Harold Alvarado Tenorio (Buga, 1945) es el hombre más odiado y temido de la escena artística colombiana. Cuando manda emails masivos contando intimidades de la vida personal del zoológico literario, vuelan tripas, orejas, riñones, bofetadas, palazos, trancazos, patadas de kun fu. Saca a destajo verdades, medias verdades, chismes e infundios y francas calumnias.
Harold habla y el mundo tiembla. Es un caso único, todos le odian pero todos lo leen. Y tan importante resulta lo que dice, que en todos los periódicos y revistas importantes del país (Semana, El Tiempo, Arcadia, El Espectador, El Malpensante) han aparecido columnas, textos, entrevistas siempre en respuesta a sus diatribas.
Ha cazado peleas epopéyicas con pesos pesados de la talla de Juan Manuel Roca, Dario Jaramillo Agudelo, Piedad Bonnet, Jota Mario Arbeláez, Fernando Rendón, Luz Mery Giraldo, Hector Abad Faciolince, Juan Gustavo Cobo Borda, William Ospina, Belisario Betancourt y un largo etc... Lo ha hecho solo, de frente, sin anestesia ni escuderos, utilizando como única arma sus palabras.
Su última batalla fue embestir a Horacio Benavides, premio de poesía 2013 del Ministerio de Cultura de Colombia, con una bolsa de 20.000 dólares de premio en efectivo. A sus más de cien mil contactos en Colombia y el exterior les hizo llegar un mensaje titulado: “Un premio para las pulgas y los piojos”, donde acusa al poeta caucano de no ser más que un “indio” y coterráneo del guerrillero “Pablo Catatumbo”. Y este fue sólo el comienzo.
¡Y quién dijo miedo! Jota Mario Arbeláez respondió ipso facto con una columna en la que propone que la fecha de cumpleaños de Alvarado sea declarada “Día nacional del hijueputa”. Ochenta escritores e intelectuales suscribieron una carta apoyando a Benavides; el periodista Armando Romero hizo lo propio desde Cincinnati, y Julio Cesar Londoño también le respondió con su columna en el Espectador, titulada “El poeta y el Necio”.
¿Pero porque sencillamente no le ignoran? ¿Por qué no le dejan hablando solo, como el loco que aseguran que es? ¿Quién es este tipo que saca de quicio a medio país?
Alvarado Tenorio comenzó su carrera pública en la literatura con la extraña anécdota de que su primer libro apareció prologado por Jorge Luis Borges, al ser Borges preguntado sobre esto respondió que no recordaba haber escrito ese prólogo, pero que estaba tan bien hecho que bien podría ser suyo. Finalmente se aclaró que todo fue una broma de Alvarado. Posteriormente obtuvo un doctorado de la Universidad Complutense de Madrid, trabajó como director del departamento de literatura de la Universidad Nacional; como director del Departamento de Español de Marymount Manhattan College de New York, donde condujo The Latin American & Spanish Series. A comienzos de los años noventa trabajó para la Editorial China Hoy de Beijing. También fue editor del diario La Prensa de Bogotá, bajo la dirección de Juan Carlos Pastrana. Ganó el Premio Internacional de Poesía Arcipreste de Hita, el Premio Simón Bolívar de Periodismo y ha escrito más de 20 libros. En otras palabras, no es ningún pintado en la pared.
Marianne Ponsford, directora de la Revista Arcadia publicó sobre él un texto llamado: “El arsenal de venganzas”, en el cuál le justifica enmarcando su actividad demoledora en la tradición iniciada en Francia en el siglo 19 por el crítico Charles Agustin Sainte-Beuve. El columnista de Semana, Antonio Caballero también le apoya alegando que “A Alvarado Tenorio le debemos el haber resucitado en Colombia el gran género olvidado de la diatriba literaria”.
