Fidelia Suárez, aquejada por el dolor en una muela, fue al odontólogo. El consultorio estaba atestado de gente y ella, poniéndose intermitentemente el pañuelo en su boca, pidió una cita urgente. La secretaria la miró de arriba abajo y le gritó a la puerta del médico “Acá llegó una de las putas”. Ante las miradas que se concentraban en ella cerró los ojos y le pidió a la tierra que se la tragara en el acto.
Ella, que había salido de su natal Corozal, en Sucre, a ocupar un puestico que le había salido en Bogotá en el Ministerio de Salud y que, al poco tiempo de estar allí fue obligada a renunciar, tenía que soportar una y otra vez la humillación de la gente que la despreciaba por haber elegido la prostitución como la única manera de sacar adelante a sus hijos.
Es una de las prostitutas, ya maduras, que salen a las calles vecinas de la Universidad Jorge Tadeo Lozano a buscar clientes. Le gusta su oficio que empezó en 1993 en un club nocturno de la carrera 13 con calle 49; siempre ha sido ‘prosti’ del centro de la capital. Temerosa e insegura, poco a poco empezó a perderle miedo a enfrentar la noche con desconocidos. Su trabajo, 23 años después, le da placer.
Ha sido más fácil para ella educar a cada uno de sus clientes que a la gente que, como esa secretaria en el laboratorio odontológico, la discrimina por ser prostituta. Lo primero que hace con su clientela es dejar en claro que hace lo que le guste y no lo que le toque, que el encuentro entre una prostituta y su cliente no tiene que llevar la pesada carga de la obligación, o parecerse a una violación. El discurso de Fidelia era tan convincente que hasta a sus clientes más borrachos entendían el mensaje. Entre la gente que la conoce coinciden que Fidelia, más que tener dotes en la cama los tiene de sicóloga: cada cliente es un mundo que ella, con su curiosidad inagotable, no deja de escudriñar.
Esa facilidad de palabra y la valentía que tenía a la hora de exponer sus convicciones hicieron que sus colegas la buscaran cada vez que se les presentaba un problema. Lo primero era entender que su trabajo no las convertía en esclavas de nadie. Poco a poco iba convirtiéndose en una líder. En el 2008 ella y tres compañeras más consiguieron ahorrar para los pasajes y pagar un taller que se realizaría en la Universidad de Nariño, Pasto, sobre equidad de género. Insuflada por todo lo que aprendió en el curso decide crear ese mismo año la Asociación de Mujeres Buscando la Libertad (ASMUBULI), este fue el primer paso para que dejaran de llamarlas putas y les dieran el estatus legal, el respeto y los derechos que como cualquier ciudadano tienen.
En su momento ASMUBULI ofreció capacitaciones en liderazgo, prevención e incidencia política. Suárez y las 28 colegas que respaldaron sus decisiones a rajatabla, redactaron un documento remitido a la Corte Interamericana de Derechos Humanos, en donde pedían la regulación del trabajo sexual y ponerle fin a la larga lista de prostitutas asesinadas en todo el continente.
El nombre de Fidelia empezó a sonar en el país cuando dio su primera entrevista para televisión. En ese momento, cuando se dirigió a la cámara hablando sin tapujos sobre sus derechos, sus tres hijos supieron en qué trabajaba su mamá.
En el 2014 el senador Armando Benedetti, al ver el zafarrancho que empezaba a hacer la impetuosa Fidelia, presentó un proyecto de ley para reglamentar el trabajo sexual. La iniciativa del congresista no la entusiasmó. Le parecía que Benedetti era incapaz de sentirse identificado con la problemática y que, al final, no hacía otra cosa que re-victimizarlas, tratándolas como discapacitadas.
Así que en noviembre del año pasado, junto con otras 600 mujeres, crearon Sintrasexco, el primer sindicato de trabajadoras sexuales del país para no dejarse sacar de la calle ni que les arrebaten el derecho a seguir haciendo de sus cuerpos un medio para ganarse la vida. Nadie las podrá declarar ilegales ni prohibir las llamadas zonas rojas donde despliegan sus encantos nocturnos. Las que trabajan en bares y billares quieren poner a sus patrones a responder por su salud y la atención médica que debe estar a la altura de la de cualquier ciudadana. “El trabajo sexual es digno, lo indigno son las condiciones en las que se realiza”, repite con convicción a los 50 años, cuando su secreto ya no está en las curvas y la esbeltez de su cuerpo sino en la sabiduría acumulada para darle placer a sus clientes y claro, la picardía que le da haber nacido en Sucre, ese espíritu gracioso costeño que no ha perdido.