Lo que nadie se atreve a decir sobre el fin del conflicto armado

Lo que nadie se atreve a decir sobre el fin del conflicto armado

"Cada vez los colombianos son más conscientes que la terminación del conflicto armado es necesaria, pero no significa la conquista inmediata de la paz"

Por: Fernando Dorado
febrero 02, 2016
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Lo que nadie se atreve a decir sobre el fin del conflicto armado
Foto: archivo

El sólo anuncio de la terminación del conflicto armado crea las condiciones a la juventud y al pueblo para expresarse y protestar. Era lo esperado y anhelado. El 24-E es un anuncio de esa situación. Se empieza a perder el miedo. Se mueven las energías citadinas. Surgen liderazgos jóvenes y viejos militantes se reactivan. Eso es muy bueno.

No significa un apoyo al llamado “proceso de paz”. Tampoco un respaldo al gobierno o las FARC. Menos a Uribe. La frustración por la situación económica, la corrupción política, la desigualdad, el deterioro del medio ambiente, etc., se convierte y transmuta en un rechazo instintivo a la pretensión del gobierno de ocultar los problemas con el “cuento” de la paz.

Uribe en forma oportunista estimula ese sentimiento primario –odio– tanto contra la guerrilla como contra Santos, pero no logra convertirlo en fuerza política. Pequeños grupos fanáticos agitan las consignas contra el “Pacto de La Habana”, sin mayor audiencia. Se vio el 24-E.

Cada vez los colombianos son más conscientes que la terminación del conflicto armado es necesaria pero no significa la conquista inmediata de la paz. Esa certeza convertirá a la sociedad en el principal protagonista y constructor de ella. La paz que no es más que enfrentar y resolver los conflictos sin recurrir a la violencia. La paz que es un presupuesto para lograr bienestar colectivo, identidad nacional, integración regional y un fuerte avance cultural.

Por ello, el grueso de la población acepta con resignación los acuerdos de La Habana y espera que el proceso termine positivamente con la entrega de las armas y la vinculación de los guerrilleros desmovilizados a la lucha política. Pero, en lo inmediato, el rechazo a la confrontación armada recaerá sobre los actores directos de la misma y también sobre quienes quieren utilizar la “ilusión de la paz” como instrumento para hacer politiquería.

Santos y su “combo”, a pesar de la aureola internacional que está montando, no podrá canalizar en lo interno los frutos de ese “esfuerzo pacificador”. La crisis económica, la situación fiscal del gobierno, las políticas antipopulares que a la sombra de la paz ha venido implementando, le pasaran factura política. Y claro, será el gran lunar de la “fiesta”.

Se equivocan quienes creen que el pueblo le va a dar un gran respaldo a los guerrilleros desmovilizados convertidos en políticos. Quienes siempre idealizaron la lucha armada nunca pudieron percibir el hecho de que las gentes por las que las guerrillas decían luchar, empezaron a no creerles y después, a rechazarlos. Y todavía no lo ven.

Por esa razón, el llamado a la unidad que hace el comandante Joaquín Gómez de crear “un movimiento muy amplio, donde quepa todo aquel que desee cambios positivos (…) que la izquierda ponga en primer plano lo fundamental, que es la unidad” , no va a ser posible. Sería lo ideal pero la degradación de la guerra también afectó a la izquierda desarmada.

La dirigencia más visible de los “verdes” no va a actuar al lado de los comandantes guerrilleros desmovilizados. En el Polo Democrático Alternativo las cosas son más complejas. Los que siguen a Clara López y a Iván Cepeda se muestran asequibles a la posibilidad de hacer parte de un nuevo proyecto político al lado de la insurgencia desarmada. Sin embargo, esa decisión llevaría o llevará a la división.

La cúpula del MOIR no lo va a consentir. Ellos (y quienes hoy hacen parte del PTC) son también víctimas de las FARC. Durante el período que Francisco Mosquera denominó “el túnel” (1982-90), en diversas regiones de Colombia la guerrilla asesinó –a mansalva y con frialdad–, a muchos dirigentes de esa agrupación partidaria que se oponían a su política. Muchos fueron acusados de ser aliados de paramilitares para explicar su “ajusticiamiento”.

Pero va a ser la sociedad colombiana en general, la que está cansada de la política porque la identifica como politiquería, aquella a la que no le interesa las viejas rencillas entre los grupos de izquierda, la que va a forzar la aparición de un Nuevo Proyecto Político –totalmente deslindado de la insurgencia– que sea expresión del anhelo de paz en Colombia pero, a la vez, de lucha contra la desigualdad, la corrupción y el clientelismo.

Si la izquierda civilista que siempre rechazó la lucha armada no se unifica para impulsar –con modestia y hasta bajo perfil– ese nuevo proyecto político, recurriendo a personalidades venidas del mundo de la ciencia, la cultura, la educación, la empresa privada o asociativa, etc., que aproveche ese ambiente de cansancio con la política tradicional, no sólo quedará invisibilizada sino que también será identificada con los horrores de la guerra.

Esa izquierda tendrá que pasar nuevamente por en medio de ese “otro túnel” que significará la alianza entre el establecimiento oficial con la insurgencia desmovilizada, que se concretará en inversiones concretas en zonas de colonización y en algunos proyectos durante el llamado “post-conflicto”. Ya numerosas ONGs hacen cola detrás de esos contratos.

Sólo quienes se organicen con claridad y seriedad, quienes se sintonicen con los “aires” de una juventud diversa, compleja y en formación, podrán ayudar a que aparezcan procesos cualificados y proyectos políticos de nuevo tipo que nos permitan avanzar. Si nos aferramos a viejos esquemas y no aprendemos, no sólo desaprovecharemos los “vientos democráticos” sino que contribuiremos a que la juventud cometa los mismos errores de ayer.

 

Nota: El primero de esos errores que hay que evitar es creer que la Ley transforma la vida. En Colombia siempre hizo carrera el “santanderismo”, que es una especie de “fetichismo legal” que le ha hecho enorme daño a la Nación. Ya un candidato presidencial en ciernes se ha apegado a la tesis de que hay que convocar una Asamblea Nacional Constituyente para refrendar los acuerdos. Hay que salirle al paso a esa propuesta “kafkiana”.

“Hace algún tiempo la gente protestaba: “¡Qué mal funciona esta radio, la interferencia no deja oír la música!”. Un individuo decidió olvidarse de la música para escuchar el ruido. ¡No escuchaba la belleza de la música!... buscaba la profundidad de la interferencia. Ese lunático construyó un enorme radiotelescopio y localizó los agujeros negros. Sólo quienes escuchan las interferencias pueden hacer grande descubrimientos”.

Wilfred Moir

@ferdorado

 

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