Lo conocí personalmente en Tulua en 1998, en un encuentro de escritores organizado por Omar Ortiz en las épocas de la Gobernación de Gustavo Alvarez Gardeazabal. Inmenso, monumental, histriónico, híper dramático y efectista como un cantante de ópera tipo Enrico Caruso. Atrajo la atención de todos los asistentes al evento, quienes en breve lo rodeamos a escuchar con la boca abierta las mil y una historias que salían profusamente de su boca, a borbotones, como una ametralladora, sin pausa ni respiración. Habló durante horas, diseccionando con habilidad quirúrgica vidas enteras, pero con tal pasión, certeza y convicción que salí de allí apenada de que no se hubiese dedicado a la narrativa.
Ignacio Ramirez, el fallecido creador y gestor de la también fallecida agencia de prensa Cronopios, con quien tuve el placer y el honor de trabajar, amaba sinceramente a Harold, amaba su pasión alucinante, su voracidad por vivir, amaba la fuerza telúrica de sus versos y de su vida. Me contó de cuando Harold volvió de China, donde vivió muchos años una intensiva vida académica e intelectual, con dos esposas chinas (si, con DOS esposas chinas) que le seguían devotamente por la calle como un par de perritos. Me contó como enloqueció de dolor al ser abandonado por la esposa que amaba, justo por esa que más amaba.
Entonces comió, comió, comió como si la comida fuese el veneno que quería tomar para acabar con su vida, engordó hasta convertirse en un elefante, y luego, cuando ya no pudo arrojar una lágrima más, y estaba a punto de reventar (superó los 200 kilos) apostó por vivir, por seguir adelante, se operó el estómago, adelgazó, le dijo adiós al amor heterosexual y se hizo amante de un adolescente sicario cuyas fotos desnudo, recibí (al igual que sus otros cinco mil contactos de email) estupefacta una madrugada en mi bandeja de entrada.
Ese joven amante sería al poco tiempo secuestrado, martirizado y asesinado por un grupo paramilitar que se tomó a la fuerza la finca de Harold. La fuerza pública no le ayudó, ni para recuperar su propiedad, ni para salvar a sus amados perros, cuya suerte llora y desconoce hasta la fecha. Se encerró entonces, en su apartamento en las exclusivas Torres del Parque de Bogotá, desde donde edita solo su revista Arquitrave, y se gana enemigos a diestra y siniestra con un placer que nadie entiende.
En un mundo gobernado por indignos y lambones, donde la hipocresía, la falsedad, la farsa y las buenas maneras lo dominan todo, la actitud de Alvarado Tenorio es, por lo menos para mí, una bocanada de aire fresco.
Comparto con Marianne Ponsford (directora de Arcadia) la idea de que “hay un alocado parpadeo de verdad en su desmesura, algo de difícil verdad en su monomanía”. Algo de cierto hay en que Piedad Bonnet es una burguesa arribista, arrogante y culi fruncida, que Hector Abad es un huérfano ilustre, que William Ospina es un lagarto, que Luz Mery Giraldo es plagiaria (un juez la condenó por esto), que fue muy extraño ese premio de 100.000 dólares (300 millones de pesos) que Jota Mario Arbeláez recibió en Venezuela, con un libro editado hace más de 20 años (las reglas exigían que fuera inédito) y cuyo jurado fue precisamente Luz Mery Giraldo. También hay mucho de cierto en que el Hay Festival es una vergüenza porque no tiene sentido tal exhibición de riqueza y poder en una ciudad consumida por la miseria, el hambre y la prostitución infantil.
En cuanto a las injusticias que comete Alvarado: la persecución obsesiva a Juan Manuel Roca, a Horacio Benavides, a Dario Jaramillo, a Fernando Rendón (conozco personalmente a todos, Juan Manuel Roca es mi gran amigo hace 20 años), solo puedo decir que es el precio que se debe pagar cuando se tiene éxito: ser caricaturizado. Eso no les resta a ninguno de ellos, un ápice a su grandeza.
Que alguien saque los trapos sucios, abra las ventanas y ventile la casa no está del todo mal. Hasta bueno es para la salud. Por eso con profundo respeto, me acerco tímidamente a Alvarado Tenorio y le extiendo mi mano, le ofrezco los cinco pétalos, humildes, temblorosos, trémulos, de mi amistad.