de invitar a su pareja a dar una vuelta, porque en el local de la franquicia y letrero de acrílico no les alcanza la plata para pagar 2.000 pesos por un tinto.
Menos mal que la gente ya no come tanto cuento de la infalibilidad y omnipotencia de las decisiones de los ungidos y se oponen organizadamente, incluso en el mismo terreno de las formalidades. Pero aunque la Corte les está tutelando su derecho[2] al trabajo y a la negociación de soluciones, el Distrito, a la manera de lo que ha sido desde siempre, se pregunta si no habrá oscuros manejos políticos que hagan que estas personas no quieran aceptar las soluciones que les quieren imponer a la fuerza. Seguramente ha de ser el comunismo ateo confabulado y no el hecho de que la gente que vende en la calle vive al día y si no trabaja hoy no come hoy.
Tal vez tenga que pasar un poco lo que le va a pasar a El abrazo de la serpiente, que ahora que vaya –ojalá- a ser premiada en los Oscar por los gringos, pase a ser –no sin cierta cejita levantada de ver que es una película sobre indígenas y no alguna historia de gente “divinamente”- un orgullo de Colombia. Tal vez haga falta, como le está pasando a los murales multicolores que comienzan a derrotar a los muros grises de la capital, que algún diario extranjero, algún chef con estrella en la guía Michelín o una guía de viajes, alabe la locura abigarrada, llena de sabores, olores y sonidos que era la séptima viva que disfrutamos locales y turistas, y no esa autopista de peatones con espacio solo para “los artistas, como se hace en París” que tanto gusta a los que ni pasan de la 72 al sur.
Ya viene siendo hora de comenzar a imaginarnos, no como nos han enseñado que hay que ser, sino a como somos. Ya viene siendo hora que así como puede casi cualquiera imaginar una calle de Nueva York, podamos imaginar nuestros pueblos y ciudades, no como nos las suelen mostrar, desde una cámara de seguridad, o desde un dron que no toca la realidad a ras de suelo, sino como son, negras, indias, mestizas y blancas, texturadas, repletas de mil detalles, hechas del color y sabor que da el crisol de culturas que es, que somos Latinoamérica.
La limpieza social que hace unos años significaba ejecuciones sumarias de todas las personas “feas” que no se acomodaban al concepto de belleza y pulcritud de “los buenos somos más” –y que terminaron llevándonos al horror de los falsos positivos- se configura hoy en el desplazamiento braveado de personas consideradas como objetos estorbosos, que deben aceptar sí o sí lo que se les proponga o si no arreglárselas por su cuenta.
No se dan cuenta los señoritos que sus escrúpulos estéticos y económicos son la injusticia misma, que es el caldo de cultivo de la inseguridad y el conflicto que tanto desean prevenir.
@nelsoncardena
[1] http://www.eltiempo.com/bogota/desalojan-vendedores-de-comida-rapida-por-la-carrera-septima/16518710
[2] http://www.elespectador.com/noticias/bogota/insinuan-tutelas-de-vendedores-informales-buscan-sabote-articulo-618634