"Lo único que nos diferencia de los animales es la memoria"

"Lo único que nos diferencia de los animales es la memoria"

Llega a Cartagena, Yuval Noah Harari, el historiador israelí autor del Bestseller de Animales a dioses: una breve historia de la humanidad

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enero 29, 2016

El historiador israelita Yuval Noah Harari, de 40 años, se presentó el jueves 28 de enero en el Teatro Adolfo Mejía de Cartagena para resolver preguntas tan profundas como ¿por qué nuestros ancestros nómadas se unieron para crear ciudades y reinos?, ¿cómo llegamos a creer en dioses, naciones y derechos humanos; a confiar en el dinero, los libros y las leyes; y a estar esclavizados por la burocracia, los horarios y el consumismo? Y, ¿cómo va a ser el mundo en el próximo milenio? En esta entrevista concedida a El periódico de Barcelona Harari abre su mento.

-¿Qué sentido tiene cada uno de los dos títulos?

--Originalmente el título era De animales a dioses. Intenté resumir en él toda la historia de la humanidad. Empezamos hace 70.000 años como animales, no muy diferentes a otros animales. Y nos hemos desarrollado hasta una situación en la que estamos a punto de convertirnos en dioses. Y esto no es una metáfora, literalmente estamos adquiriendo capacidades que tradicionalmente eran consideradas poderes divinos, como crear vida y modificar nuestros cuerpos y mentes. Pero cuando lo publicamos en inglés, el editor propuso Sapiens, que es más breve y más sexy. Y también es un buen título porque refleja de qué trata el libro: sobre el homo sapiens. Es la historia de toda la especie. Y también nos da una idea de la relación entre la historia y la biología.

-¿Hasta qué punto se puede resumir la historia de una humanidad en una idea tan general?

-Tenemos tres revoluciones, la cognitiva, que transformó hace 70.000 años a un animal africano poco relevante en la fuerza más potente del Planeta. Después la agrícola, otro paso enorme. Y después la científica, que puede acabar dando a los hombres esas facultades divinas. El hilo común es el aumento continuo del poder, de transformar el entorno y a sí mismo, y que ese poder es muy difícil traducirlo en felicidad.

-Dice que la fuerza motriz fue, primero, la capacidad de cotillear. Y después, de inventar historias.

-Son dos facultades relacionadas. Cotillear te permite crear sociedades de 150 o 200 individuos. Para crear grandes redes de cooperación política, la clave es la imaginación, la capacidad de crear y difundir ficciones. Realidades que existen porque nosotros nos las inventamos. El poder se basa en la ficción: la religión, evidentemente, pero también la economía y la política. La nación es una ficción. El dinero también. Pero sirve para que personas que no se conocen colaboren, porque ambas creen en una misma historia. Dos chimpancés de grupos distintos no sabrán intercambiar un plátano y un coco. Nosotros sí sabemos cambiar un trozo de papel en el que ambos creemos por una botella de agua.

-Para usted, todo son religiones...

-El capitalismo es también una religión. Y la más exitosa de la historia. Es la única religión en la que creen casi todas las personas del mundo. No estoy diciendo que sea un engaño. Son realidades que funcionan de verdad porque crean confianza y permiten cooperar. Cuando todo el mundo confía en las mismas historias puedes construir catedrales, hospitales o ir a una cruzada.

-Reducir a ficciones conceptos como la libertad, la igualdad, la opresión... ¿No puede llevar a un relativismo moral peligroso?

-No, si no olvidamos que la única realidad es el sufrimiento. Y su reverso, la felicidad. Muchas veces estas ficciones esconden la realidad del sufrimiento de nuestros ojos. Eso es moralmente peligroso. Cuando una nación se embarca en una guerra, la nación es una ficción pero el sufrimiento es real y no lo tenemos que olvidar. El sufrimiento de humanos y otros animales sí es real. Ante esa realidad tenemos un compromiso ético.

-¿El éxito de su libro se debe a que ofrece una narración coherente cuando justo lo que necesitamos que den sentido a lo que nos sucede?

-En las últimas décadas la posmodernidad deconstruyó las viejas narrativas. El nacionalismo, las religiones tradicionales... Y eso ha dejado a la gente vacía en un mundo confuso.

-Pues su planteamiento parece más bien posmoderno. Defiende que solo existen construcciones mentales, repudia la historiografía marxista o liberal...

-No soy un posmoderno típico. Porque no coimparte esa oposición a las grandes narrativas. Yo construyo una gran narrativa, creo en su poder. Y pienso que no todo son ficciones e imágenes: hay esa realidad real, la del sufrimiento. Si tomas la revolución agrícola, la pregunta básica es si redujo o aumentó la cantidad de sufrimiento en el mundo.

-Pues dice que los cazadores recolectores eran más felices recogiendo bayas que los primeros agricultores. ¿No los idealiza?

-Intento no retratar esa sociedad como un paraíso. Si te caías de un árbol y te rompías una pierna morías. Pero sí creo que tras la revolución agrícola para la mayor parte de la gente la vida fue más difícil. Los esqueletos muestran más mala nutrición, enfermedades, lesiones óseas. Hemos evolucionado para coger setas por el bosque, no para arar el campo o sentarnos en una oficina. ¡Y aún nos gusta más coger setas!

-Y viajemos al futuro. Plantea dos horizontes inquietantes. El apocalipsis ambiental y que una parte de la humanidad se convierta en superhombres.

-Estas son posibilidades que hay que tomar muy seriamente. La élite económica y política está más comprometida con el crecimiento económico que con la estabilización ecológica. En parte porque presuponen que tendrán dinero y tecnología para salvarse de las peores consecuencias. Como en una arca de Noé tecnológica, mientras los pobres de Bangla-Desh se ahogan. El otro futuro preocupante es la creación de castas biológicas utilizando la biotecnología o la comunicación directa entre el cerebro y los ordenadores para conseguir capacidades mucho mayores que las del homo sapiens. Por primera vez en la historia habría una barrera biológica real entre ricos y pobres. En un futuro no muy distante puede resultar que los ricos sean más inteligentes que los pobres. Y eso abre unos escenarios terroríficos.

-Defiende que hay una barrera ética para estas investigaciones, pero que en el futuro caerá. Así que deberíamos asustarnos.

-Ahora no estamos haciendo mucha ingeniería tecnológica con humanos. Pero cuando una innovación permita suprimir una enfermedad, lo haremos. Si no en Europa, sí en China o Corea del Norte. Pero todo empieza intentando curar una enfermedad y después resbala por una pendiente resbaladiza. El objetivo en el siglo XX de la medicina era curar a los enfermos. En el siglo XXI será mejorar el estado de personas sanas. Más allá de la normalidad.

Por: Ernes Alos
Tomado de: El periódico de Barcelona

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