Dos películas, con el encanto de la poética fotográfica en blanco y negro, me sedujeron con recogimiento y regocijo, en 2015: La sal de la tierra y El abrazo de la serpiente. Las dos, dolorosamente depredadoras, donde la naturaleza entrega sus bondades y el hombre las destruye. La primera cuenta la vida y trasegar del fotógrafo Sebastião Salgado, brasilero, dirigido por Wim Wenders y Juliano Ribeiro Salgado y, la otra, las correrías de dos aventureros tras los secretos de nuestra selva, uno alemán y otro norteamericano. Conecté la fiel y lenta lectura que vengo haciendo del libro El río, de Wade Davis. Inevitable entrelazar El abrazo de la serpiente de Ciro Guerra, con Fizcarraldo y Aguirre la ira de Dios de Werner Herzog. La exuberancia y los fracasos, los sueños y el paisaje abrupto que todo lo da y que todo absorbe en las entrañas no sólo del monstruo sino del nirvana. En momentos pensé en Francis Ford Coppola y su Apocalipsis ahora, y El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad, los desvaríos de la guerra en la semioscuridad de los límites de la condición humana. Pude ver los caminos ensombrecidos que, como ellos, transitó Arturo Cova en La Vorágine de José Eustasio Rivera. Quizás el mismo sueño que me habitó cuando Hendrik Pfalzgraf, mi personaje de El pianista que llegó de Hamburgo, buscó entre la manigua las medicinas que lo curaran del amor, lo introdujeran en el olvido y lo guiaran a la desmemoria.
En El abrazo de la serpiente se mezcla el documental con el argumental en un ritmo que transita como los ríos, apacibles, torrentosos, devoradores, refrescantes. Pocos personajes pero mucha sabiduría. La disyuntiva del yo vacío del hombre y la pérdida de la memoria nos proporciona varias enseñanzas, en tiempos existenciales o de guerra. Nos confronta con la cáscara de nuestra historia que necesita ser proveída por contenidos verdaderos. Allí están los vestigios de las atrocidades de los tiempos de la explotación del caucho (llámese ahora minería), la ladinización de nuestros indígenas y la más agresivas de todas: el aniquilamiento de las lenguas aborígenes de toda la amazonia. Cruz, espada, cepo, látigo y religión en las voces de curas y misioneros. No existe un discurso panfletario ni de denuncia como pretensión política ni documental. En el viaje por la selva de nuestra historia y el torrente del argumento, los personajes aparecen y desaparecen como la cadencia de la música.
Me contagié del silencio de la película. No está plagada de sonidos de animales ni de efectos redundantes. El paisaje, justo, equilibrado, que no se engulle a los personajes sino que los acoge en su majestuosidad. Diferente a mi parecer en Los viajes del viento, del mismo Ciro Guerra, donde la cámara y la fotografía Marlboro cubre y fastidia la falta de dramaturgia.
Recomiendo a quienes aún gustan del buen cine, donde los efectos técnicos y los trucos cinematográficos no los obnubilan, El abrazo de la serpiente, la madurez del cine colombiano.