Acaba de realizarse en Barranquilla, durante los días 18, 19 y 20 de este mes de enero, un evento que nació empujado por los resultados de otro que se realizó por estos mismos días pero el año pasado.
Estoy hablando de la primera versión del Drum Festival Barranquilla, 2016; un pequeño festival de percusión que nació de los resultados halagüeños y de los sueños de un drum day organizado por dos jóvenes bateristas de Barranquilla que quisieron proponerse la idea de abrir un espacio en donde pudieran reunirse para aprender los unos de los otros en una serie de encuentros y talleres en los que aquellos que habían logrado salvar las fronteras y andar por el mundo inscritos en las agendas internacionales de los grandes escenarios del jazz, por ejemplo, vinieran a intentar trabajar y compartir con los percusionistas de nuestra música folclórica; volver a los instrumentos con los que se ha tejido la matriz de nuestra gran cultura sonora percusiva; contarse las experiencias de sus trabajos; y reflexionar sobre los grandes temas atinentes al ritmo, a los materiales, a la interpretación y al conocimiento y la cultura musical que debe tener todo buen percusionista.
Los hombres y mujeres de nuestro Caribe colombiano siempre hemos sido alabados por lo que algunos especialistas de la sicología social han dado en llamar “la inteligencia musical del costeño”, aludiendo a la reconocida facilidad con la que, desde muy temprano, nuestros niños y jóvenes danzan con pasmosa gracia, tocan virtuosamente algún instrumento y cantan con prodigio.
Pero hay que decir, que en muchas ocasiones estos “talentos” no son multiplicados, no son aprovechados, ni mucho menos cultivados, por una especie de exceso de confianza en tales condiciones naturales. Y todos quieren emprender la carrera triunfal sin antes estudiar y mucho menos investigar las otras músicas propias y el resto de las músicas del mundo, queriendo seguir los pasos de nuestros artistas de éxito.
Pero especialmente porque esos artistas de éxito que nuestra región ha dado han sido el producto de experiencias muy particulares e individuales, siendo con ello cumbres aisladas, casos excepcionales en el difícil medio del negocio de la música; y no el resultado de un sistema educativo de estimulación y apoyo, concebido como todo un programa coherente de formación temprana y desarrollo de oportunidades.
Las experiencias que tenemos en ese sentido son todavía incipientes y precarias. Hay que decirlo.
Tal vez por eso nuestros centros de documentación musical poco se ven requeridos ni visitados para completar y desarrollar vocaciones y talentos; ni mucho menos investigar sonidos, historias, autores, tradiciones, estilos...
Qué bueno que este naciente festival haya mostrado tanto empeño en compartir, analizar, practicar, ilustrar y demostrar formas, procedimientos, trucos, ideas, razones y reflexiones a cargo de jóvenes maestros como Samuel Torres, Juan Guillermo Aguilar, Rodrigo Villalón, Israel Charris, Julio César Cassiani, Robiro Márquez, Farouk Gomati, y los veteranos Einar Scaff y Tony Peñaloza; entre otros. Eso y no solamente el modesto concierto y jam sesión con el que cada día cerraban los talleres era lo verdaderamente importante. Y así se hizo.
Sin embargo, quedarán en la memoria las imágenes y las acciones del taller para niños del maestro Álvaro Agudelo y un soberbio concierto final a cargo de tres ensambles locales y un dúo francés. Especialmente las presentaciones del Trío Camacho que conforman Bruno Bohmer, Juan Camilo Villa y Rodrígo Villalón; y el ensamble que con ellos mismos y tres vientos dirigió desde su set de seis congas el genial percusionista colombiano Samuel Torres, para una presentación ciertamente delirante.
A todos ellos, y a todos los percusionistas participantes, alumnos y maestros, quise homenajear y agradecer leyendo para ellos este poema que aparece recogido en mi segundo libro titulado Cámara de jazz:
BATALLA DE TAMBORES
Hay que hacer con el ritmo
lo que Bach hizo con la melodía”
Max Roach
He recibido amenazas de amigos y vecinos
Y hasta de mi mujer…
Cuando suena mi casa
Con el cuero y los palos del Bebop.
Y sólo porque me encanta el sonido
Y la furia
De Art Blaky y Kenny Clarke
Y toda la negra ceremonia percusiva
De este señor que se apellida
Roach.
A ellos los envidio
Pero no se imaginan cuánto sufro
Toda la incomprensión que viven
Los tambores.
Los que no saben piensan que hacen ruido.
Puede ser. Quién sabe. Eso depende.
Pero es un ruido con nueces
Que le devuelve la lúdica a la orquesta
El que autoriza el swing
El que pone a palpitar un corazón
En el silente mundo de las piedras.
Ha sido Max
Quien liberó de las esclavitud
A los tambores
Les cambió sus papeles
Les dio una nueva identidad
Para que huyeran por el camino de la melodía
Como quien abre nuevos senderos en la selva.
Pasa con Max
Que a veces pienso que tiene un cerebro
En cada mano
Una y otra dialogan
Administran el set a su manera
Piensan distintas cosas
Se burlan, se respetan
Trabajan siempre juntas
Para un dios
El mismo que sopló el barro
Porque quería hacer jazz.