Le tomó medio día de reflexión antes de colocarse frente a su perfil de Facebook. A las siete de la noche de ese martes 16 de febrero, Astrid González Nariño volvió la indignación que la había corroído todo el día, a raíz de la publicación de un video que pone en evidencia la sexualidad del exviceministro Carlos Ferro, en tendencia nacional. El texto, que tituló Carta a Vicky Dávila resultó ser una inspiración en la que, con carga de profundidad, recogió sus largas horas de ética periodística en la Universidad Javeriana. Fue una reflexión dirigida a los periodistas activos de Colombia, con la que buscaba cuestionar su ética a la hora de publicar documentos de la vida privada de las personas.
Pero Astrid no aprendió esa ética en un salón de clases, sino la mañana del 13 de noviembre de 1985. Ese día estaba trabajando como periodista de Caracol en el aeropuerto el Dorado cuando vio aterrizar un Hércules cargado con los primeros sobrevivientes que llegaban de Armero. La puerta trasera del avión se abrió y Astrid Gonzales vio cómo salían de allí 20 personas, la mayoría hombres que venían desnudos. El lodo les había arrancado la ropa. Lo que más le impactó a la periodista fue ver correr pequeños hilos de sangre en las rendijas que dejaban las heridas del barro. Ante el espectáculo dantesco que veía, le ordenó a su camarógrafo apagar la cámara. A los pocos minutos, su jefe en Caracol la llamó a insultarla porque no había recogido el testimonio de algún herido, “Cómo no vas a aprovechar si no hay nada más indefenso que un herido”. Le dio 15 minutos para recoger una entrevista ya que si no lo hacía, no trabajaría más en Caracol. Una periodista muy joven que estaba a su lado le rapó la grabadora mientras le preguntaba si iba a ser tan boba para dejarse echar por eso. Corrió hasta el Hércules a tomar testimonios. Al regresar, la joven le dijo que el único que accedió a hablar la llamó carroñera.
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Al escuchar los insultos del herido González Nariño, sin consultarle a Yamid Amat, pasó en radio de los insultos a los heridos. A los 30 segundos, Amat ordena bajarle volumen a la entrevista y decide no pasar más testimonios. Después empiezan a llegar periodistas de todos los países. Montan un hospital en el aeropuerto para atender a la gente a la que se le había infectado las heridas, hasta el punto que muchos tenían la agresiva gangrena gaseosa. Las amputaciones se hacían ahí mismo, sin anestesia. El horror estaba ante sus ojos. Se preguntaba si valía la pena grabar esa miseria. A ella se le ocurre una idea: usar la radio para ayudar a la gente y esa tarde, en contravía de lo que pensaban sus jefes, Caracol se convirtió en la voz que le decía a los bogotanos ponerse de acuerdo con la Defensa Civil para usar la radio como ayuda. Llegaron cobijas, tablas, medicinas. Esta transmisión le valió a Astrid González Nariño el premio CPB.
Ahora, desde su cátedra de la Universidad Javeriana, y también desde su Facebook, Astrid ayuda a formar personas que tengan el firme convencimiento de que el periodismo no está para acabar con las vidas de las personas sino para ayudarlas.